Opinión: Por primera vez, me siento optimista sobre las mujeres en el mundo del cine

En un buen año cinematográfico —y a pesar de lo que puedas haber oído, 2022 lo fue— me resulta una agonía elaborar una lista de las diez mejores. Hay demasiadas películas buenas y excelentes, demasiados títulos que quiero celebrar. Sentirse abrumado por una abundancia de excelencia es un placer que experimento a menudo en los festivales de cine. Últimamente, ya sea en casa o en un festival, me llama la atención la abundancia de mujeres en la pantalla y detrás de la cámara.

Estamos experimentando un cambio radical en lo que respecta a las mujeres y el cine, un cambio de cifras, pero también de conciencia. Cada semana se estrenan películas dirigidas por mujeres, ya sean cineastas o no, que se acogen como algo normal y no como aberraciones; algunas dominan la taquilla y unas cuantas animan la temporada de premios. A pesar de los continuos prejuicios y barreras, las mujeres dirigen ahora películas con presupuestos, temas y repartos muy variados. Esto ha hecho que mi trabajo como crítica sea más apasionante.

Hace tiempo que aprendí que es desmoralizador y alienante ver una película tras otra en la que las mujeres ven a los hombres conquistar mundos. Y, sí, los hombres siguen dominando el cine estadounidense. Los gremios de productores y directores no han nominado ni a una sola mujer cineasta para sus últimos premios y el martes los premios de la academia siguieron en gran medida su ejemplo, aunque “Ellas hablan”, de Sarah Polley, fue una sorprendente nominada a mejor película. Las veinte películas más taquilleras del año pasado fueron dirigidas por hombres, un desequilibrio de género que ha sido la norma durante mucho tiempo, a pesar de excepciones como “Mujer maravilla”. Sin embargo, lo que me sorprendió en 2022 fue el número de películas encabezadas y dirigidas por mujeres que tuvieron un impacto cultural y económico.

El año pasado, las mujeres parecían estar luchando por la representación en todo tipo de películas, ya fuera Michelle Yeoh en “Todo en todas partes al mismo tiempo”, Keke Palmer huyendo con “Nop” o el ejército metafóricamente rico de mujeres guerreras que lideran la carga en “Pantera Negra: Wakanda para siempre”. Hubo más luchadoras en el drama de aventuras de Gina Prince-Bythewood, “La mujer rey”, que se estrenó en el número uno en septiembre. El fin de semana siguiente, los espectadores pudieron ver “No te preocupes, cariño”, la controvertida película de Olivia Wilde sobre una mujer que se libera de una feminidad brutalmente reaccionaria. También se estrenó en el número uno; el fin de semana siguiente fue suplantada por “Sonríe”, una película de terror sobre una mujer que se enfrenta a un demonio.

No recordaba cuándo (o si) tres películas protagonizadas por mujeres habían encabezado la taquilla de forma consecutiva, así que, tras el estreno de “Sonríe”, pregunté a Tom Brueggemann, que hace el seguimiento de la taquilla para IndieWire. Él estableció que la última vez fue en 2009 con el estreno de “Crepúsculo: Luna nueva”, “Un sueño posible” y “La princesa y el sapo”, que cuenta con la primera princesa negra de Disney. Dejando a un lado “La princesa y el sapo”, estas películas no son especialmente memorables y sus historias son de mala calidad. Sin embargo, en conjunto, su popularidad sugiere que algo importante ha empezado a cambiar en el mundo del cine, aunque solo un tercio de los personajes que hablan en las cien películas más populares sean mujeres, según un estudio.

