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Opinión: No ignores estas imágenes y estos crímenes

Ella es Rahel, de 19 años, el rostro humano de la brutal limpieza étnica que se está ejecutando en Etiopía.

“Había tres soldados”, dijo mientras yacía en la cama de un hospital abarrotado. “Me pedían que me quitara el vestido. Me negué. Les dije: ‘Pueden matarme’”.

Los hombres no hicieron caso y la violaron en grupo, como parte de una campaña de contrainsurgencia con base en la táctica de tierra quemada de asesinatos, violaciones, saqueos y hambruna por parte de las tropas etíopes y eritreas contra los rebeldes y también contra inocentes como Rahel en la región etíope de Tigré.

Ya han muerto miles de tigrinos y decenas de miles de niños están en peligro inminente de morir de inanición. Este mes, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró que Tigré se encontraba en medio de la peor hambruna del mundo en una década.

Tigré ha atraído poca atención, en parte porque el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, ha mantenido alejados a la mayoría de los periodistas (y expulsó a uno que trabajaba para The New York Times), por lo que no hay muchas fotografías o videos del sufrimiento.

Algunas fotografías fueron tomadas por Lynsey Addario, una fotógrafa de guerra y vieja amiga que se encontraba en Etiopía trabajando para National Geographic, una visita aprobada mucho antes de los últimos ataques. Addario entrevistó a nueve mujeres que habían sido violadas como parte de la limpieza étnica.

Rahel le contó a Addario: “Cuando llegué a casa, le dije a mi madre que me habían violado y que pensaba que podía estar embarazada. Mi madre me echó de la casa y me dijo: ‘¿Cómo puedes embarazarte de estos asesinos?’”.

Estaban atendiendo a Rahel en un hospital de Tigré que los soldados habían saqueado con anterioridad. Un directivo del hospital señaló que las tropas se llevaron todo lo que pudieron y destruyeron el resto, incluyendo máquinas de rayos X, equipos de neonatología, el contenido de un centro de ginecología y obstetricia, así como productos farmacéuticos e incluso historiales médicos.

La violencia se produce tras décadas de tensiones étnicas en Etiopía. Durante muchos años, los tigrinos gobernaron el país con dureza, pero la dominación tigrina terminó en 2018, y al principio el primer ministro Abiy ganó el Premio Nobel de la Paz por dar verdaderos pasos hacia la paz y la democracia. Después, en noviembre pasado, envió a las fuerzas armadas a acabar con un motín en Tigré, lo que provocó una guerra civil. Entonces, Abiy invitó a los soldados eritreos, que han sido especialmente crueles con los tigrinos y que ahora no parecen dispuestos a marcharse.

Un colega del Times informó que los soldados habían golpeado a un hombre hasta la muerte con botellas de cerveza. Naciones Unidas informó que niñas de tan solo 8 años han sido objeto de agresiones sexuales. La cadena CNN relató de una masacre de personas que asistían a misa en una iglesia.

A diferencia de otros países en los que se están produciendo atrocidades, como Birmania y Siria, Etiopía es un país donde Estados Unidos tiene una influencia considerable, si recurre a ella.

El presidente Joe Biden ha denunciado “violaciones a los derechos humanos a gran escala”. El secretario de Estado Antony Blinken se ha referido sin rodeos a la “limpieza étnica” y Estados Unidos ha impuesto sanciones relacionadas con el otorgamiento de visas a algunos funcionarios etíopes. Todo esto es bienvenido, pero parecen medidas tibias ante las atrocidades masivas y la hambruna a esta escala. Trabajé con Biden durante el genocidio de Darfur y sé que le preocupa el sufrimiento en lugares lejanos; tras siete meses de brutalidad en Tigré, necesitamos ver más señales de esa preocupación.

La catástrofe más reciente en Tigré es la inanición masiva y la ONU señala que 350.000 personas ya están padeciendo condiciones de hambruna. “Esto va a empeorar bastante”, afirmó Mark Lowcock, secretario general adjunto para Asuntos Humanitarios de la ONU.

La hambruna parece en parte una táctica para someter a un pueblo inquieto. Etiopía ha permitido cierta ayuda, pero los soldados han bloqueado o impedido gran parte del socorro de emergencia y Addario habló con un agricultor al que le mataron a tiros a cuatro hijos por trabajar en sus campos.

Por desgracia, el Consejo de Seguridad de la ONU aún no ha hablado de la crisis en público. Esto se debe a que China y Rusia impiden una reunión pública, con el argumento de que se trata de un asunto interno de Etiopía.

Addario tomó una fotografía de una niña de 5 años que gritaba de dolor mientras le limpiaban las heridas después de que la casa de su familia fue destruida. ¿Un asunto interno? Addario asegura que en la casa murieron nueve personas, entre ellas la hermana, la madre y el abuelo de la niña.

Cuando los gobiernos apuntan las armas contra su propio pueblo, deja de tratarse de un asunto interno. Es un desafío a nuestra humanidad compartida.

“La violación se utiliza de manera sistemática para aterrorizar y tratar con brutalidad a las mujeres y las niñas”, señaló Lowcock en una sesión a puerta cerrada del Consejo de Seguridad esta semana, según una copia que obtuve de sus declaraciones. “Los soldados eritreos utilizan el hambre como arma de guerra... Los trabajadores humanitarios han sido asesinados, interrogados, golpeados, se les ha impedido llevar ayuda a quienes padecen hambre y sufrimiento, y se les ha dicho que no vuelvan”.

No podemos detener todas las atrocidades. No podemos evitar todos los asesinatos o violaciones. No podemos salvar la vida de todos los niños hambrientos, pero este es un caso excepcional en el que tenemos una influencia significativa: Etiopía es el mayor receptor de ayuda estadounidense en el África subsahariana y socio cercano de seguridad de Estados Unidos. Deberíamos recurrir a toda la influencia que tenemos para frenar un salvajismo en Tigré que apesta a genocidio cada vez más.

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This article originally appeared in The New York Times.

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