Opinión: La monarquía británica es un juego en el que Enrique y Meghan no quisieron participar.

EL PRÍNCIPE ENRIQUE CONFUNDIÓ EL SACRIFICIO CON SERVICIO. MEGHAN, DUQUESA DE SUSSEX, LO CONFUNDIÓ CON LA FAMA.

¿Qué se le pide a la monarquía británica?

La respuesta es obvia, aunque sea doloroso y vergonzoso admitirlo: es la voluntad a ser consumido. A veces, como cuando vi al príncipe Enrique con 12 años caminar detrás del ataúd de su madre, la princesa Diana, pienso que la monarquía no es tanto un encantamiento nacional o un engaño sino una enfermedad nacional. Una vez completé un rompecabezas del rostro de la reina. Lo compré en una tienda de regalos en Sandringham, la casa de campo de la reina. ¿Qué es eso sino un acto de control por parte del sujeto del objeto?

Para los extranjeros es difícil saber qué quiere la gente del Reino Unido de la familia real. A veces incluso miembros de la familia, por razones de autopreservación, no se permiten descubrirlo. Y si el príncipe Enrique y Meghan, la duquesa de Sussex, saben qué es, entonces están desencantados.

La pareja se retiró de la vida real a principios de este año y se han refugiado en California, desde donde han enviado una lista de casos en los que fueron lastimados por los medios británicos y la casa real. La lista lleva por nombre “Encontrando la libertad”, y es la nueva biografía de la pareja, escrita por Carolyn Durand y Omid Scobie, y publicada esta semana. Es un libro que evidentemente tiene el respaldo de Enrique y Meghan, los cuales, sospecho, podrían incluso haber escrito algunas partes. Se siente como una autobiografía.

Es un texto quejumbroso con detalles fascinantes. Por ejemplo, relata la vez que Meghan fue acusada por los medios británicos —que más que enemigos son como una chica pesada del colegio, una ‘amienemiga’ siempre vigilante— de utilizar el color errado de esmalte de uñas (uno muy oscuro) en los Premios de la Moda Británica. Sin embargo, escriben Durand y Scobie, “no existía un protocolo de esmalte de uñas”. En otra oportunidad, Meghan le pidió a Angela Kelly, vestuarista y amiga de la clase trabajadora de la reina Isabel II, una prueba de cabello con tiara antes de su boda. La vestuarista ignoró la petición hasta que la reina intervino. Nos enteramos que Meghan “siempre se ha enorgullecido de ser una gran empacadora” de ropa y de que Catalina, duquesa de Cambridge, todavía conocida de modo coloquial como Kate Middleton, le envió flores a Meghan en su cumpleaños, pero que “Meghan habría preferido que Kate se le hubiera acercado durante los momentos más difíciles con la prensa”.

Ningún miembro de la familia real es ofendido de manera explícita en el libro. El príncipe Guillermo y Catalina lucen distantes (cuando simplemente son ingleses), pero nada más. El príncipe Guillermo llamó a Meghan “esta muchacha”. Catalina salió de compras sin ofrecerle a Meghan un aventón en su Range Rover, aunque ambas iban a la misma calle.

A lo largo del libro, es visible la indignación del príncipe Enrique por la manera en que los británicos tratan a la realeza. Lo dejó bien claro cuando introdujo una demanda contra un periódico por publicar una carta que Meghan le escribió a su padre ausente, Thomas Markle, la cual él mismo filtró: “Aunque esta acción podría no ser la más segura, es la correcta”, afirmó Harry en un comunicado. “Porque mi miedo más grande es que la historia se repita. He visto lo que sucede cuando alguien que amo es mercantilizado hasta el punto de no ser tratado o percibido como una persona real. Perdí a mi madre y ahora veo a mi esposa ser víctima de las misma fuerzas poderosas”.

Sin embargo, es evidente que el objetivo principal de este libro es ser el testimonio de Meghan. Es una perfeccionista, y su fracaso como miembro de la realeza claramente le afecta. En este libro parece decir: “Hice mi mejor esfuerzo. No pude haber hecho más”. Pero la verdad es que hizo demasiado. La mejor perspectiva en “Encontrando la libertad” es la de un excortesano principal, quien compara a Meghan con la silenciosa —y por lo tanto ahora adorada— Catalina. Meghan “habla sobre la vida y sobre cómo deberíamos vivir”, les dijo el cortesano a los autores. “Y así es en Estados Unidos. Pero en el Reino Unido la gente ve eso y piensa: ‘¿Quién te crees que eres?’”.

La familia real es un sacrificio en el centro de la vida nacional del Reino Unido. Es el combustible para la creación de un alma nacional porque no podemos pensar en algo mejor. A veces funciona. Por lo general —y cada vez con más frecuencia— no. Los vestimos con coronas. Jugamos con ellos como si fueran juguetes. No tiene nada que ver con admiración o amor. Ellos se someten a nosotros, no nosotros a ellos.

¿Y si tienen que sobrevivir a este juego monstruoso? Harán lo que se requiera. Las mujeres les colocarán pesos a sus dobladillos, para que no se eleven con el viento. Los hombres serán discretos y dóciles. Permitirán que la nación proyecte en ellos lo que quiera.

Los duques de Sussex no entendieron esto. Enrique confundió el sacrificio con servicio. Meghan lo confundió con la fama.

Siempre he creído que Enrique eligió a una mujer, aunque sea de forma inconsciente, que lo liberaría, y “Encontrando la libertad” parece confirmarlo en este pasaje: “‘En esencia, Enrique quería salirse de esto’, afirmó una fuente cercana a la pareja. ‘En el fondo, siempre estuvo en conflicto con ese mundo. Ella le ha abierto las puertas para eso’”.

“Además estaba harto”, escriben los autores, “de la hipocresía de los medios de comunicación que glorificaban a Meghan un día y al otro la destruían”. No es hipocresía, es cinismo. Los periódicos no aman a Meghan y tampoco la odian. Un día es una inspiración. Al siguiente, un tormento.

Eso se habría asentado con el tiempo, si ellos lo hubieran hecho también. Creo que es admirable que no lo hayan hecho.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company