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Opinión: ¿De verdad necesitamos una guerra fría con China?

¿De verdad necesitamos una guerra fría con China? (Ben Wiseman for The New York Times)
¿De verdad necesitamos una guerra fría con China? (Ben Wiseman for The New York Times)

INICIAR UNA MENTALIDAD DE GUERRA FRÍA CONTRA CHINA DEGRADA LAS LIBERTADES Y LA CONFIANZA CULTURAL QUE ENGRANDECEN A ESTADOS UNIDOS.

SHANGHÁI — La mayor parte del año pasado usé calzoncillos rojos.

Era el Año del Tigre, mi signo del zodiaco chino, y la tradición dice que hay que cuidarse de la mala fortuna. Se supone que la ropa interior de color rojo te mantiene a salvo porque se dice que los demonios chinos le temen al color rojo.

No funcionó.

Fue un año difícil. Durante buena parte del 2022, permanecimos aislados del mundo por la estricta política china contra las pandemias. Shanghái, mi hogar durante la última década, pasó por un confinamiento muy traumático debido al COVID-19 que nos mantuvo encerrados en casa durante dos meses desde fines de marzo, batallando para obtener comestibles. Mientras estábamos encerrados, descubrimos que mi mujer, de nacionalidad china, estaba embarazada. Hizo falta una combinación de aspavientos y súplicas desesperadas a los funcionarios locales para que nos llevaran a un hospital a una consulta prenatal.

Cuando el confinamiento terminó en junio del año pasado, salí, deslumbrado por la luz del sol, para descubrir que China se había transformado en el enemigo de Estados Unidos. El secretario de Estado Antony Blinken calificaba a China de amenaza para los “valores universales”, un lenguaje que me hizo pensar en la política de contención estadounidense hacia la ex Unión Soviética. La retórica no ha hecho más que endurecerse desde entonces. Hoy se califica a China de amenaza “existencial” para Estados Unidos; se habla de una nueva guerra fría.

¿En serio? ¿Debemos librar una nueva guerra fría?

En Shanghái, la idea parece absurda. Los habitantes de la ciudad están inmersos en la cultura estadounidense, han crecido usando iPhones, tomando café en Starbucks, siendo fanáticos de la NBA y aprendiendo el inglés coloquial con “Friends” (incluso hay un café en la ciudad, Central Perk, cuyo diseño imita a la cafetería de la serie de comedia).

Unos amigos míos chinos estudiaron en Estados Unidos y escuchan música pop estadounidense. Mi mujer ve en YouTube videos de influentes estadounidenses sobre la crianza de los hijos. La ciudad se compara de manera incesante y consciente con Nueva York, con sus tiendas de ropa vintage, un salón de música llamado Jazz at Lincoln Center Shanghái y el campus de la Universidad de Nueva York. Muchos chinos citadinos están más cerca de los estilos de vida y las sensibilidades estadounidenses que de los de sus padres (y muchos jóvenes estadounidenses también tienen una postura más favorable hacia China que la generación anterior).

Mi trabajo se sitúa en la intersección de estos mundos. Edito libros de escritores chinos sobre la política y la economía de su país y los publico en inglés para que Occidente pueda entender su punto de vista. Debemos intentar comprender lo que piensan, los miedos heredados, los traumas, los resentimientos y los conflictos intergeneracionales que conforman su forma de interactuar con nosotros.

Debajo de la pintura de las fachadas de los nuevos restaurantes de moda de Shanghái hay consignas de la Revolución Cultural, aún apenas visibles en algunos lugares, como cicatrices en la psique de una generación mayor que dan lugar a un conservadurismo paranoico. Los chinos más jóvenes, protegidos por la censura y un código de silencio, todavía no alcanzan a comprender este trauma y no conocen a detalle los horrores del pasado reciente de China. China es una sociedad diversa con visiones de futuro contradictorias, una nación que se rehace sin cesar.

Los influyentes académicos chinos con los que trabajo siguen sintiendo un profundo respeto por Estados Unidos, sus valores y su sociedad civil. De hecho, muchos de los chinos que conozco tienen más confianza en la durabilidad de Estados Unidos que algunos de mis ansiosos amigos estadounidenses, que se inquietan por el trumpismo y lo que consideran otras amenazas a la democracia y los valores liberales.

