Opinión: Le llevamos la delantera a ómicron; no desperdiciemos esta ventaja

Sabemos muy poco sobre ómicron, la variante de COVID detectada en Sudáfrica que ha puesto a temblar de pánico a muchos ahora que se avecina el invierno. En realidad es una buena noticia. Gracias a las acciones rápidas y honestas de Sudáfrica, el mundo está en posición de adoptar medidas para controlar esta variante a pesar de contar con pocos datos clínicos y epidemiológicos.

Así que hay que ponernos las pilas de inmediato. Ómicron, que según los primeros datos parece ser más transmisible incluso que la variante delta y ser capaz de causar más infecciones posvacunación, podría llegar pronto a Estados Unidos, si no es que ya está entre nosotros.

Una respuesta dinámica requiere que las medidas firmes de contención puedan modificarse con agilidad conforme se obtengan pruebas. Así mismo, es necesario recopilar datos con rapidez que nos permitan tener una idea clara del alcance de esta amenaza.

Por su parte, los fabricantes de vacunas deberían comenzar de inmediato a desarrollar vacunas específicas para ómicron.

Estados Unidos, la Unión Europea y muchas naciones ya anunciaron prohibiciones a los viajes provenientes de varios países africanos. Estas restricciones pueden darnos tiempo, incluso si la variante ya comenzó a propagarse, pero solo si se sigue un buen plan para implementarlas y se combinan con otras medidas; de lo contrario, quedarán reducidas a meros despliegues histriónicos en respuesta a la pandemia.

La prohibición a los viajes desde varios países del sur de África anunciada por el presidente Joe Biden el viernes no se aplica a ciudadanos estadounidenses ni a residentes permanentes de Estados Unidos, a quienes solo se les pide hacerse una prueba. El problema es que la contención debe centrarse en el patógeno, no en los pasaportes. Como medida de precaución, en tanto no se tengan datos más claros, deberían aplicarse restricciones a los viajes tanto de extranjeros como de ciudadanos estadounidenses desde países en que se sepa que la variante se está propagando más.

Necesitamos esquemas de prueba más estrictos que consten de varias pruebas a ciertos intervalos, e incluso requisitos de cuarentena, para todos los pasajeros, según el periodo de incubación determinado con base en los datos epidemiológicos. Así mismo, necesitamos esquemas de pruebas y rastreo más generalizados e intensivos para detener la propagación de la variante. Es decir, es necesario establecer por fin el tipo de programa de pruebas masivas que Estados Unidos ha evitado y es uno de los elementos que forman parte de las respuestas exitosas contra la COVID en otros países.

Si no estamos dispuestos a aplicar estas medidas integrales, no tiene mucho caso imponer una prohibición total a unas cuantas nacionalidades.

La única razón por la que podemos siquiera hablar de tácticas de ataque tan tempranas, enérgicas y responsables contra ómicron es que los científicos y trabajadores sanitarios de Sudáfrica se percataron de que era un peligro tan solo tres semanas después de su detección, y su gobierno, como un buen ciudadano global, lo informó al mundo. No debemos castigarlos por estas increíbles y honestas acciones. Estados Unidos y otros de los países más ricos deberían proporcionarles recursos para combatir su propio brote… es lo menos que podemos hacer.

El gobierno también debería especificar cuándo cambiarán estas restricciones y con base en qué puntos de referencia. Las prohibiciones a los viajes que se mantienen demasiado tiempo se convierten más en una cuestión de señalamiento político que en un asunto de salud pública.

Taiwán bien podría ser el mejor ejemplo de respuesta inteligente a una alarma temprana.

Semanas antes de que el gobierno chino dejara de dar rodeos y por fin reconociera que el virus COVID se transmitía entre los habitantes de Wuhan, el 20 de enero de 2020, los funcionarios taiwaneses ya sospechaban que ese era el caso. De inmediato comenzaron a monitorear a los viajeros y pusieron en marcha restricciones más estrictas poco después, incluidas cuarentenas de pasajeros provenientes de China y, luego, de otros lugares. Los taiwaneses también comenzaron a usar cubrebocas pronto (con un sistema de racionamiento para garantizar que todos los ciudadanos pudieran adquirir una parte de los limitados suministros) y pusieron gran empeño en localizar los casos que se habían colado para cortar de tajo con los brotes locales.

Aunque muchas personas habían llegado desde Wuhan antes de que se impusieran estas medidas, Taiwán sofocó la propagación inicial y ha contenido con efectividad la crisis durante casi dos años.

Lo que no funcionó fue el enfoque adoptado por Estados Unidos el año pasado. En un principio solo se prohibieron los viajes provenientes de China, y ya muy tarde. La prohibición no se aplicó a los ciudadanos estadounidenses y no se combinó con una amplia campaña de pruebas en la frontera y en todo el país. La prohibición de Biden tiene problemas similares, y no arrancó hasta el lunes 29 de noviembre, como si el virus hubiera descansado el fin de semana.

Esos son despliegues histriónicos propios del tiempo de pandemia, no políticas de salud pública.

El año pasado, muchos de los primeros casos llegaron a Estados Unidos provenientes de Europa, no de China, pues la enfermedad ya se había propagado y prácticamente no se le hacían pruebas a nadie que no hubiera ido a Wuhan.

