Opinión: La 'libertad', Florida y el desastre de la variante delta

Ron DeSantis, gobernador de Florida, no es tonto. Sin embargo, es ambicioso y bastante cínico. Así que cuando dice cosas que parecen ser una tontería, vale la pena preguntarse por qué lo hace. Y sus recientes declaraciones sobre la COVID-19 nos ayudan a entender por qué tantos estadounidenses siguen muriendo o enfermando de gravedad por esta enfermedad.

El trasfondo es la catástrofe de salud pública que se está desarrollando en Florida.

Ahora tenemos vacunas muy eficaces a disposición de todos los estadounidenses desde los 12 años de edad. Se ha hecho mucho énfasis en las infecciones “posvacunación” o asociadas a la variante delta, pero siguen siendo raras y entre los vacunados las complicaciones graves son todavía menos frecuentes. No hay justificación alguna para que sigamos sufriendo tanto por esta pandemia.

Sin embargo, Florida está inmersa en una oleada de COVID-19 peor que la vivida antes de las vacunas. Más de 10.000 floridanos están hospitalizados, alrededor de diez veces el número de Nueva York, que tiene más o menos el mismo número de residentes; un promedio de 58 residentes de Florida muere todos los días, en comparación con seis en Nueva York. Y el sistema hospitalario de Florida está sometido a una tensión extrema.

Las razones por las que sucedió esto no son ningún misterio. En cada etapa de la pandemia, DeSantis ha actuado en la práctica como un aliado del coronavirus; por ejemplo, cuando emitió órdenes que les impidieron a los negocios exigir que sus clientes muestren una prueba de vacunación y que las escuelas demanden el uso de cubrebocas. En general, ha contribuido a crear un estado de ánimo en el que florece el escepticismo sobre las vacunas y se normaliza el rechazo a tomar precauciones.

Una nota técnica: el índice de vacunación de Florida está muy por debajo de los índices del noreste, pero se acerca al promedio nacional. Sin embargo, las personas mayores son mucho más propensas a vacunarse que los jóvenes estadounidenses, tanto en Florida como en otros lugares y Florida, por supuesto, tiene un número excepcionalmente alto de personas mayores. Entre los grupos más jóvenes, el estado es el más rezagado de todo el país y aún más rezagado comparado con los estados demócratas.

Por lo tanto, teniendo en cuenta estos acontecimientos tan funestos, uno podría haber esperado, o al menos deseado, que DeSantis reconsiderara su postura. De hecho, se ha dedicado a dar excusas: ¡se trata del aire acondicionado! Alega que cualquier nueva restricción tendría costos inaceptables para la economía, aunque los resultados recientes de Florida parecen terribles si se valoran las vidas humanas.

Sobre todo, ha estado apostándole a la estrategia de la teoría de la conspiración liberal, y ha escrito cartas de recaudación de fondos que afirman que la “izquierda radical quiere privarte de tu libertad”.

Así que hablemos de lo que la derecha quiere decir cuando habla de “libertad”. Desde que comenzó la pandemia, muchos conservadores han insistido en que las acciones para limitar el número de muertes —el distanciamiento social, el uso de cubrebocas y ahora la vacunación— deben ser cuestiones de elección personal. ¿Tiene sentido esta postura?

Bueno, conducir en estado de ebriedad también es una elección personal. Pero casi todo el mundo entiende que es una elección personal que pone en riesgo a los demás; el 97 por ciento de la gente considera que conducir bajo los efectos del alcohol es un problema grave. ¿Por qué no hay la misma unanimidad en cuanto a negarse a vacunarse, una elección que contribuye a perpetuar la pandemia y pone en peligro a los demás?

Es verdad que mucha gente duda de la ciencia; la relación entre el rechazo de la vacuna y las muertes por COVID-19 es tan real como la relación entre la conducción bajo los efectos del alcohol y las muertes por accidentes de tránsito, pero es menos evidente a simple vista. No obstante, ¿por qué la gente de derecha es tan receptiva a la desinformación sobre este tema y se molesta tanto con los esfuerzos por aclarar las cosas?

Mi respuesta es que cuando las personas de derecha hablan de “libertad” lo que en verdad quieren decir es más bien “defensa de los privilegios”, en concreto, el derecho de ciertas personas (por lo general hombres blancos cristianos) a hacer lo que quieran.

No en vano, si nos remontamos a las raíces del conservadurismo moderno, encontramos a gente como Barry Goldwater que defendía el derecho de las empresas a discriminar a los negros estadounidenses en nombre de la libertad, por supuesto. Gran parte, aunque no todo, del reciente pánico a la “cultura de la cancelación” consiste en proteger el derecho de los hombres poderosos a maltratar a las mujeres. Y así sucesivamente.

Una vez que se entiende que la retórica de la libertad en realidad tiene que ver con el privilegio, las cosas que a primera vista parecen una gran incoherencia e hipocresía empiezan a tener sentido.

Por ejemplo, ¿por qué los conservadores insisten tanto en el derecho de las empresas a tomar sus propias decisiones, libres de regulación, pero se apresuran a impedirles que nieguen el servicio a los clientes que se niegan a usar cubrebocas o a mostrar una prueba de vacunación? ¿Por qué la autonomía de los distritos escolares locales es un principio fundamental, a menos que quieran exigir el uso de mascarillas o enseñar la historia racial de Estados Unidos? Se trata de saber de quién es el privilegio que se protege.

La realidad de lo que la derecha entiende por libertad también explica, creo, la especial rabia que inducen las normas que imponen algún pequeño inconveniente en nombre del interés público, como las guerras de los detergentes de hace unos años. A fin de cuentas, se supone que solo hay que pedirles sacrificios a los pobres y las minorías.

En cualquier caso, cuando veamos a DeSantis invocar la “libertad” para eludir la responsabilidad de su catástrofe de la COVID-19, recordemos que cuando dice esa palabra no significa lo que creemos que significa.

© 2021 The New York Times Company