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Opinión: Yvon Chouinard es el fundador de Patagonia, también es mi amigo 'basura'

YVON CHOUINARD HA REGALADO SU EMPRESA EN SU LUCHA POR SALVAR EL PLANETA.

Yvon Chouinard todavía posee, en la orgullosa jerga de la comunidad escaladora, la sensibilidad de una “basura”. En la década de 1960, vivía para escalar y se mantenía vendiendo equipo de escalada hecho a mano para poder dedicarse en cuerpo y alma a las montañas.

Incluso en la actualidad, a la edad de 83 años, cuando nos visita a mi esposa y a mí en nuestro apartamento de la ciudad de Nueva York, es probable que extienda su saco de dormir en nuestro sofá antes de retirarse a dormir.

Conozco a Yvon mejor como escalador de roca, pescador con mosca, hombre de familia y visionario. Con un genio para los inventos y el diseño, este herrero autodidacta fundó Patagonia, la tienda minorista de ropa para exteriores, y la convirtió en una marca global. Ha recibido mucha ayuda. El personal de Patagonia sumó técnicas sofisticadas de mercadotecnia y nuevos estilos que combinan con los favoritos de siempre.

Durante décadas, Patagonia regaló un uno por ciento de sus ventas a causas en favor del medioambiente. La semana pasada, Yvon anunció que, junto con su esposa e hijos, había cedido la empresa, valuada en 3000 millones de dólares, a un fondo y a una organización sin fines de lucro. Ahora, las utilidades de la empresa de unos 100 millones de dólares al año se utilizarán para luchar contra el cambio climático y salvaguardar algunos de los lugares silvestres menguantes del planeta.

Yvon explicó su decisión en una carta abierta: “Si guardamos alguna esperanza de tener un planeta próspero —ya ni hablar de un negocio próspero— dentro de 50 años, todos nosotros tendremos que hacer todo lo posible con los recursos que tenemos”.

Yvon Chouinard ha sido mi amigo durante 40 años. Ha puesto en riesgo mi vida en muchas ocasiones en aventuras inconexas en los extremos de la Tierra. “Solo haz lo que te digo”, me aseguraba. Y créanme, lo hacía.

Nuestras familias son cercanas, pero tienen distintos estilos de vida: Nueva York contra la costa del Pacífico. Sin embargo, compartimos valores comunes, en especial cuando se trata del medioambiente.

Yvon y yo nos conocimos a través de un amigo mutuo, Rick Ridgeway, el montañista, aventurero y escritor que llegó a la cima del K2, el segundo pico más alto del mundo, conocido como la “montaña salvaje”.

Rick también me presentó a Doug Tompkins, quien, como Yvon, había tenido una vida llena de penurias como escalador (y esquiador) antes de también crear una fortuna como cofundador, con su primera esposa, Susie TOmpkins Buell, de los gigantes minoristas The North Face y Esprit. Doug y su segunda esposa, Kristine McDivitt Tompkins, utilizaron su dinero para comprar y proteger más de 800.000 hectáreas de tierra en la región de la Patagonia en Chile y Argentina. Al igual que Yvon, Doug tenía una pasión fanática por mantener prístinas las tierras y las aguas.

Yvon y Doug fueron parte de un pequeño grupo de alpinistas, surfistas, esquiadores y piragüistas que se hacían llamar “los Chicos hacedores”. Por lo general me incluían en sus aventuras, pero siempre ponía un asterisco después de mi nombre. Como lo expliqué alguna vez, conocerlos era y es un privilegio.

Me llevaron a lugares a nivel físico y filosófico que tal vez nunca habría visitado de otra manera. Tan así que renuncié antes de tiempo a “NBC Nightly News” para poder pasar más tiempo con ellos.

Realizamos largos viajes a Islandia y el agreste extremo sur de Argentina y Chile. Hicimos viajes invernales para esquiar en Yellowstone y excursiones de pesca por Sudamérica.

En uno de esos viajes, me desperté temprano para estar listo antes de que Yvon se equipara. Por algún motivo, se despertó tarde y de todas maneras me ganó para llegar al río (en 2015, Doug murió de hipotermia cuando unos vientos monstruosos voltearon su kayak en un lago de la Patagonia en una salida de los Chicos hacedores a la que no asistí. Fue una pérdida devastadora. Siempre pareció indestructible).

En esas excursiones, casi no hablábamos de negocios salvo sobre cómo lograr que las grandes empresas fueran más responsables con el medioambiente. Antes de perderlo, Doug nos repetía como disco rayado nuestra obligación con el medioambiente. En cierto momento, dije: “Paso todas mis jornadas laborales documentando las afectaciones ambientales. Si no te callas un momento, me regreso caminando a casa”. Se lo tomó a broma; estábamos remando unos kayaks en un lugar remoto del lejano este de Rusia.

Estos dos hombres artífices de su éxito, desconfiados de los negocios, tuvieron estrategias distintas para abordar su pasión singular por las tierras vírgenes. Un documento de trabajo de 2016 publicado por la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard destacó esto (aunque mucho antes de la maniobra más reciente de Yvon).

“La estrategia de Chouinard representó las mejores prácticas del emprendimiento verde, el cual, de ser adoptado de forma generalizada, podría reducir de forma notoria el impacto ambiental de los negocios”, según el análisis. “La estrategia dual de Tompkins de salir de los negocios y aplicar habilidades emprendedoras a la conservación dio como resultado importantes victorias ambientales, entre ellas la captura y el almacenamiento de alrededor de 80 millones de toneladas de carbono”.

A los dos hombres les incomodaba la atención o las rutinas de quienes no pensaban igual que ellos. Dicho de otra manera: podían ser enojones.

En un viaje, recuerdo a un par de empresarios islandeses ansiosos por conectar con Yvon. A él no le interesaba mucho, así que le preguntaron: “¿Hay algo que podamos hacer por ti?”. Yvon respondió: “Sí, ¿me pueden cambiar el dinero islandés que me sobra?”. Y con eso, les dio el equivalente a un dólar en cambio.

Yvon está chapado a la antigua y tiene valores muy sólidos que no duda en expresar. Durante mucho tiempo, sostuve que era demasiado pesimista. Hace poco, con la invasión del coronavirus, el ataque continuo a los lugares silvestres que quedan en el mundo y las temperaturas más altas que nunca, me moví de manera drástica hacia su misma dirección. También me he vuelto impaciente.

Aunque tenía un icónico negocio de ropa para exteriores, su guardarropa personal parecía consistir en pantalones de escalada extremadamente desgastados y una vieja camiseta o chamarra de Patagonia. Cuando hice los preparativos para que hablara en una reunión de niños prodigio de Silicon Valley, me hizo saber que no tenía una chamarra deportiva.

Eso no evitó que sermoneara a las personas en su público por no haber invertido más tiempo y dinero en salvar el medioambiente. “Brokaw y yo nos iremos al infierno por no hacer lo suficiente, pero ustedes todavía tienen una oportunidad”, les dijo.

Yvon sabe que su tiempo en esta cruzada de salvar el planeta se le está acabando. Está intentando hacer su parte y es impaciente con el resto de nosotros.

Un amigo en común, el escritor y deportista Tom McGuane, lo llama “el terrorista diminuto”. Con su última maniobra, Yvon de nuevo elevó un estándar gigantesco para consideración de los demás.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

© 2022 The New York Times Company