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Opinión: Esto es lo que sucede cuando los ejecutivos del sector tecnológico empiezan a creer su propia propaganda

El sector tecnológico tiene un problema de libertad de expresión. Tiene un problema de líderes sabelotodo. (Michael DeForge/The New York Times)
El sector tecnológico tiene un problema de libertad de expresión. Tiene un problema de líderes sabelotodo. (Michael DeForge/The New York Times)

EN SILICON VALLEY HAY UN PROBLEMA CON LOS LÍDERES SABELOTODO.

Jesse Powell, director ejecutivo de la bolsa de criptodivisas Kraken, este mes difundió entre sus 3200 empleados un documento de 31 páginas en el que pretendía describir los valores de la empresa. Sin embargo, con base en la versión editada que se publicó después en línea, el documento parecía reflejar los valores del mismo Powell, quien caracterizó sus creencias como “libertarias”, una filosofía política que enfatiza un compromiso con la protección de la libertad individual. Powell también prometió que Kraken estaba comprometida a apoyar una “diversidad de pensamiento”.

Ninguno de los temas es extraño en la retórica de las élites de Silicon Valley, pero la conducta de Powell como ejecutivo ilustra por qué estas ideas a menudo suenan vacías en la práctica. Al exigir que algunos empleados superen una “prueba de pureza ideológica” sobre los beneficios de las criptodivisas, como alguna vez la describió Powell, no se demuestra una apertura hacia la diversidad de pensamiento. Además, prometer “controlar el lenguaje” que usa la gente para describir su propia identidad de género, como supuestamente dijo Powell en una reunión con toda la empresa, está lejos de demostrar un compromiso con la protección de la libertad individual.

Mientras tanto, en Slack, una herramienta para gestionar la comunicación de equipos de trabajo, Powell les ha dicho cosas a los empleados que harían palidecer a un abogado laboral: entre ellas que a la mayoría de las estadounidenses le han “lavado el cerebro” y que falta determinar si son menos inteligentes que los hombres (después mencionó que esos comentarios fueron sacados de contexto o los catalogó de bromas). Luego, está aquella vez en la que intentó encabezar un debate en torno a quién debía tener permitido decir la palabra que empieza con “N”.

Por lo tanto, no, el comportamiento tóxico de Powell no tiene sus orígenes en su libertarismo ni en su compromiso con la diversidad de pensamiento; simplemente es un brote de su narcisismo, el cual le ha permitido convertir la empresa que dirige en un proyecto de vanidad ideológica.

Y Powell no está solo. Este mismo mes, se informó que los empleados de SpaceX habían redactado una carta en la que le pedían a su director ejecutivo, Elon Musk, que, por favor, por el amor de Dios, dejara de tuitear, y en general, mostrar la conducta errática que está provocando caos al interior de la empresa… y que en otra industria habría dado como resultado una remoción. “Es crucial dejarles claro a nuestros equipos y a nuestro potencial grupo de talento que sus mensajes no reflejan nuestro trabajo, nuestra misión ni nuestros valores”.

Musk no tardó en despedir a varios de esos empleados, bajo el argumento de que la carta estaba distrayendo a la empresa de su misión (lo cual, claro está, es exactamente lo que la carta asegura que está haciendo Musk).

Sin duda, las empresas tecnológicas no son las únicas firmas con líderes que han tomado posturas políticas: los ejecutivos de Hobby Lobby, Martin’s Famous Potato Rolls and Bread y Chick-fil-A se han alineado con una ideología política conservadora, mientras que los líderes de empresas como Ben & Jerry’s son liberales descarados. Tampoco son los primeros en librar guerras culturales al interior de sus propias empresas, como bien lo saben Disney y Starbucks.

No obstante, la cultura de Silicon Valley pone mucha fe en la idea de que un aspecto inherente de la tecnología es que cambia el mundo y que los objetivos de la industria son nobles. A los ejecutivos de alto perfil se les elogia como innovadores y revolucionarios que tienen ideas que superan las de los mortales de a pie… y a menudo producen seguidores dentro y fuera de su industria que los perciben así.

El ejemplar más prominente de este fenómeno es Musk, cuyos simpatizantes van desde los meros entusiastas hasta los que están un poco trastornados. Tal vez es comprensible que esto haya reforzado la creencia equivocada de Musk, según la cual él es capaz de entender y resolver problemas que superan el alcance de su conocimiento, incluidos el rescate de los niños tailandeses que quedaron atrapados en una cueva y solucionar los problemas de Twitter, donde la experiencia a nivel de producto que ha demostrado está limitada en su mayor parte a su uso prolífico de la plataforma.

