Opinión: Haití ha superado otras crisis, pero esta vez, no podemos solos
EN LOS ÚLTIMOS MESES, SE HA HECHO EVIDENTE QUE NO PODREMOS RECUPERARNOS SIN INTERVENCIÓN EXTRANJERA.
Como médico especialista en enfermedades infecciosas que trabaja en Haití desde hace más de 40 años, me he enfrentado a innumerables tragedias. He luchado contra problemas como el VIH, la tuberculosis, el COVID-19, terremotos, huracanes e inundaciones. Todas esas veces, nuestra comunidad de profesionales de la salud, policías, trabajadores humanitarios, funcionarios del gobierno y ciudadanos se han unido y han encontrado una solución para poner a salvo a los haitianos.
Hoy es diferente.
Ahora tenemos alrededor de 200 pandillas, que cuentan con armas de uso militar, que asolan nuestros barrios, que matan, secuestran y violan a nuestros ciudadanos. Las bajas civiles alcanzan niveles de guerra. Volker Türk, alto comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos, describió hace poco nuestra situación como “un infierno”.
No tenemos gobierno. Nuestro presidente, Jovenel Moïse, fue asesinado hace casi dos años y ni un solo cargo electo sigue en funciones. El Ejército está mal entrenado y equipado. Nuestra fuerza policial de 9000 efectivos es impotente, ya que sus miembros se han convertido en objeto de la violencia de las pandillas o de los esfuerzos de reclutamiento. Algunos haitianos, desesperados por un cambio, están recurriendo a ataques de venganza justiciera en contra de los grupos armados. Si no se controla, la escalada de violencia podría empujarnos a una guerra civil, y ha correspondido a médicos, abogados, empresarios, agricultores, estudiantes —a todos nuestros 11 millones de ciudadanos— encontrar una solución.
En los últimos meses, me ha parecido evidente que no podemos hacerlo solos. Los haitianos no podemos superar esta crisis, la peor que he visto en mi vida, sin intervención extranjera.
Nunca pensé que le suplicaría al mundo que enviara soldados. Soy médico, no político ni estratega militar. Tenemos unahistoria trágica de intervenciones extranjeras en el país. En nuestra historia como nación independiente, las potencias occidentales nos han hecho pagar cara nuestra libertad, lo cual ha derivado en miseria y pobreza sistémicas. Pero hoy no puedo ver otra solución.
Nací en Haití y regresé para ejercer la medicina tras completar mi formación en el Weill Cornell Medical College hace más de cuatro décadas. A principios de los años ochenta diagnostiqué algunos de los primeros casos de VIH en el mundo. Poco después, fundé el Grupo Haitiano de Estudio del Sarcoma de Kaposi e Infecciones Oportunistas (GHESKIO, por su sigla en francés) junto con otros profesionales de la salud haitianos, antes de que el VIH siquiera tuviera nombre. Desde entonces, nuestra institución ha sido una de las punteras en el cuidado de los pacientes en Haití.
Siempre hemos tenido que trabajar en periodos de inestabilidad política, golpes de Estado y catástrofes naturales. El terremoto de 2010 destruyó la mayoría de los edificios de nuestra clínica y convirtió nuestro centro en un inmenso campo de refugiados. Pero con el apoyo de la comunidad local y de socios internacionales, levantamos tiendas de campaña, montamos un hospital de campaña y proporcionamos atención traumatológica a miles de pacientes. Ni una sola vez cerramos nuestras puertas ni interrumpimos la prestación de asistencia, ni un solo día.
Ahora estamos ante la posibilidad de cerrar. A lo largo de las últimas semanas, nos hemos visto obligados a interrumpir nuestros programas durante días para garantizar la liberación de los miembros secuestrados del personal médico. Cerca de una tercera parte de nuestros empleados huyeron del país en el último año para protegerse a sí mismos y a sus familias. Todo el sistema médico está al borde del colapso. Los servicios de urgencias de los hospitales locales están desbordados mientras se desviven para tratar a un número creciente de víctimas heridas con armas de fuego. Muchos de nuestros socios sanitarios con equipos profundamente comprometidos, como Médicos Sin Fronteras, suspendieron sus operaciones o dejaron de dar servicio por completo tras los ataques contra trabajadores humanitarios y pacientes por igual.
Las pandillas han quemado casas y edificios, lo cual ha desplazado a al menos 160.000 personas. El control que tienen las pandillas sobre los principales puertos y carreteras ha obligado a miles de negocios y mercados a cerrar, lo cual ha arruinado nuestra economía y dejado a la mitad de la población con acceso limitado a alimentos y con la posibilidad de caer en condiciones de hambruna. Muchos niños ya no pueden asistir a la escuela y algunos de ellos están en riesgo de ser asesinados por las mafias o por la hambruna. El cólera reapareció como consecuencia directa del control de las pandillas sobre las terminales de combustible de nuestra nación, lo cual dejó a los servicios públicos como la recolección de basura debilitados, a veces durante semanas.
No vemos solución a nuestra crisis sin intervención extranjera. Necesitamos fuerzas internacionales experimentadas que apoyen y formen a nuestra policía nacional y proporcionen seguridad mientras trabajamos en la reconstrucción de nuestro gobierno. La inversión internacional en programas sociales es fundamental para ofrecer alternativas de empleo sostenible a los adultos jóvenes en riesgo de ser reclutados por las pandillas. También es fundamental que el gobierno de Biden detenga la exportación ilegal de armas de Estados Unidos a las pandillas haitianas, que es la principal fuente de armas en Haití. Y necesitamos un compromiso mundial que nos ayude a recuperarnos y a continuar con nuestros esfuerzos sanitarios y humanitarios.
Sin esta ayuda exterior, morirán muchas más personas. Pedimos a la comunidad internacional que actúe de inmediato para ayudarnos. No podemos dejar que Haití arda en silencio. El tiempo se acaba.
Este artículo apareció originalmente en The New York Times.
c.2023 The New York Times Company