Opinión: ¿Cómo demostrarías que Dios realizó un milagro?
UN NEUROCIENTÍFICO QUE CREE EN LA INTERVENCIÓN DIVINA ESTÁ TRATANDO DE DOCUMENTARLA, Y NO ES EL ÚNICO.
Josh Brown dirige el programa de neurociencia de la Universidad de Indiana, campus Bloomington. Ha publicado decenas de artículos sobre temas como las bases neurales de la toma de decisiones en el cerebro. Lleva gafas con montura de alambre y tiene una forma de hablar tranquila y metódica. Y tras casi dos décadas de silencio relativo, ahora habla de manera abierta sobre el hallazgo más sorprendente de sus investigaciones: cree que Dios le curó milagrosamente de un tumor cerebral.
La Navidad es una época en la que ocurren milagros, según las tarjetas de Hallmark y los especiales de dibujos animados. No obstante, Brown y su esposa, Candy Gunther Brown, quien se doctoró en Estudios Religiosos en Harvard y también es profesora en Indiana, creen que Dios interviene para provocar curaciones milagrosas todo el tiempo. En parte con el fin de comprender la curación que conmocionó a su familia, han viajado hasta Brasil y Mozambique para recopilar documentación que supuestamente relaciona las oraciones y las sesiones de reavivamiento cristiano con recuperaciones médicas repentinas e inexplicables. Pero ¿es posible demostrar que se ha producido un milagro? ¿Es peligroso siquiera intentarlo?
No estamos hablando de milagros metafóricos, como de suerte o de “no puedo creer que haya conseguido ese lugar de estacionamiento”. Los Brown buscan historias de curaciones imposibles de adjudicar a métodos naturales, con base en los conocimientos médicos actuales (aunque creen que Dios cura sobre todo a través de la medicina moderna). “No veo ningún conflicto entre investigar cuestiones de neurociencia e investigar afirmaciones de curación divina”, me dijo Josh Brown. “La cuestión es siempre empírica: ¿qué dicen las pruebas sobre lo que ocurrió?”.
Las encuestas sugieren que cerca de la mitad de los científicos estadounidenses y tres cuartas partes de los médicos creen en un poder superior. Pero los Brown son de los pocos que se niegan a compartimentar su fe, que tratan la acción sobrenatural de Dios como un objeto legítimo de investigación. Esto puede resultar desconcertante, sobre todo en una época de antivacunas, negacionismo del cambio climático y de la crisis de replicación que ha sacudido las ciencias sociales y médicas. La confianza del público en la experiencia científica ya es frágil.
Sin embargo, las experiencias e investigaciones de los Brown —por no mencionar la abundancia de testimonios de curación de otras personas, especialmente fuera de Occidente— merecen una seria consideración. Obtener una prueba irrefutable de la causalidad divina puede ser un objetivo imposible, pero su búsqueda nos obliga a enfrentarnos a los supuestos que sostienen nuestra propia visión del mundo, tanto si somos creyentes devotos o escépticos convencidos.
Candy Brown estaba embarazada de nueve meses cuando su marido tuvo una convulsión en medio de la noche. “Me fui a la cama y, cuando desperté a la mañana siguiente, estaba en una ambulancia”, relató. Dos semanas y media después, con un recién nacido en brazos, les dieron el diagnóstico: un aparente tumor cerebral llamado glioma. (Josh Brown proporcionó a The New York Times registros médicos que corroboran su relato). Tenía 30 años. “Las estadísticas indican que ni la quimioterapia ni la radioterapia ni la cirugía prolongan la vida con ese tipo de cáncer. Básicamente, no había nada que hacer sino prepararse para morir”. Los médicos solo le recetaron medicamentos anticonvulsivos para controlar los síntomas.
Los Brown crecieron en familias cristianas, pero no del tipo que espera que Dios intervenga ostentosamente en la vida moderna. Aun así, estaba desesperado. Empezó a viajar por el país en busca de reavivamientos cristianos de sanación, arrastrando consigo a su mujer y a su bebita. “Necesitaba averiguar qué estaba pasando”, aseguró. “Si había algo de realidad en eso, quería un milagro”.
