En algunos países, el coronavirus solo es uno de muchos brotes

Familiares de pacientes con coronavirus esperan afuera del Hospital Alemán Nicaragüense en Managua, Nicaragua, el 21 de mayo de 2020. (Inti Ocon / The New York Times)
Familiares de pacientes con coronavirus esperan afuera del Hospital Alemán Nicaragüense en Managua, Nicaragua, el 21 de mayo de 2020. (Inti Ocon / The New York Times)
Una sala para niños con dengue en el Hospital Mario Catarino Rivas en San Pedro Sula, Honduras, el 16 de diciembre de 2019. (Daniele Volpe / The New York Times)
Una sala para niños con dengue en el Hospital Mario Catarino Rivas en San Pedro Sula, Honduras, el 16 de diciembre de 2019. (Daniele Volpe / The New York Times)

CIUDAD DE MÉXICO — El año pasado, una epidemia de dengue devastó a Honduras al enfermar a más de 100.000 personas y ocasionar el fallecimiento de 180. A inicios de 2020, los funcionarios se prepararon para otro aumento en los casos de esa enfermedad transmitida por mosquitos y se preguntaron cómo podrían enfrentarla con su frágil sistema de salud pública y la escasez de personal capacitado.

Luego llegó el coronavirus, y sumió a esa nación en una agotadora batalla de salud pública en dos frentes.

“Horrible”, dijo Dinorah Nolasco, una importante funcionaria de salud en el norte de Honduras, una región que ha sido particularmente afectada por ambas enfermedades. “Estos meses han sido tremendos”.

A medida que la pandemia de coronavirus acosa al mundo, algunos países, particularmente en el mundo en desarrollo, se encuentran bajo una presión extraordinaria porque simultáneamente enfrentan otros brotes, problemas crónicos de salud pública y retos planteados por la mala gestión del gobierno, la pobreza y los conflictos armados.

Los funcionarios temen que las demandas del coronavirus, que todo lo consumen, podrían desviar el enfoque del gobierno y permitir el posible resurgimiento de otras enfermedades.

En América Latina, donde el número de casos de coronavirus ha aumentado considerablemente, los gobiernos tratan de lidiar con nuevos brotes de dengue sin descuidar los avances en la lucha contra otras enfermedades infecciosas. Pero al menos nueve países de América Latina y el Caribe han detenido algunas de sus actividades de inmunización, según dijeron las autoridades, lo que afecta las estrategias para controlar enfermedades como la poliomielitis, la tuberculosis y el sarampión.

El dengue también está asolando a las naciones del Sureste Asiático, como Indonesia, otro país muy golpeado por el coronavirus. Y en África los funcionarios sanitarios están preocupados por los recientes brotes de fiebre amarilla, cólera, sarampión y ébola, entre otras enfermedades.

Una muestra de la alarmante interrupción que el coronavirus ha ocasionado en las estrategias de salud mundiales es que los programas de vacunación de al menos 68 países han sido “sustancialmente obstaculizados”, de acuerdo con un comunicado publicado la semana pasada por la Organización Mundial de la Salud, UNICEF y la Alianza Mundial para Vacunas e Inmunización (Gavi, por su sigla en inglés), una asociación entre organizaciones públicas y privadas con el fin de proporcionar vacunas a los países en desarrollo.

La pandemia, añadida a otros inmensos desafíos de salud pública, “ha demostrado la vulnerabilidad de muchos países en diferentes maneras”, dijo Richard Mihigo, coordinador en África del programa de inmunización y desarrollo de vacunas de la Organización Mundial de la Salud.

“Los países han estado casi de rodillas, paralizados”, continuó. “Es evidente que necesitan tener un sistema de salud mucho más resistente para controlar cualquier brote o prepararse para cualquier brote que pueda venir”.

El coronavirus llegó a América Latina mucho después de haber azotado a la mayoría del resto del mundo. Durante los primeros meses del año, los funcionarios de salud tuvieron que enfrentar varios problemas más inmediatos, incluido el dengue.

En 2019, esa enfermedad transmitida por el mosquito Aedes aegypti devastó a la región latinoamericana. Con más de 3 millones de casos y más de 1500 muertes fue la peor epidemia de dengue que se ha registrado en América Latina.

El brote impactó con especial fuerza a Honduras, por lo que se vio abrumado su sistema de salud pública, que ya estaba debilitado por los recortes presupuestarios y la corrupción generalizada y que apenas estaba equipado para satisfacer las demandas habituales, pero definitivamente no para enfrentar una epidemia de esta magnitud. A fines de 2019, Honduras había registrado alrededor del 61 por ciento de las muertes por dengue en Centroamérica.

El mayor número de casos de dengue se dio en el departamento de Cortés, donde los esfuerzos para controlar su transmisión se vieron obstaculizados por la falta de personal capacitado y por las bandas criminales extendidas por toda de la región, las cuales durante meses bloquearon el acceso de los trabajadores sanitarios del gobierno a algunos de los barrios más afectados.

Este año, el dengue sigue siendo una preocupación importante en América Latina y el Caribe. Según las últimas estadísticas de la Organización Panamericana de la Salud, hasta la fecha se han registrado alrededor de 1.426.000 casos en la región, menos que durante el mismo periodo del año pasado. Pero los funcionarios temen que esta cifra pueda deberse a un conteo insuficiente ocasionado por el enfoque en el coronavirus y la enfermedad que causa, la COVID-19.

“La COVID en ocasiones ha podido desviar la atención de otros problemas apremiantes”, dijo Marcos Espinal, director del departamento de enfermedades transmisibles de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), con sede en Washington D. C.

El martes, Carissa Etienne, directora de la OPS, dijo que las Américas, con más de 2,4 millones de casos de COVID-19 y más de 143.000 muertes, se habían convertido en el epicentro de la pandemia.

En Honduras, el número de casos de dengue este año ya está superando el recuento de 2019 y, de acuerdo con las autoridades, es probable que lo peor esté por llegar. La temporada de lluvias apenas está comenzando y ocasionará charcos e inundaciones, lo que crea sitios potenciales de reproducción para los mosquitos.

Nolasco, la directora regional de salud en la provincia norteña de Cortés, dijo que ya le han proporcionado más de 200 trabajadores suplementarios (médicos, enfermeros, microbiólogos y otros) para dotar de personal los equipos médicos de respuesta rápida y realizar campañas educativas con visitas domiciliares. Esas estrategias son las piedras angulares de su programa de salud pública para enfrentar el coronavirus y el dengue.

Pero aunque ya no tiene problemas con las pandillas criminales, como sucedió el año pasado, sus equipos todavía tienen dificultades para acceder a algunas áreas. Los residentes de ciertos vecindarios se han unido para bloquear la entrada a los trabajadores de la salud por temor a que sean portadores del virus.

Nolasco dijo que ella y los miembros de su personal han sido expulsados por turbas que blandían machetes y les arrojaban piedras. Cuenta que, durante un incidente, los trabajadores que intentaban ingresar a un vecindario fueron bañados con cloro.

Algunas personas afectadas por la COVID-19 han tenido miedo de buscar atención médica porque creen que la enfermedad es vergonzosa y sienten pena. Nolasco dice que algunos incluso niegan que sea un fenómeno real.

Algunos pacientes, gravemente enfermos con la COVID-19, buscan atención médica cuando ya es demasiado tarde. “La gente está llegando a las salas de emergencias para morir”, dijo. “Ahora, la lucha es por la educación”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company