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Opinión: La historia alternativa y optimista del declive poblacional

La historia alternativa y optimista del declive poblacional (Annelise Capossela for The New York Times).
La historia alternativa y optimista del declive poblacional (Annelise Capossela for The New York Times).

EN VEZ DE OBSESIONARNOS CON LA ESCASEZ DE MANO DE OBRA Y EL APOYO MEDIANTE PENSIONES, DEBEMOS FIJARNOS EN LOS ASPECTOS MÁS OPTIMISTAS DE NUESTRO MUNDO.

Ha ocurrido lo inesperado, y en grande. Este mes, China, el país más poblado del planeta durante siglos, informó su primer descenso demográfico en seis décadas, una tendencia que casi con toda seguridad será irreversible. A finales de siglo, China podría tener tan solo cerca de la mitad de los 1410 millones de habitantes que tiene ahora, según las proyecciones de la ONU, y podría haber sido superada ya por India.

La noticia ha sido recibida con pesimismo, a menudo retratada como el inicio del declive inexorable de China y, más en general, el presagio de una “bomba de tiempo” demográfica y económica que pondrá a prueba la capacidad del mundo para soportar el envejecimiento de la población.

No cabe duda de que la disminución de la población mundial —una tendencia que se prevé que se imponga a finales de este siglo— plantea retos sin precedentes a la humanidad. China es solo el país más reciente y más grande en unirse a un club que ya incluye a Japón, Corea del Sur, Rusia, Italia y otros. Alemania también estaría muy probablemente en declive si no fuera por la inmigración, y las poblaciones de muchos otros países podrían empezar a reducirse en los próximos años. (Se prevé que Estados Unidos crezca de manera moderada en las próximas décadas, en gran parte debido a la inmigración). Las proyecciones medias de la ONU apuntan a que la población mundial llegará a su punto máximo a mediados de la década de 2080 con más de 10.000 millones de habitantes pero, si las tasas de fecundidad siguen bajando, el declive podría empezar décadas antes.

Sin embargo, las advertencias alarmistas suelen ser simplistas y prematuras. El vaso está al menos medio lleno. La disminución de la población suele formar parte de un proceso natural e inevitable y, en lugar de concentrarnos de más en preocupaciones como la escasez de mano de obra y el apoyo mediante pensiones, debemos fijarnos en los aspectos más optimistas de nuestro mundo.

No hay que dejarse llevar por el pánico; ya hemos cometido ese error antes.

En la segunda mitad del siglo XX, el mundo entró en pánico ante el imparable crecimiento de la población. El número de habitantes del planeta aumentó a más del triple en siete décadas, de 2500 millones en 1950 a cerca de 8000 millones en 2022. Resulta que esa fue una fase transitoria en la que las tasas de mortalidad disminuyeron más deprisa que las de fecundidad gracias a la mejora de la nutrición y la salud pública, y a una paz relativa.

No obstante, el pánico puede conducir a políticas precipitadas y a tragedias humanas. Esto alcanzó su máxima expresión con las campañas extremas de control de la natalidad que se desplegaron en China a finales de la década de 1970 y que causaron un inmenso sufrimiento, sobre todo a las mujeres, a través de abortos forzados o multas y otras sanciones por infringir las normas que limitaban a la mayoría de las parejas a tener un solo hijo. Hasta que se eliminaron esos límites a partir de 2015, cientos de millones de mujeres chinas se sometieron a procedimientos de esterilización o se les insertaron dispositivos intrauterinos.

Los descensos de población que se observan hoy en algunos países se han producido en gran medida como una historia feliz de mayor longevidad y libertad. Las tasas de fecundidad en todo el mundo cayeron de más de cinco nacimientos por mujer a principios de los años sesenta a 2,3 en 2020. Esto se debió a una mayor inversión en salud infantil y materna en todas partes: una madre que consigue llevar a su hijo a término y un bebé que sobrevive hasta la infancia reducen las tasas de natalidad porque los padres no suelen sentir la necesidad de volver a intentarlo. La mayor disponibilidad de métodos anticonceptivos gratuitos o asequibles también ha reducido los nacimientos no deseados.

China, Corea del Sur y Japón están ahora en declive demográfico, pero esto se debe en parte al rápido aumento de los ingresos, el empleo y la educación. El número de mujeres surcoreanas que accedieron a la educación superior aumentó del 6 por ciento en 1980 a más del 90 por ciento en 2020; China y Japón también han experimentado grandes avances. El descenso de la natalidad se debe en parte a una mayor libertad personal y reproductiva, como la opción de permanecer soltera, un salario más alto y más oportunidades profesionales para las mujeres de estos países.

El hecho de que haya más mujeres en la fuerza laboral es una receta para una productividad y prosperidad aún mayores y podría ayudar a aliviar las preocupaciones laborales entre las poblaciones en declive. Más mujeres que nunca ocupan puestos de liderazgo en los negocios, los medios de comunicación y la política.

En comparación con medio siglo atrás, la población de muchos países es más rica, está más sana y mejor educada, y las mujeres tienen más poder. La población de China, por ejemplo, está disminuyendo y envejeciendo, pero sus habitantes tienen una mejor educación y una esperanza de vida más alta que en cualquier otro momento en la historia del país. La ampliación de las oportunidades educativas garantiza un lugar en la universidad para casi todas las personas nacidas hoy en China, incluyendo a más mujeres que hombres.

La esperanza de vida promedio en el mundo ha aumentado de 51 años en 1960 a 73 en 2019, y aún más en China, de 51 en 1962 a 78 en 2019. Aumentos de esa magnitud reconfiguran la vida e inauguran oportunidades que eran inimaginables cuando la esperanza de vida era más corta, como que los trabajadores sigan siendo productivos a edades más avanzadas y que crezcan los mercados para consumidores mayores en ámbitos como el turismo, los suplementos nutricionales y los dispositivos médicos, entre otros.

Un menor número de personas en el planeta, por supuesto, podría reducir la huella ecológica de la humanidad y la competencia por recursos finitos. Incluso podría haber más paz, pues los gobiernos se verían obligados a elegir entre gastar en equipamiento militar o en pensiones. Y a medida que las naciones adineradas dependan más de los inmigrantes de los países más pobres, esos migrantes obtendrán un mayor acceso a la prosperidad global que actualmente se concentra en el mundo desarrollado.

Esa nueva demografía conlleva nuevos retos, como la necesidad de ofrecer atención infantil de calidad y asequible, hacer que la educación universitaria sea más asequible y equitativa, proporcionar ingresos mínimos garantizados y hacer que las sociedades sean más igualitarias entre hombres y mujeres. Los gobiernos deben abandonar la búsqueda sin sentido del crecimiento económico en favor del bienestar de los ciudadanos.

No hay ninguna razón por la que la población mundial deba seguir creciendo o incluso mantenerse nivelada. Y así como el pánico condujo a políticas perjudiciales en China y otros lugares en el pasado, las iniciativas para aumentar la fertilidad —que pueden resultar inútiles— suponen el riesgo de volver a considerar a las mujeres máquinas reproductoras.

La población mundial disminuirá inevitablemente. En lugar de intentar revertir esa tendencia, debemos aceptarla y adaptarnos.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

© 2023 The New York Times Company