Opinión: Un desenlace para Ucrania

Es posible que el contrataque tan esperado de Ucrania, el cual podría estar en sus primeras etapas, sea tan infructuoso como la ofensiva rusa durante el invierno. En la guerra de trincheras, los que se defienden casi siempre tienen ventajas sobre sus agresores y el Ejército ruso ha tenido meses para cavar esas trincheras.

Pero también es posible que los ucranianos logren avances que puedan ponerle fin a la guerra este año. ¿Y luego qué? ¿Cómo terminaría esto?

Podemos comenzar por enumerar las maneras en que debería hacerlo. La primera es la que sugirió el año pasado el presidente de Francia, Emmanuel Macron. “No debemos humillar a Rusia para que el día en que termine el combate podamos construir una rampa de salida por medios diplomáticos”, sostenía. En ese momento, “no humillar a Rusia” fue la clave para permitir que Rusia conservara sus bienes mal habidos mientras estaba acatando.

Error. Una derrota aplastante e inequívoca es justo lo que se necesita para ponerle fin a la ambición imperialista de Rusia. Ahora, resulta fácil olvidar que la invasión del año pasado fue la tercera vez que Vladimir Putin había lanzado una campaña de conquista, intimidación y anexión contra sus vecinos, después de la invasión de Georgia en 2008 y la incautación de suelo ucraniano en 2014. Y eso, sin contar la guerra cibernética contra Estonia, los asesinatos en territorio británico, el derribo del vuelo 17 de Malaysia Airlines ni la destrucción de Grozni.

Prácticamente, cada uno de estos actos de agresión quedaron sin castigo, lo cual incitó a Rusia a cometer el siguiente. Si la guerra de Ucrania termina con que Putin haya logrado al menos algunos de sus objetivos sin sufrir consecuencias irreparables para su régimen, la única “rampa de salida” que Occidente habrá encontrado es la rampa que dará acceso a Putin a su próximo atropello.

De igual manera, si las fuerzas ucranianas traspasan las líneas de Rusia de tal modo que obliguen a Putin a buscar un arreglo (quizás con la mediación de China), habrá quienes aleguen que el cese al fuego y el armisticio del modelo coreano son preferibles a los riesgos de una drástica escalada. Tal vez el Kremlin intente promover esta línea de pensamiento haciendo cascabelear de nuevo sus sables nucleares, pero esta vez con mucha más fuerza.

Sin embargo, aunque nunca se debe descontar la amenaza nuclear, esta parece vacía si se le analiza con detenimiento.

La razón por la que Putin no ha usado las armas nucleares tácticas hasta ahora en esta guerra no es por sus escrúpulos morales que podrían esfumarse si se siente acorralado, sino porque esas armas, que fueron diseñadas originalmente para destruir grandes concentraciones de blindaje, no tienen mucho sentido en un campo de batalla poco extendido. También porque el gobierno de Biden ha amenazado con “consecuencias catastróficas” no especificadas si Rusia usa esas armas, las que tal vez incluyan el hundimiento de la flota rusa en el mar Negro o alguna otra respuesta cinética, pero no nuclear, de la OTAN.

El mayor problema con el modelo del armisticio es que este congela el conflicto de una manera que permitiría a Rusia reanudarlo cuando ya haya curado sus heridas y recobrado la fuerza. En cuanto a Ucrania, se habría convertido en un Estado de guarnición incluso cuando su economía haya sido paralizada por la guerra. Quienes hacen la analogía de Corea del Sur olvidan dos cosas. Primero, que Rusia es un Estado intrínsecamente más poderoso que Corea del Norte. Y, en segundo lugar, que la paz en la península coreana ha sido mantenida por una gran y continua presencia militar estadounidense de 70 años, una que relativamente pocos estadounidenses tendrían ganas de duplicar en Ucrania.

La alternativa es ganar. Es lo que merecen los ucranianos, lo que la inmensa mayoría quiere y lo que exigen de su dirigencia política. Este objetivo ha sido tanto entorpecido como promovido por la disposición fluctuante del presidente Joe Biden de proporcionarle a Kiev las herramientas que necesita para ganar. También ha sido obstaculizado por su propia ambivalencia sobre el resultado que en verdad desea, además de no permitir que Rusia gane y que el mundo no explote en el proceso.

El triunfo viene en dos presentaciones. La primera, y más peligrosa, es proporcionarle a Kiev las armas que requiere —principalmente misiles guiados de largo alcance, más tanques, drones Predator y aviones caza F-16— no solo para expulsar a Rusia de los territorios que tomó en esta guerra, sino para recobrar Crimea y las “repúblicas” separatistas del este, que es lo que los ucranianos quieren y a lo que tienen derecho moral y legalmente hablando.

No obstante, será difícil recobrar Crimea e incluso el triunfo tendrá sus costos, principalmente en el caso de las poblaciones que no necesariamente quieren ser liberadas por Kiev. De ahí la segunda presentación: ayudar a Ucrania a restaurar las fronteras que tenía antes de febrero de 2022, pero no más allá, con su membresía a la Unión Europea y un tratado de seguridad bilateral con Estados Unidos que tome como modelo la cooperación de seguridad de Estados Unidos con Israel, como compensación.

¿Acaso esto aumentaría la vulnerabilidad de Estados Unidos a la agresión por parte de Rusia? No, la reduciría por la misma razón por la que Putin no se atrevió a atacar los países bálticos miembros de la OTAN, sino que atacó dos veces a Ucrania: los dictadores se aprovechan de los más débiles, no de los fuertes. ¿Eso respondería a la necesidad de seguridad que tiene Ucrania? Sí, tanto en su acceso garantizado a los mercados europeos como a las armas estadounidenses.

¿Y eso humillaría a Putin? De la mejor manera posible al demostrarles a él y a otros dictadores, dentro y fuera de Rusia, que las agresiones contra las democracias nunca son una buena opción.

c.2023 The New York Times Company