Candy Brown recordaba detalles más inquietantes: la mañana siguiente al diagnóstico de su marido, empezaron a rezar juntos, pero mencionar el nombre de Jesucristo parecía desencadenar una respuesta física aterradora. “Josh salió disparado de la cama y empezó a dar volteretas”, dijo. “Yo le decía que intentara adorar a Jesús, y él no podía pronunciar el nombre de Jesús. Pensaba en la piara de cerdos”, afirmó, recordando a los desafortunados cerdos que en los Evangelios se arrojan por un acantilado poseídos por el demonio. “Estaba ronco y agotado. Durante esos 45 minutos, hubo una presencia maligna palpable en esa habitación que odiaba el nombre de Jesús. Si alguna vez había dudado que Jesús fuera real, a partir de entonces ya no pude hacerlo”.
Josh Brown comenzó a viajar con misioneros sanadores. Me contó que vio cosas insondables, como un ciego en una calle de Cuba que, al parecer, recuperó la vista de inmediato cuando los misioneros oraron por él. Meses más tarde, tras muchas sesiones de oración para lograr la sanación y la liberación, una resonancia magnética reveló que su tumor se había convertido en tejido cicatricial.
Josh Brown me confesó que nunca le hicieron una biopsia, puesto que los médicos suelen diagnosticar este tipo de tumores basándose en las resonancias magnéticas y en los síntomas del paciente. “De una forma u otra, el tumor desapareció”, explicó. “Llevo diecinueve años sin síntomas. Los médicos dijeron muy poco”. Los Brown se sintieron agradecidos, pero quedaron perplejos. “En ese momento me pregunté por qué, si había visto tantas cosas que parecían milagrosas y difíciles de explicar, por qué había tan poca investigación seria de estas cosas”, mencionó.
En 2009, con una beca de la Fundación John Templeton, los Brown volaron a Mozambique para investigar las afirmaciones de sanación de Global Awakening y Iris Global, dos ministerios centrados en la sanación y el reavivamiento. Llevaron equipos de audiometría y tablas optométricas para examinar a las personas que pedían oración para curar su sordera o ceguera. El tamaño de la muestra era pequeño —realizaron pruebas a 24 personas—, pero descubrieron una mejora estadísticamente significativa más allá de los efectos placebo y la hipnosis.
“Estaba allí de pie junto a una mujer que no podía decirte cuántos dedos tenías levantados cuando estabas a un palmo de ella”, me dijo Candy Brown. “Luego, cinco minutos después, estaba leyendo una tabla optométrica con una sonrisa en la cara”. Ella y sus colegas publicaron los resultados en The Southern Medical Journal —que no es una publicación prestigiosa, pero sí es respetable y arbitrada—, y se basó en esas investigaciones para su libro de 2012, “Testing Prayer”.
Los escépticos se quejaron de los métodos y las condiciones de campo de los Brown. Señalaron que las pruebas de audición se realizaron en un entorno ruidoso, que no hubo un grupo de control y que, naturalmente, los sujetos de las pruebas querían complacer a quienes rezaban por ellos mostrando resultados. “Ese sencillo truco explica por qué tanto la audición como la vista de esos aldeanos pobres y supersticiosos parecen haber mejorado espectacularmente”, declaró un detractor. (En el estudio se explica en detalle cómo los investigadores hicieron todo lo posible para eliminar los datos falsos).
Si se quieren evaluar las experiencias de la gente en una sesión de reavivamiento en el África rural, quizá se tenga que renunciar a los estudios con método doble ciego en un entorno perfectamente controlado. No obstante, imaginemos por un momento que los investigadores pudieran cumplir esas normas (y que una deidad todopoderosa nos complaciera y se sometiera a ese escrutinio). Podrían persuadir a los escépticos de que algo extraño ocurrió. Pero ¿hay alguna prueba que pudiera convencer a un no creyente de que Dios había estado detrás de ello, de que no vivimos en un sistema cerrado en el que toda causalidad es una cuestión de leyes naturales?
Los cristianos han intentado evaluar científicamente los milagros al menos desde el siglo XVI, cuando el Concilio de Trento endureció el proceso de verificación para canonizar a los santos. Pero el Dios cristiano no trabaja en ensayos aleatorios y repetibles. Trabaja en la historia. Así que tal vez las historias clínicas sean un enfoque más apropiado. “Los informes de casos médicos se basan en una epistemología diferente que es más histórica”, afirmó Josh Brown. “No es algo que puedas recrear necesariamente, sin importar el curso temporal de una enfermedad”.
