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Opinión: Ecuador debe impedir el regreso del correísmo

ASÍ SEA VOTANDO POR EL MAL MENOR. EL LLAMADO AL VOTO NULO PODRÍA PERMITIR QUE EL AUTORITARISMO, LA PERSECUCIÓN AL DISENSO Y LA DEBILIDAD INSTITUCIONAL VUELVAN AL PAÍS Y SE AFIANCEN DEFINITIVAMENTE.

QUITO — Ecuador elegirá este fin de semana a su futuro presidente. Las dos opciones de la segunda vuelta forman parte de un libreto bastante conocido y desgastado: el primero, Andrés Arauz, por su conocida filiación con el expresidente Rafael Correa. El segundo, Guillermo Lasso, por haber sido candidato en otras dos ocasiones y por su controversial papel como ministro de Economía a finales de los noventa.

Arauz, de 36 años, era un político dócil y de bajo perfil durante el correísmo y su campaña se ha esforzado por mostrarlo como un nuevo cuadro, libre de los vicios autoritarios de Correa. Lasso, en cambio, para sus críticos representa a las élites económicas y a la recesión que en los noventa obligó a millones de ecuatorianos a salir del país. Ninguno es una alternativa refrescante y probablemente tampoco la solución a largo plazo de un país en crisis. Pero ante el riesgo de que regrese el autoritarismo revanchista de Correa, el conservador Guillermo Lasso no solo es un mal menor; es la opción para salvaguardar la débil institucionalidad democrática del Ecuador.

Todo ha quedado reducido, de nuevo, a la histórica disputa entre correísmo y anticorreísmo. Arauz llegó primero en la primera vuelta con el 32,7 por ciento del voto y Lasso con el 19,74 por ciento, después de una reñida disputa por el segundo lugar contra Yaku Pérez Guartambel, el candidato por el Movimiento Indígena.

La primera vuelta, el 7 de febrero, fue un desastre: había 16 binomios en la papeleta —no todos respaldados por sus partidos—, hubo boletas que se imprimieron con errores y después de un conteo lento y accidentado hubo llamados de fraude, desconfianza y tensión. Desde entonces, los grupos políticos enfrentados en la primera vuelta siguen en disputa abierta y a pesar de su oposición al correísmo, pocos tienen interés de dialogar con Lasso. En 2017, Pérez Guartambel dijo que era “preferible un banquero a un dictador”. Ahora llama al nulo.

Pérez tenía razón hace cuatro años, cuando se enfrentaban el propio Lasso y Lenín Moreno, el candidato designado por Rafael Correa y, entonces, su aliado político. Un banquero es preferible al elegido de un líder autoritario que durante los diez años que duró su presidencia se encargó de debilitar la ya debilitada democracia ecuatoriana, persiguió opositores, llenó los órganos independientes del gobierno con sus aliados y hostigó a la prensa. Los ecuatorianos tienen razones para desconfiar de la lógica del “mal menor” o el “voto útil”. Pero hoy ese dilema podría marcar la diferencia entre continuar siendo una democracia o sucumbir al autoritarismo.

Por más que Arauz intente apelar al centro enfatizando que ha sido crítico con su movimiento o asegurando que él será el candidato de la reconciliación con eslóganes como “más amor, menos hate”, en la primera vuelta su campaña plasmó el rostro de Rafael Correa en casi todas sus pancartas, videos y hasta lo invitaron como “holograma” a un evento proselitista.

Mientras tanto, Correa se ha encargado de recordar a los votantes de todo el odio que promovió durante su gobierno. En una entrevista, por ejemplo, habló del aborto como algo que podría dar cuerda a “hedonistas”. Su historia de persecución contra los críticos es su cruz: una campaña en redes con el hashtag #Cuandoelodioestabademoda, compiló historias de los abusos del expresidente, incluyendo un testimonio de un artista que acusa al expresidente de secuestrarlo, los linchamientos públicos desde el programa que tenía cuando era mandatario, y llamados a acosar y amenazar “insultadores” en redes. Y eso es lo menos sangriento: según el presidente Moreno, exvicepresidente de Correa, el correísmo carga sobre sus hombros presos políticos, desapariciones y hasta asesinatos.

Guillermo Lasso también tiene esqueletos en el clóset. Se le ha acusado de haber invertido en paraísos fiscales o en empresas fantasmas en Miami y Delaware. No solo eso: su rol durante el “Feriado bancario” —como se conoce en Ecuador a la suspensión del sistema financiero e incautación de dinero decretada por el gobierno en 1999— es motivo de preocupación y rechazo, a pesar de que una comisión formada por Rafael Correa durante su gobierno concluyó que Lasso no tuvo nada que ver con el feriado. No importa: ha sido la imagen del conservadurismo contemporáneo en Ecuador.

La izquierda, por eso, no traga entero. Su profesión —banquero— es su talón de Aquiles. Su campaña ha intentado maquillar su cercanía con las élites económicas con un nuevo lema —“encontrémonos para lograrlo”—, compromisos firmados con sectores antes opuestos a él y, para acercarlo al voto joven, esforzándose por volverlo un influencer de TikTok. Lasso, miembro del Opus Dei, ha llegado a acuerdos con grupos por los derechos de la mujer, la comunidad LGBTQ y ha prometido adoptar algunas políticas medioambientales progresistas. Luce más abierto y repite que, a diferencia de Rafael Correa, sus creencias religiosas no intervendrán en política pública. El candidato conservador insiste en ser la opción del diálogo. Parece una contradicción, pero es lo más acertado. Él debe ofrecer con seriedad lo que el correísmo falló en hacer: buscar consenso y diversidad.

Con días para la segunda vuelta, Andrés Arauz sigue puntero en la mayoría de los sondeos. Lasso, sin embargo, ha crecido con rapidez: según Informe Confidencial, aunque Arauz tiene el 37 por ciento de la intención de voto, Lasso ha subido del 19.74 al 31 por ciento. Y una encuesta, la de CEDATOS, le da el triunfo.

Sin duda, en estas elecciones se enfrentan dos candidatos que representan momentos oscuros de la historia nacional; dos opciones que no son la solución de nuestra anemia democrática ni de la legítima desconfianza a la clase política.

Pero Arauz, por más que lo quiera esconder, no ha demostrado contradecir o retar los exabruptos de su jefe. Tampoco ha rechazado las injerencias del correísmo en la justicia. Se ha encogido de hombros, de hecho, cuando le han increpado sobre la influencia de Correa como presidente en el poder judicial.

Lasso, en cambio, ha conseguido un cauteloso voto de confianza de algunos exadversarios suyos: muchos intelectuales, artistas y activistas que antes habían dicho que “nunca votarían por Lasso”, ahora están en campaña por él. Recuerdan ese tiempo de persecución y miedo al disenso. Saben, además, que Lasso encontrará oposición en la Asamblea Nacional. Y ante el posible retorno del autoritarismo de Correa a través de su delfín Arauz, entienden que votar nulo no es una opción.

Como ellos, las fuerzas políticas ecuatorianas, así como los ciudadanos, debemos dejar atrás los purismos ideológicos y tener la mirada en lo más importante: la democracia. El voto por Lasso, aunque sea a regañadientes y nunca un cheque en blanco si llega a ganar la presidencia, podría marcar la diferencia.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company