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Opinión: ¿Pence hará lo correcto?

El 6 de enero, el vicepresidente presidirá el recuento de los votos del Colegio Electoral en el Congreso. Esperemos que no haga lo impensable… e inconstitucional. (Tom Brenner/The New York Times)
El 6 de enero, el vicepresidente presidirá el recuento de los votos del Colegio Electoral en el Congreso. Esperemos que no haga lo impensable… e inconstitucional. (Tom Brenner/The New York Times)

EL 6 DE ENERO, EL VICEPRESIDENTE PRESIDIRÁ EL RECUENTO DE LOS VOTOS DEL COLEGIO ELECTORAL EN EL CONGRESO. ESPEREMOS QUE NO HAGA LO IMPENSABLE... E INCONSTITUCIONAL.

Hace poco, el presidente Donald Trump tuiteó que “el Departamento de ‘Justicia’ y el FBI no han hecho nada en relación con el fraude electoral de las elecciones presidenciales de 2020”, seguido por estas líneas más siniestras: “Nunca se rindan. Todos atentos a D. C. el 6 de enero”.

La referencia inequívoca es el día en que el Congreso contará los votos del Colegio Electoral, bajo la batuta del vicepresidente Mike Pence. Trump confía en que el vicepresidente y sus aliados del Congreso van a invalidar las elecciones de noviembre, al desechar votos a favor de Joe Biden debidamente certificados.

Hasta ahora, Pence no ha dicho que haría algo así, pero las palabras del presidente son preocupantes. La semana pasada, dijo: “Vamos a seguir luchando hasta que se cuenten todos los votos legales. Vamos a ganar Georgia, vamos a salvar a Estados Unidos”, mientras una multitud gritaba: “Detengan el robo”.

Y algunos republicanos no se dan por vencidos. El lunes, el representante de Texas Louie Gohmert y otros políticos presentaron una frívola demanda, con múltiples defectos garrafales tanto de forma como de fondo, en un intento para obligar al vicepresidente a nombrar electores pro-Trump.

El propio Trump ha criticado la opinión de casi todo el mundo sobre la elección, desde la de la Corte Suprema, pasando por la del FBI, hasta la del senador Mitch McConnell, pero nunca ha atacado a Pence, lo cual sugiere que tiene esperanzas en el vicepresidente.

Sin embargo, como una cuestión de constitucionalidad e historia, todo esfuerzo el 6 de enero está condenado al fracaso. Además, sería profundamente antidemocrático e inconstitucional.

Tanto el artículo II de la Constitución como la 12ª enmienda establecen que “el presidente del Senado” (es decir, el vicepresidente) puede abrir los votos del Colegio Electoral. La Ley de Recuento Electoral, que se promulgó en 1887 para evitar recuentos caóticos como el que se dio después de las elecciones de 1876, añade detalles importantes. La ley establece una cronología detallada para el recuento de votos electorales, que termina con el recuento final que se lleva a cabo el 6 de enero y describe las facultades del vicepresidente.

Será la “autoridad que preside” (lo cual significa que debe mantener el orden y el decoro), la que abre los sobres de las boletas electorales, entrega esos resultados a un grupo de escrutadores, solicita a los miembros del Congreso presentar sus objeciones, anuncia los resultados de los votos sobre las objeciones y, al final, anuncia el resultado de la votación.

Ninguna parte del texto de la Constitución ni de la Ley de Recuento Electoral otorga al vicepresidente un poder sustantivo. Tiene facultades ministeriales y ese papel circunscrito tiene sentido general: el objetivo de una elección es dejar que el pueblo decida quién lo gobernará. Si un gobernante en funciones pudiera simplemente maniobrar para mantenerse en el cargo (después de todo, una maniobra para proteger a Trump también protege a Pence), el precepto más fundamental de nuestro gobierno se vería gravemente socavado. En Estados Unidos, “nosotros el pueblo”, no “nosotros, el vicepresidente”, controla nuestro destino.