En 2011, los Brown ayudaron a fundar el Global Medical Research Institute, que publica estudios de casos sobre el reducido número de sucesos inexplicables que sus miembros pueden documentar escrupulosamente, como el de una mujer ciega que, mientras rezaba una noche con su marido, recuperó la vista y el de un varón adolescente que dependía de una sonda de alimentación hasta que su estómago se curó de repente durante un encuentro con un ministro pentecostal. “Cuando escribimos los informes de estos casos, no afirmamos que hayan sido un milagro de Dios, sino que son los hechos del caso”, me dijo Josh Brown.
La mayoría de los científicos profesionales no aceptan esto. “La metodología de estudios de casos está bien para empezar”, me dijo Michael Shermer, el editor fundador de la revista Skeptic e historiador de la ciencia. “Pero ¿cómo se pasa de los estudios de casos a protocolos más experimentales que son el patrón oro?”.
Shermer les pregunta a veces a los creyentes sobre todas las veces en que la oración no consigue curar. “Su respuesta es esta: ‘Dios trabaja de formas misteriosas’. No son más que palabras huecas”, afirmó. El misterio divino es fundamental para la fe cristiana, pero crea problemas para un método científico basado en la suposición de que las leyes de causa y efecto son uniformes y revelarán sus misterios si se prueban y miden una y otra vez.
Las experiencias de los Brown son sorprendentes porque operan en una de las subculturas más antisobrenaturalistas del mundo moderno: la academia secular. Pero en un contexto global —y estamos en medio de un resurgimiento cristiano mundial—, son comunes las historias de curaciones inexplicables en respuesta a la oración. (Aunque la sanación es central en el cristianismo, otras religiones reclaman su parte. Una respuesta cristiana es que Dios se muestra a los no cristianos de forma parcial, y algunos cristianos a los que entrevisté describieron curaciones no cristianas que, según ellos, luego se demostró que eran falsas).
Los académicos calculan que el 80 por ciento de los nuevos cristianos de Nepal llegan a la fe por una experiencia de sanación o liberación de espíritus demoniacos. Probablemente el 90 por ciento de los nuevos conversos que se unen a las iglesias caseras en China atribuyen su conversión a una curación por la fe. En Kenia, el 71 por ciento de los cristianos afirma haber sido testigo de una sanación divina, de acuerdo con un estudio del Centro de Investigación Pew de 2006. Incluso en Estados Unidos, un país relativamente escéptico, el 29 por ciento de los encuestados aseguran haber visto una.
Se pueden discutir las cifras exactas, pero estamos hablando de millones de personas que afirman que les ha sucedido algo de otro mundo. Aun así, la mayoría de las personas laicas e incluso muchos creyentes religiosos ignoran esta situación o se encogen de hombros ante las historias de milagros por considerarlas razonamientos motivados, alucinaciones o fraudes.
Cuando Ifeanyi Chinedozi llegó a Estados Unidos para estudiar la universidad en 2009, le “sorprendió, como joven nigeriano, la incomodidad cuando se hablaba de experiencias espirituales y cosas maravillosas que ocurren como parte del discurso cristiano rutinario en Nigeria y en todo el mundo”, me comentó. (Según el Centro de Investigación Pew, el 62 por ciento de los nigerianos dice haber presenciado una curación divina; el 57 por ciento dice haber experimentado o visto un exorcismo).
Chinedozi estudió medicina en la Universidad Tufts y está terminando su residencia en cirugía general en la Universidad de Maryland, así como una investigación en cirugía cardiaca en la Universidad Johns Hopkins. También dirige un ministerio llamado Healing Vessels International, que lleva recursos médicos y oración a personas necesitadas. Es sanador evangelista desde los 7 años, cuando, según cuenta, Jesús se le apareció en un sueño y le preguntó si quería curar a la gente. Su familia no era cristiana entonces, pero, después de que sus asustados padres lo oyeron hablar inglés entre sueños (ellos solo hablaban igbo), lo llevaron con un ministro local, quien proclamó que el niño había sido ungido como sanador.
