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El palacio gótico de Pinamar. Quién es y cómo vive el hombre que lo construyó

Augusto Maluccio, de 38 años, se define como un artista. En 1998, su padre, José, compró uno de los últimos terrenos vacíos en la calle Martín Pescador y Sirena, a pocas cuadras de la playa y del centro de Pinamar. Él tenía 17 años y en ese pedazo de tierra encontró el espacio para construir su obra maestra, un palacio gótico hecho con sus propias manos durante más de dos décadas y que aún no pudo terminar. "No creo que haya un palacio construido por una sola persona en otra parte del mundo", asegura.

Maluccio es de perfil bajo. Pasa buena parte de sus días adentro del palacio que lleva su nombre y se convirtió en el eje de su vida. No hay una sola persona que pase por la puerta y no se detenga a observar esta rareza de estilo renacentista en medio de las casas de ladrillo a la vista, típicas de la costa atlántica.

"La gente a veces me pregunta quién es el dueño, creen que soy de mantenimiento porque me ven siempre trabajando, piensan que soy el encargado y eso le mete más misterio, deben pensar que el palacio es de algún empresario. Se corrieron muchos rumores, por ejemplo, cuando yo estaba trabajando en la parte trasera del palacio, me llevaba tanto tiempo que la gente me dejó de ver y pensaban que la casa estaba abandonada. Y cuando volvía a trabajar en la parte frontal, creían que se había vendido y alguien había retomado la obra", dice Maluccio.

Al principio tuvo un sinfín de problemas con los vecinos. No entendían qué era lo que Maluccio pretendía construir y también le obstruyó la vista hacia el mar a más de uno, aunque todos los planos del palacio, según dice, fueron aprobados por el municipio cuando inició la obra. "Yo lo que me preguntaba era cómo hacer para ambientar toda esta estructura y darle un estilo que quede bien, para que no sea una cosa chocante. Y entonces decidí darle esta estructura de palacio. Quería que se vea bien de afuera".

El Palacio Augusto. Su estructura está repleta de detalles hechos a mano
Fuente: LA NACION - Crédito: Tomás Cuesta

Su familia vino de italia, de Génova y Catanzaro. El padre es ingeniero y la madre se dedicó a la docencia. Todos vivían en la ciudad de Buenos Aires, pero hace tiempo que Maluccio se mudó al palacio, es decir que vive dentro de su propia obra de arte. "Y así debe ser, el artista debe convivir con su obra. Un arquitecto puede hacer el diseño, pero está ajeno a lo que es vivir dentro de la vivienda".

Cada detalle del palacio hecho de concreto fue moldeado por las manos de Maluccio. Son innumerables las columnas talladas a mano que son el equivalente a hacer cientos de esculturas. "Creo que no lo voy a terminar nunca, siempre encuentro algo nuevo para hacer. Ahora estoy haciendo una pileta en el techo. Le dedico todo mi tiempo, sino no podría avanzar porque estoy yo solo, es muy raro que contrate gente, a veces pido ayuda para subir materiales pesados, como un portón francés de hierro que voy a poner en la línea de la vereda, para moverlo necesité de seis personas para levantar una sola hoja del portón", recuerda Maluccio.

Y agrega: "Pero esto lo construí solo, te mentiría si te digo que trabajo con otros. Por eso demora mucho más de lo que tendría que demorar, hace 20 años que estoy trabajando en esto. Pero tampoco lo quiero apurar porque si le agrego velocidad pierdo de vista muchos detalles".

También suele comprar antigüedades y refaccionarlas, gracias a eso tiene unos enromes faroles de estilo francés que eran de una casona en Martínez, provincia de Buenos Aires, y ahora cuelgan en la parte trasera del edifico. Su faceta de restaurador cobra aún más fuerza en el interior de su fortaleza veneciana.

En los baños las canillas son patos de bronce y los muebles de los salones están repletos de vajilla de porcelana francesa e inglesa. En la sala principal hay arañas de cristal que se las compró a un particular, los sillones están tapizados con pana italiana y los almohadones están tan inflados que pareciera que nadie nunca se les sentó arriba. Mientras que de las paredes cuelgan enormes gobelinos de fines del siglo XVIII.

"Muchas son antigüedades que había en la casa de mi madre, que tenía una residencia muy grande en el barrio de Belgrano. Quería que el palacio tuviera el mismo estilo adentro y afuera, por eso usé estos muebles y, además, voy a hacer columnas góticas para la suite principal. Acá hay cosas de un valor enorme", asegura.

Maluccio recuerda que el interior del palacio estuvo descuidado durante mucho tiempo. Dice que se dedicó tanto al exterior que adentro apenas tenía los servicios básicos. "Por momentos parecía que vivía en la Edad Media, que era un castillo por fuera, pero por dentro era una fortaleza vacía esperando el ataque", dice entre risas. "Mi madre cuando vino me dijo ´dejate de joder y ponete a trabajar adentro´".

Hace tiempo alquila algunas habitaciones de la planta baja para huéspedes que se quieran alojar allí. "También se puede hacer algún tipo de evento en el jardín o sesiones de fotos. Creo que no es bueno para las propiedades que no se usen y además me permite tener un ingreso para continuar con la obra".

Maluccio y su palacio crecieron juntos, desde que él tenía 17 años y dejó de trabajar en obras pequeñas para construir su sueño, hasta la actualidad. Y nada cambiará en los próximos años. "Me voy a quedar, no me veo mudándome. A dónde me voy a ir si estoy muy cómodo acá. La gente viene de todos lados a ver esto y quieren entrar a visitarlo, pero yo les digo que no pueden ingresar porque esta es mi casa y no le puedo abrir la puerta a cualquiera. Además, yo soy de bajo perfil".