Los autores de la Ley de Recuento Electoral insistieron de manera deliberada en que el rol del vicepresidente se debilitara. Evitaron cualquier pretensión que tuviera de desechar los votos de un estado en particular, con el argumento de que el vicepresidente debe abrir “todos los certificados y papeles que pretendan ser” votos electorales. Además, establecieron que, en caso de una controversia, ambas cámaras del Congreso tendrían que estar en conflicto con la lista de votos electorales de un estado en particular para rechazarlos. Y dificultaron que el Congreso estuviera en desacuerdo, al incluir medidas como la disposición de “puerto seguro” y la deferencia a la certificación por parte de las autoridades estatales.

En esta elección, la certificación es clara. No hay impugnaciones legales que tengan mérito alguno en los estados. Todas las impugnaciones perdieron, de manera espectacular y, muchas veces, en los tribunales. Los estados y los electores han manifestado su voluntad. Ni el vicepresidente Pence ni los fieles seguidores del presidente Trump tienen bases válidas para impugnar algo.

Sin duda, esta estructura crea incomodidad, ya que obliga al vicepresidente a anunciar el resultado aun cuando le sea desfavorable.

Después de las reñidas elecciones de 1960, Richard Nixon, en su carácter de vicepresidente, contó los votos de su opositor, John Kennedy. Al Gore, en tal vez uno de los momentos más dramáticos de la breve historia de nuestra República, contó los votos e informó que favorecían a George W. Bush.

Ver a Gore contar los votos, poner fin a todas las impugnaciones y entregarle la presidencia a Bush fue un momento poderoso para nuestra democracia. Para cuando contó los votos, Estados Unidos y el mundo sabían dónde estaba parado. Y todos nos alegramos cuando Gore, al final, pidió a Dios bendecir a los nuevos presidente y vicepresidente y se unió a los aplausos de la cámara.

Los líderes republicanos —incluidos los senadores McConnell, Roy Blunt y John Thune— reconocieron el resultado de las elecciones, a pesar de la ira del presidente. McConnell lo puso en términos claros: “El Colegio Electoral ha hablado. Así que hoy, quiero felicitar al presidente electo Joe Biden”.

Cabe destacar que Pence ha guardado silencio. Ni siquiera ha reconocido la victoria histórica de Kamala Harris, la primera mujer de ascendencia afro y asiático-estadounidense en ser electa vicepresidenta de la nación.

Ahora se encuentra en el filo de la historia al comenzar su acto de liderazgo más importante. La pregunta para el vicepresidente Pence, así como para otros miembros del Congreso, es de qué lado de la historia quieren estar. ¿Pueden hacer gala de la integridad demostrada por cada gobierno presidencial anterior? El pueblo estadounidense ve con buenos ojos a los que saben aceptar la derrota con gracia, pero los malos perdedores nunca se ven bien en los libros de historia.

Exhortamos a Pence a que estudie a nuestro primer presidente. Después de la Guerra de Independencia, el artista Benjamin West informó que el rey Jorge le había preguntado qué haría el general Washington ahora que Estados Unidos era independiente. West contestó que Washington dejaría el poder y volvería a la agricultura. El rey Jorge respondió con palabras en el sentido de que “si lo hace, será el hombre más grande del mundo”.

En efecto, Washington así lo hizo; cedió el mando del Ejército al Congreso y regresó a Mount Vernon donde permaneció durante años hasta que fue electo presidente. Y ocho años después volvió a renunciar al poder, aun cuando a muchos les habría gustado que se mantuviera en la presidencia de por vida. De esta manera, Washington materializó por completo la República estadounidense, porque no hay República sin la transferencia pacífica del poder.

Y ahora le toca a Pence reconocer justo eso. Como todos sus predecesores, debe contar los votos tal como se certificaron y hacer todo lo pueda para oponerse a quien pretenda hacer lo contario. No es momento de ser espectador, nuestra República está en juego.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company