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Opinión: La lección de Bolivia para la política latinoamericana

La elección de Luis Arce puede ayudarnos a entender el modo en el que movimientos políticos similares, agobiados por el peso de sus antiguos líderes, pueden despojarse de su influencia amenazante y mantener la relevancia política.

El 18 de octubre, los bolivianos eligieron a Luis Arce, el candidato presidencial del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido político de Evo Morales, y a quien el expresidente había elegido como su sucesor. Algunos vieron su victoria como un llamado a que Morales regrese al poder.

Pero quizás el alud electoral pueda entenderse mejor como un ejemplo de cómo avanzar tras un año tumultuoso para el mundo. También es una lección sobre cómo movimientos políticos similares, agobiados por el peso de sus antiguos líderes, pueden mantener la relevancia política sin su influencia amenazante.

Como candidato, Arce manifestó su voluntad de pasar la página respecto a Morales, cuyas tácticas controvertidas y su intento inconstitucional por gobernar durante un cuarto periodo presidencial provocaron su expulsión del país el año pasado, luego de que los militares lo instaran a abandonar el cargo. Arce se comprometió a volver a la estabilidad y la inclusión que definieron gran parte del gobierno de Morales. Con Arce en las boletas electorales, un líder más moderado, el MAS sobrepasó las expectativas al incrementar los votos obtenidos ocho puntos porcentuales en comparación con los resultados del año pasado.

En última instancia, el “MAS no ganó por Evo sino a pesar de Evo”, tuiteó Pablo Solón, quien fue embajador de las Naciones Unidas durante el mandato de Morales.

Evo Morales formó parte de la ola de líderes de izquierda que llegaron a la presidencia en la década de los 2000, cuando las economías de sus países recibían el impulso de los altos precios de las materias primas. Morales usó el torrente de ganancias para reducir la pobreza y ampliar la clase media. Pero desde Bolivia hasta Ecuador y Argentina, los buenos tiempos dieron paso a escándalos de corrupción, ataques contra la prensa, acaparamiento de poder, en algunos de estos países se generaron recesiones causadas por la deuda y, finalmente, se dio un viraje a la derecha.

Luego de abandonar el cargo, estos líderes continuaron ejerciendo su influencia en la política nacional, y sus polémicos intentos por retornar al poder amenazaron con socavar los mismos movimientos que ayudaron a fundar.

“La persistencia de los expresidentes impide que la nación avance”, escribió Javier Corrales, un politólogo del Amherst College, en Americas Quaterly en 2018. “Liberar a los países de su influencia es un beneficio colectivo porque contribuye a la renovación del liderazgo”.

La victoria de Arce indica que esa renovación es posible. Él mismo se ha distanciado de Evo Morales diciendo que el empeño del expresidente por gobernar durante un cuarto mandato fue un “error”. Prometió que Morales no tendrá un rol en su gobierno.

Morales renunció el año pasado, en lo que muchos han definido como un golpe de Estado, después de que su intento de mantenerse en la presidencia un periodo más desencadenó múltiples disturbios y terminó en una controvertida elección. Pero si los líderes como él pueden pasar la batuta a figuras menos polarizantes, quizá puedan inyectar nueva vida a sus movimientos políticos.

De hecho, la ausencia de Evo Morales ayudó a vigorizar al MAS, en vez de debilitarlo, sostiene Pablo Stefanoni, un periodista radicado en Bolivia que opina que la crisis que rodeó su renuncia “permitió la emergencia de una nueva camada de dirigentes” cuyo ascenso estuvo limitado durante el gobierno de Morales.

No es fácil convencer de seguir con sus vidas a los líderes populares que han probado el poder y que a menudo buscan volver a sus cargos como una solución a los problemas legales que enfrentan. En Argentina, se esperaba que Cristina Fernández de Kirchner, cercada por numerosos cargos de corrupción, contendiera por un tercer mandato en 2019, pero abandonó la campaña debido a que las encuestas sugirieron que perdería. En cambio, promovió como candidato presidencial de su partido a Alberto Fernández, un profesor de derecho y exjefe de gabinete a quien se percibe como menos ideológico, y ella se postuló para vicepresidenta. Alberto Fernández ganó por una inmensa mayoría.

En Ecuador, el expresidente Rafael Correa está siguiendo el mismo camino. Su partido político nominó a Andrés Arauz, un economista de 35 años y exministro de gobierno, como su candidato para la elección presidencial de febrero. Las posibilidades de Arauz podrían depender de su distanciamiento del polémico Rafael Correa, quien en abril fue sentenciado a ocho años de prisión por cargos de corrupción.

Otros líderes se consideran los únicos que pueden derrotar a la oposición. En Brasil, hay rumores de que el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva podría postularse como candidato a la presidencia en 2022. Pero, aunque Da Silva se mantiene como una figura mítica en la política brasileña, para ese entonces tendrá 76 años y su respaldo tiene límites: tal vez logre llegar a una segunda vuelta en la que, según las encuestas, perdería contra el presidente Jair Bolsonaro. Pasar la batuta a los nuevos líderes que han surgido durante la presidencia de Bolsonaro puede ser la mejor apuesta del Partido de los Trabajadores, el movimiento político de Da Silva.

La lección no es aplicable solo a los partidos de izquierda. En Argentina, la coalición de centroderecha del expresidente Mauricio Macri tratará de regresar a la palestra electoral en la elección presidencial de 2023. Pero, dada la opinión profundamente desfavorable que los electores tienen de Macri, es más probable que su partido tenga éxito con otro candidato.

Las encuestas señalan que esa persona podría ser el jefe de gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. Pese a que algunos críticos dicen que no tiene carisma, la reputación de Rodríguez Larreta como un administrador eficiente lo ha convertido en una de las figuras políticas más populares del país. Sería otro ejemplo de un político menos polarizador que ofrece un nuevo impulso al proyecto de Mauricio Macri.

Aun si la victoria de Arce en Bolivia es motivo de optimismo, con el tiempo su esfuerzo por distanciarse de Morales podría convertirse en un cuento con moraleja. Según lo escrito por Corrales, los sucesores que relevan en el poder a líderes salientes caminan por una cuerda floja.

“Cuando un presidente traiciona una promesa electoral —en este caso, la promesa de llevar la antorcha de su predecesor—, decepciona a dos grupos: a los que querían el continuismo y a quienes querían un cambio verdadero, pues estos últimos nunca se convencen de que es un verdadero converso”, escribió Corrales.

Para enmendar los peores aspectos de los 14 años de presidencia de Evo Morales, Arce deberá fortalecer las instituciones, que fueron manipuladas durante años para el beneficio del expresidente. Sucesores similares de figuras populares pero polarizadoras, como Lenín Moreno en Ecuador y Juan Manuel Santos en Colombia, optaron por imponer límites a la reelección como un método de reforma institucional.

Si Arce logra realizar cambios institucionales positivos mientras navega por la complicada política y el preocupante panorama económico de Bolivia, podría gobernar con lo mejor de los valores del MAS —como combatir la pobreza y celebrar la rica diversidad étnica y cultural del país— sin las tendencias divisionistas y autocráticas de Morales. En última instancia, eso podría ayudarlo a crear su propio legado y establecer un ejemplo para los movimientos políticos de toda la región.

Brendan O’Boyle (@BrenOBoyle) es editor sénior de Americas Quarterly, una publicación sobre negocios, política y cultura en América Latina. Ha estudiado la región durante una década y ha vivido en Buenos Aires, Quito y Ciudad de México.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company