La oscuridad informativa de la Casa Blanca suma confusión en un momento clave

WASHINGTON.- La Casa Blanca no confirmó que el valet personal del presidente Donald Trump había dado positivo de coronavirus hasta que los medios dieron la noticia, a mediados de mayo. Tampoco confirmó que la secretaria de prensa del vicepresidente Mike Pence se había contagiado hasta que los medios lo informaron, varios días más tarde.

La Casa Blanca tampoco confirmó que el asesor de seguridad nacional de Trump estuviese infectado hasta que los medios revelaron la noticia, y recién reconoció que el test del consejero Hope Hicks había dado positivo cuando lo informó Bloomberg News, que había sido la primera agencia de noticias en revelar varios de esos casos.

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O sea que la primera vez que la Casa Blanca es la primera en confirmar un caso positivo de coronavirus dentro del gobierno de Trump fue el tuit del propio presidente sobre su resultado positivo a primera hora del viernes.

El diagnóstico generó un efecto desestabilizador inmediato en un amplio abanico de instituciones y emprendimientos. El mercado de acciones a futuro se desplomó cientos de puntos.Rápidamente se dispararon dudas sobre un posible plan de sucesión, o sus preparativos. La campaña en marcha de Trump por la reelección se quedó sin candidato durante un periodo aún indeterminado, y ha perdido cualquier esperanza de desviar la contienda electoral del tema de la pandemia.

Toda esa inestabilidad se ve potenciada por el largo historial de información de salud confuso o tergiversada de la Casa Blanca en relación con el presidente.

Durante la campaña de 2016, circulaban muchos interrogantes sobre la salud de Trump, debido a su avanzada edad. (Fue la persona de mayor edad en asumir la presidente de Estados Unidos). Los equipos de campaña suelen difundir la historia clínica de los candidatos para intentar disipar cualquier duda, pero el documento presentado por la campaña de Trump era desconcertantemente optimista y elogioso.

"Puedo afirmar inequívocamente que de ser elegido, el señor Trump sería la persona más sana que haya llegado a la presidencia", decía el texto en cierto momento. Después se supo que el médico que había firmado esa carta simplemente había firmado lo que le dictaron Trump o su equipo. El médico, Harold Bornstein, luego aseguró que personal de la campaña de Trump se había llevado todos los registros médicos del presidente no bien asumió.

Ya presidente, esa oscuridad informativa se perpetuó. El primer examen físico de Trump, llevado a cabo por el entonces médico de la Casa Blanca, Ronny Jackson, determinó que Trump era apenas lo suficientemente alto y apenas lo suficientemente delgado para no ser clasificado como obeso.

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"Tiene una genética increíble, debo asumirlo", dijo Jackson en su informe a los medios, haciéndose eco de las descripciones del propio Trump sobre su inexplicable vitalidad. "Basándome en su evaluación cardiológica, no hay dudas de que está en un rango excelente", dijo el médico de la Casa Blanca en otro punto. pero al mismo tiempo le duplicó la dosis de la medicación para el colesterol.

Será difícil tomar al pie de la letra cualquier afirmación sobre el estado de salud de Trump mientras esté cursando la enfermedad. Para Trump también será difícil resistirse al deseo de reincorporarse a la campaña electoral, independientemente de cómo se sienta o cuán contagioso pueda ser.

Si la Casa Blanca le asegura a la opinión pública que Trump recibió la autorización para volver a realizar eventos de recaudación de fondos de campaña o para reanudar su horario de trabajo habitual, cualquier duda que pueda tener la gente estaría justificada.

Dada la frecuencia con la que La Casa Blanca ocultó información sobre la salud de Trump, toda nueva afirmación sobre el estado del primer mandatario norteamericano deberá brindar mayores certezas de las habituales y ser corroborada por varias fuentes. Sobre todo, por la diligencia que demostró la Casa Blanca para presionar a los expertos en salud en particular para que hagan apreciaciones optimistas sobre la pandemia.

La pregunta surge inevitable: si el diagnóstico de Hicks no se hubiera hecho público, ¿alguna vez nos habríamos enterado del contagio de Trump?

The Washington Post

(Traducción de Jaime Arrambide)