Zheng Yongnian, un catedrático con un doctorado de la Universidad de Princeton y experto en el lugar cambiante de China en el mundo, me dijo que la postura nacionalista de una China en ascenso y un Estados Unidos en declive dista de ser aceptada por todos aquí y que “mucha gente, incluido un servidor, sigue viendo con buenos ojos a Estados Unidos”. Yao Yang, un economista que aboga por un sistema fortalecido de seguridad y bienestar social en China, se inspiró en las ideas del político progresista de Wisconsin Robert M. La Follette, donde Yao realizó su doctorado.

Algunos destacados intelectuales me dicen que les molestan los influentes chinos en internet y los nacionalistas de las redes sociales por la misma razón que a mí me disgusta Fox News: son oportunistas que debilitan a su país con mentiras.

Nacionalistas, izquierdistas y liberales económicos chinos ... es difícil encontrar un pensador chino vivo que no haya sido influido profundamente por la sociedad y la cultura estadounidenses. Estados Unidos ha sido un faro para China a lo largo de su época de reforma, que comenzó a finales de la década de 1970 y sigue transformando al país. Para quienes visitaban Estados Unidos, sobre todo para estudiar, era la experiencia de aprendizaje de su vida, la cual alimentaba el deseo de hacer su propio país más moderno, más fuerte, mejor.

La historia revisionista que esgrimen los conservadores tanto en China como en Estados Unidos amenaza con traer de vuelta el temible militarismo de la Guerra Fría original, con sus golpes de Estado y sus conflictos indirectos. Los estadounidenses nos decimos a nosotros mismos que ganamos porque éramos los buenos, un lenguaje simplista que el Congreso está retomando.

Pero solo podremos esperar seguir siendo los buenos si nos aferramos a valores como la libertad de expresión, la generosidad y la confianza en que nuestra cultura puede resistir los desafíos. Por desgracia, esos valores se ven amenazados cuando la lealtad a Estados Unidos de la representante chino-estadounidense Judy Chu es puesta en entredicho por otro congresista. Se ven amenazados cuando se presenta un proyecto de ley en la legislatura de Texas que prohibiría que haya estudiantes chinos en las universidades del estado. Y se les amenaza cuando estrechamos nuestros lazos conlíderes cuestionables como el presidente de Filipinas Ferdinand Marcos júnior —hijo del corrupto y brutal exdictador— y aumentamos nuestra presencia militar ahí.

Podríamos ganar una guerra fría con China y aun así perder parte de lo que nos hace grandes. Derrocamos a Saddam Hussein y paralizamos a Al Qaeda, pero a costa de reducir la libertad en Estados Unidos si ampliamos los poderes de la Agencia de Seguridad Nacional, la Ley patriota y la llaga purulenta de Guantánamo.

Estados Unidos puede acosar a China por sus defectos todo lo que quiera. Pero, en última instancia, ¿nuestro objetivo es ganar puntos políticos o vivir en un mundo pacífico en el que cooperemos en problemas reales como el cambio climático? Estados Unidos es más fuerte cuando predica con el ejemplo, es abierto, generoso y libre.

Mi hijo, producto de estas dos grandes naciones, nació en Shanghái en noviembre. Cuando lo tengo entre mis brazos, me pregunto si una guerra u otros problemas podrían llevarnos a la deportación o a obligar a su padre estadounidense y a su madre china a tomar decisiones dolorosas. La gente de China sigue dándonos la bienvenida; a veces se me acercan desconocidos para decirme que agradecen que haya extranjeros en su país o para decirme cosas como “¡EUA, el número uno!”.

Esos momentos dulces y alentadores no tienen por qué desaparecer. Pero debemos tomar decisiones inteligentes. Cancelar una vista diplomática importante a China por un globo fue nuestra decisión; dejarlo atrás también podría ser nuestra elección.

Acabo de regresar a Shanghái de mi primer viaje a Virginia en tres años. Para mi alivio, no sentí beligerancia hacia China. Mucha gente coincidió conmigo en que nuestras políticas y nuestra retórica política no tenían sentido.

Tal vez encontremos una mejor manera de avanzar. Pero, por si las dudas, tendré a la mano mis calzoncillos rojos.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company