En 2007, cuando estaba en el bachillerato, una familia le pidió ayuda para despertar a su madre, a quien le habían diagnosticado muerte cerebral en un hospital. Me contó que al principio se negó porque ya había intentado resucitar a alguien y no lo había logrado. Finalmente, aceptó bendecir una botella de aceite de oliva para ellos. “La alcé y dije: ‘Padre, que esto me represente y sea para esta mujer y su familia lo que su fe pide, en el nombre de Jesucristo’. No me dieron las gracias; solo se fueron corriendo y pensé: ‘No tengo por qué ir con ellos a pasar una vergüenza. Que pase lo que tenga que pasar’”.
Más tarde se enteró de que la hija de la mujer vertió toda la botella sobre su madre mientras rezaba; la mujer tosió y abrió los ojos. La familia dio una fiesta para celebrar su recuperación, en la que Chinedozi la conoció.
Dios instituyó la oración “para comunicar a sus hijos la dignidad de la causalidad”, según Blaise Pascal, filósofo francés del siglo XVII. Pero para aquellos cuyas oraciones son escuchadas, surge la tentación de atribuirse el mérito. Chinedozi me dijo que su familia y amigos se dirigen a él como “hombre de Dios”, pero subrayó que la recuperación de la mujer demostraba que no tiene poderes especiales, ni siquiera una fe sobrehumana. “La gente dice que Dios solo actúa cuando tienes fe”, señaló. “No creo que eso sea cierto. A veces, Dios ignora nuestra incredulidad y altanería y demuestra que es Dios. No necesita de nuestra fe para ser Dios”.
¿Por qué este tipo de historias son mucho más frecuentes fuera de Occidente? Los escépticos dicen que, naturalmente, la gente reza más a menudo y sobreinterpreta los golpes de suerte cuando no tiene antibióticos o médicos cerca, aunque la resucitación que describió Chinedozi tuvo lugar en un hospital. En la Biblia, los seres humanos ven signos maravillosos del poder de Dios cuando el Evangelio se extiende a nuevas tierras, y Jesús se niega a hacer trucos de magia para los fariseos escépticos, pero cura a aquellos cuya desesperación los lleva a la fe.
J. Ayodeji Adewuya es profesor del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Pentecostal de Tennessee. Ha visto muchos milagros en su país natal, Nigeria, como lo que cree que fue la resurrección de su hijo mortinato después de pasar veinte minutos gritando y paseándose por la habitación en oración. “Yo bromeo diciendo que no hace falta rezar el Padre Nuestro, eso de ‘Danos el pan de cada día’, cuando Walmart te lo da todo y tienes el refrigerador lleno”, me contó. “Cuando estás en un lugar donde no tienes nada, lo único que puedes hacer es depender de Dios, y en ese momento esperas algo. El cristiano evangélico blanco promedio no espera nada”.
Los escépticos occidentales han hecho caso omiso de los testimonios de lugares como Nigeria al menos desde que David Hume se quejó en su ensayo de 1748 de los milagros de que “se observa que abundan sobre todo en las naciones ignorantes y bárbaras”. Ese rechazo resulta más incómodo para los liberales laicos del siglo XXI, que suelen afirmar que los occidentales deberían escuchar a los pueblos del sur global y reconocer la ceguera del colonialismo. “Algunas personas afirman que lo mejor que se puede hacer es escuchar las experiencias de la gente y aprender de ellas”, señaló Chinedozi. “Sin embargo, esas personas son las primeras que encuentran la manera de refutar las experiencias en otras culturas y contextos”.
Últimamente, el testimonio de los testigos en general está siendo vapuleado. Tribunales han anulado condenas cuando el ADN ha demostrado que testigos que parecían seguros de sí mismos en el estrado resultaron estar terriblemente errados. No obstante, en la vida cotidiana recurrimos a los testimonios constantemente. “Si tu epistemología es que los testigos oculares no cuentan, entonces se da al traste con la historiografía, el periodismo e incluso la antropología y la sociología”, me dijo Craig Keener, profesor de estudios bíblicos en el Seminario Teológico Asbury. (Incluyó las historias de Chinedozi y Adewuya en su libro “Miracles Today”).
Entre quienes niegan los milagros, “las presuposiciones son muy fuertes”, acusó Keener. “Hay un dogmatismo muy similar al dogmatismo religioso. Me parece que tiene un fondo ideológico muy fuerte si se argumenta que los milagros no son reales si es posible llegar a otra explicación y una de las explicaciones puede ser que ‘no tenemos una explicación ahora, pero tal vez algún día la tengamos’”. Cuando le pregunté a Shermer qué pensaba de esta analogía, objetó. Creer en descubrimientos científicos futuros “no es fe”, aseveró. “Es confianza en que el sistema funciona bastante bien por experiencia”.
