Opinión: Los obispos, Biden y un mundo feliz

Durante las últimas cuatro décadas más o menos, poco después de que se concibieron los primeros “bebés probeta” fuera de un vientre humano, los científicos habían seguido la llamada regla de 14 días, la cual limitaba las investigaciones en embriones humanos a sus primeras dos semanas de vida, antes de varias fases clave del desarrollo como las primeras señales de la formación del sistema nervioso central.

Esa regla era un compromiso ético y un gesto para tranquilizar a una sociedad aprensiva; también era un límite en gran medida teórico, ya que durante gran parte del periodo en cuestión era imposible mantener a un embrión vivo tanto tiempo fuera de la matriz.

Sin embargo, en los últimos cinco años esto se ha vuelto posible, y ahora la regla ha desaparecido. En mayo, la Sociedad Internacional para la Investigación con Células Madre (ISSCR, por su sigla en inglés), una organización profesional crucial para los científicos que llevan a cabo este tipo de investigación, publicó nuevos lineamientos éticos que abren paso a las investigaciones en embriones mayores en casos particulares, sin establecer un límite de desarrollo definido para estos experimentos.

Este cambio llega al mismo tiempo que otros descubrimientos científicos que prometen facilitar más que nunca las investigaciones en embriones, específicamente el desarrollo de estructuras cada vez más complejas similares a los embriones, modelos biológicos creados a partir de células madre o células cutáneas adultas que se parecen mucho a la vida humana aún por nacer. La cuestión de cuánto se parecen, tanto en términos científicos como filosóficos, todavía no tiene respuesta. No obstante, se podría decir que hay un punto de progreso científico en el que una estructura parecida a un embrión es simplemente un embrión creado en lugar de concebido. Así que es bastante fácil imaginar un futuro en el que el viejo mundo de la regla de 14 días aplicada a un suministro limitado de embriones donados se transforme, a paso lento pero seguro, en un mundo en el que se fabrique en serie vida humana embrionaria y sea sujeto de investigaciones experimentales a gran escala.

Los conflictos derivados de este cambio podrían llenar varias revistas de bioética, pero por ahora me interesa una sola pregunta política y religiosa: ¿hay algún escenario en el que este tipo de futuro enfrentaría una oposición significativa de los políticos católicos del Partido Demócrata?

Esta pregunta es relevante debido al debate que en este momento está dividiendo a la Iglesia católica estadounidense, eternamente dividida, en torno a la disyuntiva de si los obispos deben o no publicar un documento sobre la recepción apropiada de la comunión que podría proponer o al menos sugerir (el documento no existe aún) que se les niegue la eucaristía a los políticos católicos que apoyen o voten a favor de financiar el aborto. Es decir, a políticos católicos como el presidente de Estados Unidos, que es un asiduo asistente a misa.

La justificación para negar la comunión es clara, si bien enturbiada por desacuerdos ideológicos. Nuestros dos partidos políticos asumen posturas que van en contra de las enseñanzas católicas, pero si el aborto es lo que la Iglesia católica (con justa razón) considera que es, la eliminación intencional de vida humana inocente, entonces este es un asunto distinto a los típicos debates partidistas. El régimen jurídico respaldado por los demócratas ha permitido decenas de millones de abortos desde el fallo del caso Roe contra Wade; ninguna resistencia republicana a invertir suficientes fondos en servicios de salud o educación tiene ese tipo de consecuencia letal directa. Esto incluye el apoyo republicano a la pena de muerte, sobre la cual ahora la Iglesia se pronuncia a favor de su abolición: un puñado de ejecuciones de personas declaradas culpables de delitos graves (hubo 17 ejecuciones en Estados Unidos en 2020) no se compara con los cientos de miles de abortos.

En ese sentido, negarles la comunión a los políticos que de cierta manera están implicados en esos abortos es un acto tanto político como pastoral. Es político porque establece que la Iglesia se toma el aborto con la seriedad que asevera, ya que usa una de las pocas medidas disciplinarias que tiene a su disposición. Es pastoral porque los políticos en cuestión están implicados en un pecado excepcionalmente grave y público, y recibir la comunión en ese contexto es un posible sacrilegio del cual debe protegerse no solo la eucaristía, sino también a ellos.

Sin embargo, este tipo de lógica simple no hace que el plan de negarle la comunión a Joe Biden sea necesariamente prudente. El primer problema es que solo puede tener relevancia pastoral si la negación sucede y, conforme a la estructura de la Iglesia, solo los obispos de Biden (es decir, el obispo de Wilmington, Delaware, o el arzobispo de Washington D. C.) y los sacerdotes subordinados a su autoridad pueden tomar esa decisión. Por lo tanto, la consecuencia más probable de la publicación de un documento de este tipo por parte de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos es que Biden siga asistiendo a misa y recibiendo la comunión de sacerdotes y prelados amables, mientras que los obispos como corporación, una ya bastante debilitada y mancillada por el escándalo, quedan como si hubieran hecho una intervención partidista sin ningún impacto significativo.

Esto me lleva al segundo problema: que un intento directo de prohibir la comunión será interpretado de manera inevitable como una intervención partidista, en un momento en que el aprisionamiento partidista del cristianismo conservador, tanto protestante como católico, es un problema grave para el testimonio de la Iglesia.