ALGO MÁS OCURRIÓ en 2009: La película bélica de Kathryn Bigelow “Zona de miedo” se estrenó con críticas entusiastas y una taquilla decente y pronto se encaminó hacia los premios de la academia. Este tipo de campañas son arduas, pero esta dio sus frutos cuando, en marzo de 2010, Bigelow se convirtió en la primera mujer en ganar el premio a mejor directora. Al final de la noche, ya tenía un segundo Oscar cuando la cinta ganó mejor película, dos triunfos gemelos que pusieron en pie a muchos de los que la vimos en casa. Odio los Oscar cuando no me gustan, pero aquella noche me desmayé. Seguramente, pensé, esto lo cambiaría todo para las mujeres en la industria, forzando la apertura de puertas y chequeras. No fue exactamente así; no me di cuenta de que el cambio ya había empezado a colarse.

Poco después de los Oscar de Bigelow, tal y como yo los veo, escribí sobre ella y la historia de la industria en un ensayo que era, efectivamente, una versión del mismo que yo y otras exasperadas amantes del cine feminista hemos estado escribiendo desde siempre. En el ensayo, añadí esta frase de Celluloid Ceiling, un informe anual sobre las mujeres en el cine de la académica e investigadora Martha M. Lauzen: “Las mujeres representaron el siete por ciento de todos los directores que trabajaron en las 250 mejores películas de 2009”. Mi intención era que esas cifras sirvieran de recordatorio duro y aleccionador del excepcionalismo de Bigelow; ahora, sin embargo, las cifras contrastan fuertemente con las conclusiones del último estudio de Lauzen, según el cual en 2022 las mujeres representaban

el dieciocho por ciento de los directores que trabajan en las 250 principales películas.

Otro estudio publicado este mes se concentra únicamente en los cien estrenos nacionales más importantes, que es donde suelen encontrarse muchas de las películas más grandes y caras de los estudios. Este estudio, elaborado por Stacy L. Smith y la Iniciativa de Inclusión Annenberg de la USC, es bastante pesimista. El informe Annenberg señalaba que se habían producido “pequeños avances para las mujeres directoras en películas populares”, pero también concluía, comprensiblemente, que el ritmo del cambio había sido lento. El aluvión de noticias sobre los estudios fue igualmente pesimista y Variety anunció: “Sin poder cambiar: dos informes examinan la falta de progreso de Hollywood en la mejora de la diversidad en los platós de cine”.

Los datos son irrefutables e indiscutibles. De forma flagrante, las mujeres, mayoría en la población, siguen siendo minoría en el mundo del cine por una razón y solo por una: la discriminación por razón de sexo, ilegal en Estados Unidos desde 1964, la cual sigue siendo habitual en la industria. Los hombres siguen obteniendo más financiamiento, mayores oportunidades, más actuaciones geniales, más segundas oportunidades. Los hombres también siguen fracasando y aburriendo al público con las mismas historias viejas. Sin embargo, lo que estas verdades y todas las estadísticas desalentadoras no revelan son otros cambios más sutiles y radicales que son difíciles de cuantificar, cambios que me hacen sentir inusualmente optimista sobre el estado del arte y de la industria.

Parte de mi optimismo puede deberse a lo que ocurrió entre el estudio de 2009 y los de 2022, porque esto es lo que pasó además de que Bigelow ganara sus premios Oscar: “Damas en guerra” se convirtió en un éxito arrollador; Ava DuVernay se convirtió en la primera mujer negra en ganar el premio a mejor directora en el Festival de Sundance; Pixar estrenó “Valiente”, su primera película con una protagonista femenina; “Los juegos del hambre” popularizó un nuevo prototipo heroico estadounidense; “Frozen” fue un éxito monstruoso y también lo fue “Gravedad”; DuVernay dirigió “Selma”, que fue estrenada por Paramount Pictures y nominada a mejor película en los premios de la academia y, aunque no recibió una nominación a mejor directora, respondió a ese desaire construyendo un imperio del entretenimiento.

