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Opinión: El negacionismo climático, el negacionismo de la COVID-19 y la caída de la derecha

Antes de que la derecha adoptara el negacionismo de la COVID-19, existía el negacionismo del clima. Muchas de las actitudes que han caracterizado la respuesta de la derecha a la pandemia de coronavirus (como el rechazo a reconocer los hechos, las acusaciones de que los científicos forman parte de una vasta conspiración liberal y la negativa a enfrentar la crisis) se prefiguraron en el debate climático.

Sin embargo, a partir de la respuesta a la COVID-19 entre los funcionarios republicanos —en particular, la oposición a las vacunas que salvan vidas— es difícil escapar a la conclusión de que la vena paranoica y antirracional de la política estadounidense no es tan mala como pensábamos; es mucho mucho peor.

El lunes, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU publicó su último informe. Las conclusiones no sorprenderán a nadie que haya seguido el tema, pero no dejan de ser aterradoras.

Según el grupo, los daños más importantes del cambio climático ya están hechos. De hecho, ya se están produciendo, ya que el mundo experimenta fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor en el noroeste del Pacífico e inundaciones en Europa, que se han hecho mucho más probables por el aumento de las temperaturas globales. Y a menos que tomemos medidas drásticas muy pronto, se avecina una catástrofe.

Sin embargo, podemos predecir con seguridad cómo reaccionarán los conservadores influyentes al informe, si es que reaccionan. Dirán que es un engaño o que la ciencia no tiene todavía certeza o que cualquier intento de mitigar el cambio climático devastaría la economía.

Es decir, reaccionarán como han reaccionado a las advertencias anteriores, o como reaccionaron a la COVID-19. Los fenómenos meteorológicos extremos tal vez no cambien nada. Después de todo, gobernadores republicanos como Ron DeSantis en Florida y Greg Abbott en Texas siguen oponiéndose a las medidas de control del virus (no solo negándose a tomar medidas, sino además tratando de bloquear la exigencia de vacunas por parte de los gobiernos locales e incluso de las empresas privadas) mientras las hospitalizaciones se disparan.

No obstante, aunque hay importantes similitudes entre la respuesta de la derecha al cambio climático y su respuesta a la COVID-19, también hay algunas diferencias importantes. La pandemia ha abierto fronteras a la irracionalidad destructiva.

Aunque el negacionismo del cambio climático era intelectualmente irresponsable y moralmente indefendible, también incluía una especie de cerrazón mental.

En primer lugar, las advertencias sobre el cambio climático siempre se referían al largo plazo, lo que facilitaba a los negacionistas afirmar que las fluctuaciones a corto plazo refutaban todo el concepto: “¡Miren, hoy hace frío, así que el calentamiento global es un engaño!”. Este tipo de evasión se ha vuelto más difícil en estos días, ahora que estamos teniendo lo que se supone que son incendios e inundaciones, de los que ocurrían cada cien años, cada par de años. Pero ayudó a enturbiar el tema.

Además, había mucho dinero detrás del negacionismo climático. Los beneficiarios de los combustibles fósiles estaban dispuestos a gastar grandes cantidades de dinero para crear una niebla de escepticismo con la esperanza de que retrasar la acción climática sería bueno para sus ganancias.

Por último, pero no por ello menos importante, los ideólogos del libre mercado no querían oír hablar de problemas que el libre mercado no puede resolver.

Ninguna de estas explicaciones funciona en el caso del actual negacionismo de la COVID-19.

El aumento de siete veces en las hospitalizaciones de Florida desde mediados de junio no puede descartarse como un problema hipotético a largo plazo.

Es posible que las empresas hayan protestado por los cierres que redujeron las ventas, pero según lo que puedo ver, a las empresas les urge la máxima vacunación, lo cual les ayudaría a volver a su actividad habitual y cada vez son más las empresas que imponen sus propios mandatos de vacunación.

Y hasta los libertarios de hueso colorado suelen admitir que el sector público debe fomentar las vacunas para detener una plaga.

Sin embargo, henos aquí: tratar de limitar una pandemia mortal, incluso a través de vacunas que transmiten enormes beneficios con poco riesgo, se ha convertido en una cuestión sumamente partidista.

¿Cómo pasó esto? Yo contaría la historia de esta manera: el ritmo acelerado en la vacunación de Estados Unidos durante la primavera fue una muy buena noticia para la nación, pero también fue una historia de éxito para el gobierno de Joe Biden. Así que los conservadores influyentes, para quienes controlar a los liberales es siempre un objetivo primordial, comenzaron a poner obstáculos al programa de vacunación.

Esto tuvo consecuencias de gran alcance. Como he escrito antes, el Partido Republicano moderno se parece más a una secta política autoritaria que a un partido político normal, por lo que la obstrucción de las vacunas (no necesariamente la denuncia de las vacunas en sí, sino la oposición a cualquier esfuerzo para que las vacunas lleguen a los brazos de la gente) se convirtió en una prueba de lealtad, una posición que uno tomaba para demostrar que era un republicano leal a Trump.

Es de suponer que los políticos que hicieron este cálculo no tenían ni idea de que la realidad devolvería el golpe así de duro y así de rápido: que Florida se encontraría tan rápido con un índice de hospitalizaciones casi nueve veces superior al de Nueva York, que las ciudades de Texas se encontrarían casi sin camas en la unidad de terapia intensiva. Pero es casi imposible que cambien de rumbo. Si Ron DeSantis admitiera la letalidad de sus errores en lo que respecta a la COVID-19, sus ambiciones políticas estarían acabadas.

Así que el negacionismo de la COVID-19 ha resultado ser incluso peor que el negacionismo del cambio climático. Hemos pasado de un cínico servicio a los intereses corporativos a una agresiva e histriónica antirracionalidad. Y la caída de la derecha continúa, sin tocar fondo.

© 2021 The New York Times Company