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Opinión: la política exterior de Lula da Silva da señales de envejecimiento

Los presidentes Luis Arce, Nicolás Maduro y Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasilia. (AP/Andre Penner)
Los presidentes Luis Arce, Nicolás Maduro y Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasilia. (AP/Andre Penner) - Créditos: @Andre Penner

RÍO DE JANEIRO.- En pocas áreas de gobierno, el presidente Luiz Inacio Lula da Silva muestra tantas señales de ideas envejecidas como en materia de política exterior. Mientras que los gobiernos de todo el mundo y de diferentes corrientes políticas tenían la expectativa de que los lineamientos del nuevo gobierno fueran el puntapié inicial de una nueva etapa de inserción global para Brasil, sobre todo en materia de política ambiental, el mandatario brasileño optó por tomar el camino de reivindicar un pasado que a él le parece mucho más glorioso que a quienes miran desde afuera. ¿El resultado? Frustración y una profunda sensación de vergüenza.

Después de ese ida y vuelta retórico sobre la posibilidad, nunca convertida en un plan de acción factible, de que Brasil liderara un grupo de países para negociar el fin de la guerra en Ucrania –idea que terminó en paso de comedia con su desencuentro con Volodimir Zelensky en Japón–, Lula decidió utilizar la cumbre de presidentes regionales que había organizado para sacarle lustre a la biografía de Nicolás Maduro y reescribir la historia actual de Venezuela, haciendo exactamente lo que les criticó a los detractores de Maduro: generar un relato falso.

Recriminación

El resultado no podría ser más vergonzoso. Lula tuvo que escuchar “en su propia casa” los retos de los presidentes de Uruguay, Luis Lacalle Pou, y de Chile, Gabriel Boric.

Y ni puede descalificar las advertencias de Lacalle Pou con el argumento simplista de que es de derecha: las duras frases de Boric obturaron esa vía de escape, siempre tan conveniente.

El episodio muestra que en sus siete años fuera del poder el PT perdió la oportunidad de actualizar los lineamientos de su política exterior.

Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasilia. (AP/Andre Penner)
Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasilia. (AP/Andre Penner) - Créditos: @Andre Penner

Y no para volverse menos progresista o dejar de ser un partido de izquierda, sino para conocer e interiorizarse de lo que profesa la izquierda progresista más moderna sobre la defensa de la democracia sin alineamientos ideológicos automáticos, y sobre el actual predominio de agendas como la ambiental, por ejemplo, frente a otras que eran más relevantes en el siglo XX, y a las que Lula y sus asesores siguen atados.

Nueva generación

Boric forma parte de esa nueva generación de políticos de izquierda para los que no solo no es tabú tratar como tales a los dictadores, aunque sean del “mismo campo”, sino que es algo necesario, ante la amenaza de los autócratas de ultraderecha alrededor del mundo.

Boric entiende que para enfrentar el avance de estos dictadores hay que tener legitimidad, coherencia y, sobre todo, inteligencia, o sea no comprometerse con quienes simplemente se calzaron el garfio en la otra mano.

¡Vamos, vamos! No hay sesgo que alcance para calificar como políticos progresistas o de izquierda a Maduro o al dictador nicaragüense, Daniel Ortega, frente a la persecución de los adversarios políticos, la violación sistemática de los derechos humanos, la opresión de los pueblos originarios, de las mujeres y de las comunidades LGBTQIA+ en esos dos países y otras dictaduras “de camaradas”.

Y mientras insiste en desempolvar ideas apolilladas, por otro lado Lula también está perdiendo su mejor pasaporte para convertirse en el líder que aspira ser ante los ojos del mundo: gran protagonista de la agenda verde.

El avance del Congreso y de sectores del propio gobierno sobre el Ministerio del Medio Ambiente y sobre la política hacia los pueblos indígenas podría devolver a Brasil al estatus de paria internacional que tuvo durante los años de Jair Bolsonaro y dejar expuestas las contradicciones entre el enfático discurso verde de su campaña electoral y una actual gestión ambigua.

Hay que calcular mejor el poder de daño de los discursos de Lula en temas de política exterior, porque amenaza con consumir demasiado pronto el peso internacional que recuperó con su triunfo electoral, y que incluso podría ser un activo importante para él y para Brasil.

Un jefe de Estado no puede basarse únicamente en el pasado y en su propia sensación para hablar de temas complejos. Porque entonces es él quien produce relatos vacíos.

Vera Magalhães

Traducción de Jaime Arrambide