Powell también demuestra esta valoración expansiva de sus propias capacidades, como lo hizo notar en un tuit en el que mencionó que sus esfuerzos para demostrar su tolerancia al contemplar debates al interior de la empresa se veían frustrados a causa de la ignorancia que en comparación tenían sus empleados: “El problema es que tengo más entendimiento de los temas de políticas, entonces a la gente le molesta todo y no se puede conformar con las reglas básicas de un debate honesto. De regreso a una dictadura”, tuiteó.

Este problema de los líderes sabelotodo es particularmente insidioso cuando se manifiesta en directores ejecutivos blancos que creen que su éxito los equipa para dictar qué debería y no debería ser aceptable para sus empleados, muchos de los cuales enfrentan distintas realidades estructurales en los lugares de trabajo donde son marginalizados.

A estos sabelotodo no parece ocurrírseles que su éxito al menos se debe en parte a las ventajas que tienen a causa de las desigualdades basadas en la identidad sobre las que buscan limitar la conversación. O tal vez esta idea sí se les ocurre, pero viola sus triunfantes narrativas personales, así que las descartan. Necesitan creer que son extraordinarios. Según esta lógica, la gente que contratan no lo es.

Este tipo de líder cree que es el principal activo de la empresa, por eso es normal que sus intereses sean primordiales y su derecho a hacer y decir lo que quiera debería ser ilimitado, sin ninguna consideración por las consecuencias. El problema, para él y su empresa, son tanto la ley laboral como un mercado competitivo de los mejores talentos.

Los trabajadores tienen derecho a un lugar de trabajo libre de discriminación y, aunque el significado de eso está sujeto a una interpretación legal, no se necesita un equipo de abogados laborales para entender que los trabajadores con otras opciones evitarán empresas donde se sugiera que pueden ser menos inteligentes debido a su género o donde se desalienta la expresión de sus identidades. Si un director ejecutivo sugiere, aunque sea de broma, que las mujeres son inferiores a nivel intelectual o contempla un debate sobre quién puede usar insultos racistas, las mujeres y los empleados negros entienden muy bien el mensaje. ¿Cuáles son los derechos de un empleado en este caso?

El director ejecutivo de otra plataforma de criptodivisas, Coinbase, Brian Armstrong —quien defendió a Powell y tachó de “tendencioso” el artículo del Times sobre su conducta— ha enfrentado este cuestionamiento. En el caso de Armstrong, una ola de empleados negros que dejaron la empresa en 2020 ocurrió después de unos incidentes en los que un gerente recurrió a los estereotipos raciales sobre el tráfico de drogas y en una reunión de reclutamiento las personas negras fueron caracterizadas como “menos capaces”.

En todas estas instancias, Kraken, SpaceX y Coinbase aseguraron que no toleraban las conductas discriminatorias ni los entornos laborales hostiles. Sin embargo, el adagio de que tu derecho a lanzar golpes termina donde empieza la nariz de otra persona pareciera no ponerse en práctica en las oficinas de esos ejecutivos, donde la única persona que tiene derecho a no ser golpeada es la persona a cargo.

Estos directores ejecutivos narcisistas tienen un refrán en común cuando la gente declara que no le gusta ser agredida: eres libre de buscar trabajo en otra parte. “Trabajen donde eso no les dé asco”, les dijo un ejecutivo de Kraken a empleados de la empresa en un grupo de Slack donde participan.

Powell, Musk y Armstrong envían el mismo mensaje: les importan los derechos individuales, pero no sus empleados y la diversidad de pensamiento está limitada a la expresión de ideas dentro de los límites de sus propias ideologías predilectas. Todas las críticas hacia su comportamiento son maliciosas por naturaleza (Powell llegó tan lejos que hasta demandó a exempleados que de manera anónima publicaron comentarios críticos sobre su experiencia trabajando con él en el sitio de empleos Glassdoor).

A final de cuentas, los accionistas, los empleados, los clientes y otras partes interesadas tendrán que elegir entre las empresas en las cuales están invirtiendo su tiempo, mano de obra y dinero y los sabelotodo que creen que las instituciones no serán nada sin ellos. Contrario a lo que creen estos directores ejecutivos, las dos opciones no son sinónimos.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

© 2022 The New York Times Company