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Opinión: Joe Biden y los grandes líderes de 2020 son parte de un club

SE GRADUARON DE UNIVERSIDADES PÚBLICAS Y LLENARON EL VACÍO DEL LIDERAZGO PRESIDENCIAL.

Desde el encuentro entre Harvard y Yale que fueron las elecciones generales de 1988, todos los presidentes estadounidenses, incluido el graduado de la Escuela Wharton que ocupa en este momento la Casa Blanca, han sido exalumnos de la Ivy League (o Liga de la Hiedra, como se le conoce al conjunto de ocho prestigiosas universidades privadas de Estados Unidos). Luego de que el presidente Gerald Ford (de la Universidad de Míchigan, generación 1935) llegó al Despacho Oval tras la renuncia de Richard Nixon solía preferir para sus presentaciones en público su canción de lucha universitaria al habitual “Hail to the Chief” (el himno del presidente), a pesar de que nunca ganó la elección en el Colegio Electoral.

Entonces, si Joe Biden (graduado de la Universidad de Delaware en 1965) sale victorioso en noviembre, será el primer graduado de una universidad pública estadounidense en ser electo presidente desde Lyndon Johnson en 1964.

Técnicamente, la Universidad de Delaware se autoproclama “pública-privada” debido a un acta constitutiva arcana. Sin embargo, es una universidad financiada por el estado que les cobra a los estudiantes que no nacieron en el estado unos 11.000 dólares más de colegiatura que a los residentes y fue definida como pública por el tribunal que le ordenó abolir la segregación en los años cincuenta. Así que los egresados de escuelas públicas, entre los cuales me encuentro, nos adjudicaremos la posible victoria de Biden. Y así como L.B.J. tenía a un compañero de fórmula proveniente de una escuela estatal, el vicepresidente Hubert Humphrey (graduado de la Universidad de Minnesota en 1939), la compañera electoral de Biden, Kamala Harris, es exalumna de Howard que también se graduó de la Facultad de Derecho de Hastings de la Universidad de California.

Un fragmento consagrado en el libro de Richard Ben Cramer “What It Takes” recuerda que Biden, entonces un joven padre y senador, era el centro de atención en un patio trasero de Delaware mientras daba cátedra sobre la universidad a otros padres: “’Hay un río de poder que fluye a través de este país... Y ese río fluye desde la Ivy League’”, afirmó Biden.

Esa es una teoría muy debatible si vives en una zona horaria como la mía, donde la institución de enseñanza superior más “prestigiosa” es la Escuela de Minería de Colorado. Lo que puedo decir en este momento, en este año de calamidades, de entierros, asesinatos, aislamiento y juicios políticos, es que muchos de los funcionarios electos que vinieron a llenar el vacío del liderazgo presidencial son graduados de universidades públicas. Y son suficientes como para que reconozcamos este momento cumbre.

Entre los ingeniosos gobernadores que se rebelaron contra la negligencia federal se encuentran los demócratas Michelle Lujan Grisham (de la Universidad de Nuevo México, generación 1981); Jay Inslee (de la Universidad de Washington, generación 1973) y la intrépida “mujer de Míchigan”, Gretchen Whitmer (de la Universidad del Estado de Míchigan, generación 1993), que piensa como un general, luce como una estrella de cine de los años cuarenta y habla como si estuviera pescando un lucio de gran tamaño en el hielo. Y los republicanos que también se incluyen en esta lista son Larry Hogan de Maryland (de la Universidad Estatal de Florida, generación 1978) y Mike DeWine de Ohio (de la Universidad de Miami, generación 1969), cuyo índice de aprobación entre los demócratas en junio fue del 81 por ciento.

La atmósfera de la universidad pública democrática se presta para producir funcionarios públicos empáticos y con los pies en la tierra. La alcaldesa de Atlanta Keisha Lance Bottoms (Universidad Agrónoma y Mecánica de Florida, generación 1991) le dijo al país que siempre será perseguido por el recuerdo de un hombre que murió llamando a su mamá: “Cuando vi el asesinato de George Floyd, me dolió como le dolería a una madre”.

Como Keith Ellison (Universidad Estatal Wayne, generación 1987), el fiscal general de Minnesota que está procesando a los acusados en el caso de George Floyd, describió su alma mater en sus memorias: “Muchos de los estudiantes tenían empleos o volvían a la escuela después de una larga pausa. Tal vez muchos de ellos entraron a la universidad inmediatamente después de salir de la preparatoria, como yo, pero una cantidad importante de ellos eran padres que trabajaban”.