Testimonios bien documentados pueden indicar que ocurrió algo muy extraño, pero nunca pueden resolver la cuestión crucial de la causalidad; esta es una cuestión de fe, sin importar si eres religioso o no. (Hasta Hume, en cierto modo, aceptó esa idea). Entonces, ¿los esfuerzos por demostrar los milagros pasan por alto lo importante y otras señales de la presencia de Dios?
Se lo pregunté a Kim O’Connor, enfermera, y a Hamilton Grantham, pediatra, quienes ayudan a dirigir el proyecto British Lourdes Medical Association, un grupo de profesionales médicos que acompañan a peregrinos gravemente enfermos al santuario católico de Lourdes, Francia. Describieron casos sorprendentes de remisión de cáncer y de personas con demencia incapaces de reaccionar que se levantaban a bailar. Pero la mayoría de sus historias hacían hincapié en la transformación interna, en la aceptación de la proximidad de la muerte por parte de los peregrinos y sus familias. “Muchas de las personas que llevamos son demasiado humildes consigo mismas. No esperan una cura milagrosa”, aseguró O’Connor.
La Iglesia católica ha reconocido 70 curaciones milagrosas asociadas con Lourdes desde que los peregrinos empezaron a ir allí en 1858, pero “son el pequeño pináculo de una bendición mucho mayor”, comentó Grantham. “La realidad es que, cuando pensamos en nosotros mismos como médicos y enfermeros, como personas que quieren curar, la curación se produce de muchas formas diferentes”.
Si Dios puede curar, ¿por qué lo hace tan pocas veces? El mundo está lleno de personas que sufren y rezan sin obtener alivio. “Incluso las personas que creen en los milagros a menudo no rezan por ellos porque temen decepcionarse”, dijo Candy Brown. “A mí se me ha muerto gente. Es increíblemente doloroso. Te preguntas: ‘¿Es culpa mía?’”. Especuló que la creencia de muchos cristianos de que la sanación milagrosa cesó después de los tiempos del Nuevo Testamento surge de “la protección contra el dolor, de la protección contra el sentimiento de mala voluntad hacia Dios u otras personas. Se necesita esperanza y vulnerabilidad para estar abierto a la curación”.
Para los cristianos, también hace falta madurez espiritual para recordar que los milagros no son el objetivo. Los milagros son señales destinadas a ayudar a los seres humanos a ver el milagro más grande de todos, la encarnación y resurrección de Jesucristo, la intrusión definitiva de Dios en la vida ordinaria, mediante la cual finalmente “enjugará todas las lágrimas”, de acuerdo con el Apocalipsis.
Por ahora, las historias de sufrimiento en este mundo caído superan ampliamente los informes de curaciones milagrosas; los creyentes deben buscar el poder de Dios en todas estas cosas. William Dembski es un escritor cristiano y defensor del diseño inteligente que se doctoró en Matemáticas en la Universidad de Chicago (y posteriormente en Filosofía). Es un experto en teoría de la probabilidad, por lo que es muy consciente de que las cosas estadísticamente extraordinarias ocurren al azar.
“Creo en los milagros, pero creo que requieren escrutinio”, me dijo Dembski. “No suelo ver las cosas con la extravagancia del Nuevo Testamento”. Publicó un conmovedor relato de la decepción de su familia tras un reavivamiento de sanación, en el que pidió orar por su hijo autista. “El autoengaño puede jugar un papel importante en la experiencia de la gente que busca milagros, y eso me preocupa”, señaló.
La familia de Dembski ha aprendido a buscar milagros en las demostraciones cotidianas de amor, como cuando una auxiliar de educación se propuso ayudar a su hijo a aprender a ir al baño solo. “Su vida es mucho mejor gracias a esta persona que no se rindió con él”, afirmó. “No fue un milagro, en el sentido de que no hubo una varita mágica que lo tocó y todo salió bien. Fue gracias a gente dispuesta a quererlo y a hacer el trabajo pesado”.
Este artículo apareció originalmente en The New York Times.
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