Opinión: Mi nueva vecina tiene ocho patas y un don para el diseño
LO QUE NO SABEMOS SOBRE EL MUNDO NATURAL SIEMPRE EXCEDE POR MUCHO LO QUE SÍ SABEMOS.
Agosto es temporada de arañas. Las arañas tejedoras de orbes de mi jardín pasan el invierno escondidas en los sacos de huevos que sus madres les hicieron en otoño. Cuando llega la primavera, las arañitas salen de los huevos y desaparecen. Tienen muchos depredadores, así que el principio del verano es para esconderse. Para finales del verano, las que han sobrevivido ya son adultas y están listas para empezar su importante trabajo arácnido.
Para una araña tejedora de orbes, agosto es para hacer telarañas y devorar insectos (a veces, también para devorar a sus parejas). Para mí, agosto es para observar arañas. Se me ocurren pocas cosas más hermosas que una tela de araña con gotas de rocío, con las gotas de agua alineadas como diamantes sobre hilos de seda invisibles.
Por lo general, la observación de arañas significaría salir al amanecer. Las arañas tejedoras de orbes hacen sus telarañas en la oscuridad y las vuelven a devorar cuando la noche se convierte en día. Pero este año una tejedora de orbes acampó frente a la ventana de nuestro dormitorio y ha convertido todo el cristal en una estación de estudio de las arañas, como esas colmenas de demostración que caben en las ventanas de un salón de clases, mitad dentro y mitad fuera, o los comederos de pájaros que se sujetan al cristal con ventosas.
En agosto, hay arañas que tejen sus telarañas en cada esquina de las ventanas de la casa, pero nunca antes habíamos tenido a una tejedora de orbes que hiciera su residencia en una ventana.
La parte de construcción de la telaraña de este arácnido es típica de las arañas tejedoras de orbes: líneas de anclaje, un orbe central y radios y, por último, hilos circulares pegajosos que ponen la mesa de la araña. Lo que no es para nada típico (al menos no es típico de ninguna tejedora de orbes que yo haya visto antes) es la estructura que esta araña se construyó en las líneas que forman parte de la estructura permanente de su telaraña.
Es una casita de araña, del tamaño de una moneda de 50 centavos, que cuelga justo a la mitad de la ventana .
La araña construyó su escondite de seda y candelillas de roble, los hilos de flores secas que quedan de la floración primaveral de nuestro roble blanco. Las candelillas forman los muros laterales y la pared que da al patio de la casa. La ventana de nuestro dormitorio es la pared del fondo. La araña descansa ahí todo el día, a plena vista nuestra, pero resguardada de los depredadores del jardín. Ni los cucaracheros de Carolina que patrullan nuestras ventanas, inspeccionando las telarañas en busca de arañas apetitosas, han visto a esta astuta tejedora de orbes en su enramada de candelillas.
Algunas mañanas puedo ver que su trampa funcionó y que algún insecto desafortunado está atrapado en los travesaños de la telaraña, envuelto como un paquete. Una vez arrastró hasta su casa una polilla en capullo y la ató a la pared lateral con seda y más candelillas. ¿Un tentempié para más tarde? No lo sé. La mañana siguiente, la polilla ya no estaba. No quedaba ni rastro de ella en el vano de la ventana.
He de reconocer que lo que no he notado aún sobre las acciones de mis vecinos silvestres a lo largo de los años todavía supera con creces lo que he aprendido sobre ellos. Ni siquiera sé con certeza qué clase de araña tejedora de orbes es esta, ya que nunca la he visto durante el día salir completamente de su escondite. Sin embargo, esta araña y su escondite me parecen extraordinarios. ¿Podría ser que las arañas tejedoras de orbes, cualquiera que sea la especie de esta pequeña vecina, hayan estado construyendo sus propios escondites todo el tiempo y yo nunca me haya dado cuenta?
Le envié una fotografía a la experta en naturaleza de Nashville Joanna Brichetto, autora de un libro próximo a salir a la venta “This Is How a Robin Drinks: Essays on Urban Nature”, y le pregunté si había visto algo como esto antes. No lo había hecho: “¡Nunca he visto la casa de una tejedora de orbes! ¡O sabido de alguna!”, me contestó.
Resulta que no es raro que las tejedoras de orbes moteadas (la mejor suposición de Brichetto sobre la identidad de mi vecina de ocho patas) pasen las horas diurnas escondidas en “refugios de seda” pegados a los aleros o agazapadas en una hoja enrollada. A veces, la hoja permanece enrollada gracias a la seda de araña, pero leyendo por ahí no he encontrado ninguna prueba de que una tejedora de orbes moteada reúna materiales de construcción y se construya una casa. Al menos, no es un comportamiento lo bastante común como para encontrarlo en una búsqueda en internet o en cualquiera de mis guías de campo sobre arañas.
Lo que no sabemos del mundo natural siempre excede por mucho lo que sí sabemos. Pero uno de los rasgos más hermosos de nuestra especie es la curiosidad. Y cuanto más aprendemos, más nos damos cuenta de que muchas de las cualidades que consideramos exclusivamente humanas no son exclusivas de nosotros.
Los cuervosjuegan en la nieve . Las abejas muestran empatía, incluso con abejas que no pertenecen a su colonia. Los elefantes se llaman por su nombre (también los delfines y los murciélagos y quién sabe cuántos animales más). Más de 1500 especies distintas de animales tienen prácticas sexuales con individuos del mismo sexo. Las vacas disfrutan de la música. Sé de un perro que ve musicales en la televisión.
En este contexto, no debería sorprendernos que haya una araña tejedora de orbes en Tennessee que prefiera descansar en una casa de flores secas construida por ella misma.
La variación entre los individuos dentro de una especie es lo que notamos cuando prestamos atención. Esa variación, quizá más incluso que las demás características que compartimos con los animales no humanos, es donde reside la verdadera revelación de nuestro parentesco con ellos. En otras palabras, nuestro parentesco no yace en los rasgos generales que su especie comparte con la nuestra, sino en sus diferencias entre sí dentro de la misma especie.
Tan solo en mi patio, pienso en la ardilla que puede vencer al comedero de aves a prueba de ardillas y en la lagartija que se asolea y se dio cuenta de que la persona que la observa a través de una ventana no puede hacerle daño y ese colibrí del año pasado que no me tenía nada de miedo. Pienso en el arrendajo azul que aprendió a imitar el llamado de un polluelo de halcón y lo repetía solo porque le gustaba hacer el sonido. Tal vez no sea lo más inteligente del mundo que un arrendajo azul invoque a una mamá halcón, pero a este arrendajo azul le parecía muy divertido.
Los humanos somos distintos unos de otros. Ellos también.
En la escuela me advirtieron que no cometiera el “error” del antropomorfismo. Mis profesores me aseguraban que era un error atribuir sentimientos humanos a animales no humanos. Es un error atribuir a un mero conjunto de instintos y hormonas una individualidad capaz de resolver problemas, fabricar herramientas y utilizar el lenguaje. Este error tiene incluso un nombre: falacia patética.
La ciencia que está descubriendo la complejidad individual de otras criaturas coincide con la ciencia que está descubriendo el monstruoso desastre que nuestra especie ha hecho en el planeta y es imposible no preguntarse si la verdadera falacia no es la falacia patética humana. ¿No cambiaría por completo nuestra relación con la Tierra si, en cada encuentro con otros seres vivos, estuviéramos dispuestos a ver algo de nosotros mismos en ellos? ¿Incluidas las arañas?
Este artículo apareció originalmente en The New York Times.
c.2024 The New York Times Company