Val Demings, una de las representantes que gestionó el juicio político en la Cámara Baja, cursó sus estudios en la Universidad Estatal de Florida mientras trabajaba en McDonald’s. El trabajo como mesera y las becas Pell hicieron que la senadora de Illinois Tammy Duckworth se graduara de la Universidad de Hawái. La senadora de Massachusetts Elizabeth Warren llegó a la Facultad de Derecho de Rutgers en 1973 como una joven madre que nunca había conocido a un abogado y acabó convirtiéndose en la única graduada de una escuela pública de derecho en ser profesora titular de la Facultad de Derecho de Harvard, donde el río del poder tiende a ser más bien una fosa.

El valor cívico inherente de las universidades públicas en este belicoso país de extraños es la diversidad ideológica. Por ejemplo, al igual que mi senador republicano Steve Daines, me gradué de la Universidad Estatal de Montana, y creo que el hecho de que yo espere que él tenga mucho más tiempo libre para esquiar el próximo año habla bien de la saludable variedad de posturas políticas representadas en ese campus.

Las universidades públicas son una de las dos principales instituciones estadounidenses, la otra es el Ejército, donde grandes cantidades de adultos desconocidos se congregan y coexisten durante años: los que se preocupan por el presupuesto, los que no tuvieron mucha disciplina parental, los que estuvieron en la cárcel, los que pasaron por un recorte de personal, los subestimados, los veteranos, los refugiados, los que tardaron en madurar, las madres solteras, los padres divorciados, los mojigatos, los padres que ya no tienen hijos viviendo en casa, los pueblerinos más elegantes, los mormones que no entraron a la Universidad Brigham Young y una mezcolanza de almas que trabajan por lo que, por cierto, es el núcleo de todas las elecciones: una oportunidad justa de tener una vida decente.

¿Podría esta oleada de universitarios estatales en el poder ser el legado del último presidente electo con este perfil hace 56 años? Si es así, he localizado a un testigo de 74 años.

El 8 de noviembre de 1965, Light Cummins tenía 19 años y estudiaba en el Colegio Estatal del Suroeste de Texas en San Marcos, que ahora se conoce como la Universidad Estatal de Texas. Ayudó a llevar un escritorio al Gimnasio Strahan donde el presidente Lyndon Johnson, el exalumno más famoso del colegio, firmó la Ley de Educación Superior de 1965. Esta histórica ley les proporcionó a los centros universitarios fondos para profesores, equipos y bibliotecas, y les ofrecía a los estudiantes necesitados las becas Pell, préstamos y trabajos en el programa de trabajo-estudio.

“Este es un momento de orgullo en mi vida”, dijo Johnson ese día. “Me enorgullece ser parte del comienzo que este proyecto de ley proporciona, porque hace unos 38 años en este campus comenzó una gran historia para mí”. El presidente recordó: “Trabajé en una decena de empleos diferentes, desde barrer pisos hasta vender auténticos calcetines de seda. A veces me preguntaba qué traería el día siguiente que pudiera superar las dificultades del día anterior. Pero, a pesar de todo aquello, era uno de los afortunados y ya desde entonces lo sabía”. Instó a los estudiantes y profesores que estaban ahí a no olvidar ese “momento ni su significado a lo largo de su vida”.

Light Cummins no lo hizo. Como antiguo historiador oficial del estado de Texas, se enorgullece “enormemente de haber cargado ese escritorio. Eso me permitió poder literalmente palpar el que siento que es uno de los momentos más importantes en la historia de la educación superior en Estados Unidos”. Se maravilló: “Que yo sepa, no ha habido otra legislación motivada tan explícitamente por la educación que un presidente recibió como estudiante”.

Si todavía hay un río de poder, en 1965 Lyndon Johnson comenzó a cavar un canal. Y ahora es cuando podemos empezar a medir cuán profundo y ancho es. Cuando Jim Clyburn, el jefe del grupo parlamentario de la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes, manifestó su apoyo a Biden antes de las elecciones primarias de Carolina del Sur, dijo: “Joe nos conoce”. Pero para el club de los graduados de las universidades públicas, entre los que se encuentra el mismo Clyburn (Universidad Estatal de Carolina del Sur, generación 1961), Biden es nosotros. Y si es el primero de nuestra clase en ser elegido presidente por primera vez en casi seis décadas, esperamos que tome una pala y siga cavando. Tener un secretario de Educación que realmente crea en la educación pública sería un buen punto de partida.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company