Con esto me refiero a que no importa cuán razonable sea el enfoque de los obispos respecto al aborto como un problema preeminente, en una nación polarizada ha creado una situación en la que, al parecer, los republicanos pueden salirse con la suya y promover una amplia variedad de medidas, políticas y mentiras llanas que van en contra de las enseñanzas de la Iglesia —muchas de las cuales se pusieron de manifiesto durante el gobierno de Donald Trump, en el que había muchos católicos— y ser perdonados siempre porque los demócratas apoyan el fallo de Roe contra Wade. Esto, a su vez, hace que una Iglesia provida parezca cómplice de las maldades de la derecha —desde el maltrato a niños migrantes hasta los indultos a soldados acusados de crímenes de guerra y los meses de deshonestidad respecto de las elecciones de 2020— de maneras que socavan su credibilidad ante los muchos católicos que, por motivos comprensibles, no votaron por Trump.

Supongo que esta es la perspectiva del círculo del papa Francisco en Roma, que no ha mostrado voluntad de respaldar el posible documento relacionado con la comunión propuesto por los obispos estadounidenses. Es una perspectiva que asume que la autoridad de la Iglesia debe restaurarse antes de poder ejercerse, y que lo que requiere el catolicismo es una suerte de paciencia estratégica para renovar poco a poco y de manera simultánea la fe religiosa y la credibilidad pastoral, luego de tantos escándalos y tanta desilusión.

No obstante, la dificultad de esta estrategia radica en otro conjunto de actores involucrados: los políticos demócratas católicos, que no solo se mantienen firmes en una especie de postura moderada provida de abortos “seguros, legales e infrecuentes”, sino que están siguiendo a su partido y a la corriente más amplia del liberalismo en una dirección más radical.

Mientras que antes el gobernador de Nueva York, Mario Cuomo, daba discursos filosóficos angustiosos sobre su oposición personal al aborto, ahora su hijo ilumina la Torre de la Libertad para celebrar una ley que protege el aborto en el tercer trimestre del embarazo. Cuando antes los demócratas de la Cámara de Representantes incluían a un caucus provida, pequeño pero sólido, y a muchos miembros provida atribulados por discursos discordantes, ahora la actitud predominante es más cercana a la expresada por el representante de California Ted Lieu en un tuit que enlistaba sus desacuerdos con las enseñanzas de la Iglesia: “La próxima vez que vaya a la iglesia, quiero que se atrevan a negarme la comunión”.

Y aunque Joe Biden alguna vez fue un demócrata moderado a favor de la Enmienda Hyde, que restringe el uso de fondos federales para el aborto, ahora consideró que este era uno de los pocos temas en los que tenía que decantarse mucho más a la izquierda durante su campaña, por lo que abandonó sus posturas previas y se pronunció con mucha más firmeza a favor del derecho al aborto.

Aquí es donde la regla de 14 días y el cambio constante de la embriología se vuelven relevantes. Este endurecimiento de la postura católica liberal se está dando en un momento en que la capacidad científica para crear y explotar la vida humana está aumentando con rapidez, lo que significa que el debate sobre cómo proteger la vida humana nonata, o si acaso debe protegerse, involucrará cada vez más tanto a los laboratorios como a los vientres, y conllevará preguntas que irán del poder de la ciencia a los derechos de la mujer.

También está sucediendo en un momento en el que la rama secular del liberalismo se siente cada vez más cómoda con la eutanasia en muchos países occidentales, por lo que apoya medidas que van más allá del suicidio asistido por médicos para enfermos terminales y buscan ofrecer la muerte asistida como un supuesto acto de misericordia para una gama más amplia de pacientes (incluso existe un paralelismo siniestro al otro extremo de la vida, es decir, en los cambios recientes en los lineamientos para la investigación en embriones: una iniciativa para redefinir los criterios para determinar la muerte de modo que sea más fácil extraer órganos, lo que implica un riesgo de declarar el fallecimiento de algunos pacientes de manera prematura).

Entonces, regresando a mi pregunta inicial: ¿hay alguna evidencia que indique que los políticos católicos de la izquierda, los Joe Biden de las generaciones futuras, se pronunciarán con firmeza en contra de estas inminentes tendencias que van más allá del aborto? Creo que la respuesta es no. Ya es muy poca la diferencia entre el utilitarismo laico y el catolicismo liberal en su manifestación tanto política como partidista. Intelectuales católicos con tendencias de izquierda quizás escriban textos de crítica o arrepentimiento sobre la mercantilización de la vida humana o la proliferación del suicidio, pero, a juzgar por las últimas décadas, es probable que los políticos católicos demócratas sigan la corriente de lo que sea que requieran el progreso laico o el individualismo.

De ahí nace el dilema de los obispos católicos estadounidenses en el año 2021. Hay muchas buenas razones para evitar un enfrentamiento político en torno a la comunión y el aborto en este momento, muchos motivos para pensar que cualquier esfuerzo resultará contraproducente o simplemente fracasará.

Sin embargo, si en las próximas generaciones avanzamos hacia un mundo en el que el liberalismo de los políticos católicos los lleve a apoyar no solo el derecho al aborto, sino una realidad estilo “Un mundo feliz” en la que la vida humana se fabrique, mercantilice, diseque y aniquile con indiferencia, entonces es posible que los obispos del futuro recuerden nuestros días y se lamenten por no haber hallado una manera de decir “ya es suficiente”.

© 2021 The New York Times Company