En cuanto a la detección de la variante ómicron, tenemos una ventaja clave, por mera suerte. En el caso de muchas variantes, los científicos necesitan probar la secuencia completa para distinguirlas con claridad. Al igual que otras cuantas variantes, ómicron tiene una señal genética particular que se detecta con las pruebas PCR, por lo que es fácil rastrearla con la infraestructura de pruebas regular existente y es más fácil incluir el rastreo de esta variante como parte de un esquema de pruebas masivas.

Lo trágico es que Sudáfrica había implementado el avanzado sistema de vigilancia que detectó la variante ómicron, entre otras cosas, para identificar casos de SIDA, que todavía es una crisis en ese país.

El coctel antiviral que transformó al SIDA de una sentencia de muerte a una enfermedad crónica se desarrolló a mediados de los años noventa, pero las empresas farmacéuticas, protegidas por las naciones ricas, se negaron a permitir la producción y venta de versiones genéricas baratas en muchos países pobres, e incluso promovieron acción legal para evitar que Sudáfrica las importara. Millones murieron antes de que se llegara a un acuerdo varios años después gracias a un amplio esfuerzo de activismo global.

El despiadado trato que le dieron a Sudáfrica las grandes farmacéuticas se repitió durante esta pandemia. Moderna, por ejemplo, hizo algunas de las pruebas de su vacuna en Sudáfrica, pero no le hizo ningún donativo al país, ni a COVAX, la alianza global de vacunas, hasta mucho tiempo después.

Décadas de este tipo de políticas han contribuido a generar una tremenda desconfianza en Sudáfrica, expresada en la vacilación a recibir las vacunas, entre otras cosas. Solo el 35 por ciento de la población adulta ha recibido las dos dosis de la vacuna a pesar de que existen suficientes suministros (persisten los problemas de abastecimiento de la vacuna en el resto de África: solo alrededor de una cuarta parte del continente, incluidos los trabajadores de servicios de salud, tienen las dos dosis, lo que es una situación horrible).

En dos o tres semanas, las investigaciones de laboratorio y datos epidemiológicos deberían comenzar a esbozar un retrato más claro de cuán transmisible es esta variante, cómo afecta la gravedad de la enfermedad y si es posible que evada (y en qué medida) la protección que ofrece la vacuna.

Si los resultados resuelven las peores inquietudes, los funcionarios deberían reducir las restricciones. El público confiará más en las autoridades con medidas agresivas tempranas si saben que las restricciones solo se aplicarán mientras sea necesario. Hasta es posible que a fin de cuentas esta amenaza desaparezca por completo o que la variante cause una enfermedad menos grave.

Si se confirman los peores temores, necesitaremos recurrir al resto de nuestro arsenal para combatir esta amenaza.

También en ese frente hay buenas noticias.

BioNTech/Pfizer ya indicó que podría tener vacunas específicas para esta variante en tan solo tres meses. La empresa, al igual que otras fabricantes de vacunas, debería comenzar a producirlas de inmediato. En el peor de los casos, invertirán unas cuantas semanas de trabajo que podrían considerar como ensayo para una acción rápida en el futuro.

Incluso si las vacunas actuales pierden cierta efectividad en la prevención de casos posvacunación de ómicron, es razonable esperar que conserven un buen nivel de protección contra hospitalizaciones y muertes (lo que se ha visto con otras variantes). Esto se debe a que distintas partes del sistema inmunitario son responsables de evitar infecciones posvacunación y bloquear el avance a la enfermedad grave (la parte responsable de esta última tarea es más capaz de seguir reconociendo al virus y funcionar bien aunque existan algunas mutaciones). De cualquier manera, podemos tener mucho mejores resultados.

Todas las vacunas todavía se diseñan para proteger contra el virus original que apareció en Wuhan, aunque esa versión casi no se encuentra en este momento. La Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés) desde hace tiempo dijo estar dispuesta a aprobar vacunas específicas para ciertas variantes sin exigir el mismo tipo de estudios clínicos que para las vacunas iniciales. La FDA debería alistarse para lidiar con esta posibilidad.

Otra buena noticia es que los nuevos fármacos antivirales capaces de reducir la tasa de muertes y hospitalizaciones en pacientes de alto riesgo hasta en un 90 por ciento no se ven afectados por las mutaciones de las variantes porque actúan con base en enzimas que el virus necesita para reproducirse. En este momento, el fármaco antiviral reciente (que todavía no se autoriza ni siquiera en Estados Unidos) es caro, pero Pfizer ha hablado de la posibilidad de que los países de ingresos medios y bajos tengan acceso a él a un costo menor.

Es necesario que esos fármacos estén disponibles donde ocurran los brotes y que no los acaparen los países ricos gracias a la suscripción de contratos. Además, su producción y precio no deben depender del capricho de obtener más ingresos de empresas que han recibido apoyo sustancial de los contribuyentes y aprovechan investigaciones financiadas con fondos públicos para desarrollar sus fármacos.

Las naciones más ricas deben ofrecer apoyo financiero, también, para intervenciones no farmacéuticas, como mejor ventilación y filtrado del aire, cubrebocas de mejor calidad o cuarentenas y licencias por enfermedad con goce de sueldo.

Todas estas acciones requieren liderazgo y una visión global. A diferencia de los terribles días de principios del año pasado, tenemos una alerta temprana, vacunas, fármacos efectivos, más conocimientos sobre la enfermedad y muchas lecciones dolorosas. Llegó la hora de demostrar que ya aprendimos esas lecciones.

© 2021 The New York Times Company