LAS MUJERES AYUDARON A INVENTAR EL CINE, pero fueron excluidas de Hollywood como directoras desde la década de 1930 hasta la de 1960. Otras mujeres, en su mayoría blancas, siguieron protagonizando películas dirigidas mayoritariamente por hombres (blancos), una división del trabajo en función del género que contribuyó a crear modelos mentales muy arraigados: las mujeres debían ser miradas, parafraseando a la académica feminista Laura Mulvey, mientras que los hombres pertenecían al mundo de la acción, tanto si interpretaban al héroe en pantalla como si llevaban la voz cantante detrás de la cámara. No obstante, un pequeño grupo de mujeres independientes consiguió hacer películas fuera de Hollywood década tras década, a pesar de las dificultades culturales y económicas y de la indiferencia, el desprecio y el abuso de los dirigentes y sus portavoces, incluyendo el periodismo.

A veces he pensado que, mientras los hombres son considerados autores, las mujeres son un problema: no hace mucho, la opinión generalizada en la industria era que ellas no podían dirigir películas de acción (como me dijo una ejecutiva de un estudio), que hacían películas para chicas (un término que a menudo se utilizaba de forma condescendiente y peyorativa) y que sus éxitos de taquilla eran siempre una sorpresa (como han insistido innumerables noticias). Por supuesto, la fama de alborotadoras no ha desaparecido, como demuestra la falsa indignación que provocó “No te preocupes, cariño” de Wilde el año pasado porque ella y su estrella masculina, Harry Styles, habían tenido una relación. Estaba claro para cualquier persona pensante que el género de Wilde había ayudado a convertir ese escándalo putativo en noticia. Fue un momento lúgubre y sombrío. Sin embargo, aunque en otras ocasiones me habría esforzado mucho por no criticar una película de una mujer por su condición de unicornio, esta vez no lo dudé. La verdadera igualdad significa que las mujeres deben poder tener éxito, fracasar y seguir adelante, igual que los hombres; se les debe permitir ser tan brillantes, imperfectas y humanas.

Puede parecer profundamente injusto que cada vez más mujeres y miembros de otros grupos marginados se hayan introducido en este negocio obstinadamente excluyente, históricamente racista y sexista, en un momento en el que parece que a menos gente le importa realmente el cine. Y, a decir verdad, una de las razones por las que las mujeres han podido abrirse camino es precisamente porque la industria ya no se parece a la empresa altamente centralizada, cegadoramente blanca y abrumadoramente dominada por los hombres que fue durante décadas, cuando la independencia era rara y el único poder que la mayoría de las mujeres ejercían en Hollywood era como estrellas. La crisis de una persona puede ser la oportunidad de otra y las mujeres han seguido avanzando incluso cuando el resto del mundo del cine se ha tambaleado.

Sé que mi optimismo puede parecer extraño, contraintuitivo o simplemente ilusorio. Lo comprendo. No hace tanto tiempo, pensaba que lo mejor sería que toda la maquinaria explotara, que los grandes estudios acabaran de una vez y murieran, dejando espacio para que otros construyeran algo diferente y mejor. En efecto, la industria del cine parece estar haciendo un buen trabajo de autocombustión. Pero lo cierto es que, a pesar de las estadísticas y los premios, el mundo del cine es diferente al de hace 30, 20 o incluso 10 años. El mundo parece diferente. Como he sugerido, no hay una única razón para el cambio en la forma de pensar sobre las mujeres y el cine, pero es un cambio positivo y esperanzador. El cambio ha sido lento. Pero el cambio ha llegado porque las mujeres han seguido a sus musas, han perfeccionado su arte y han prestado atención a sus voces sin importar los obstáculos que se les han presentado y, al hacerlo, han cambiado las ideas sobre la representación cinematográfica, sobre quién puede ser el héroe en el plató y en la pantalla. Bigelow, como me lo recordó en una entrevista de 2009, nunca había rodado una película de estudio. En la última década, DuVernay ha seguido un camino diferente y ha encontrado la manera de trabajar con el sistema al tiempo que lo cambiaba. Ella y tantas otras mujeres están creando y rehaciendo mundos a su imagen y semejanza.

c.2023 The New York Times Company