Es importante que Trump se recupere del Covid: vamos a desearle lo mejor a un presidente que no nos desea lo mejor
“La muerte de cualquier hombre me disminuye”, escribió John Donne, “porque formo parte de la humanidad”. A tono con ese pensamiento, vamos a desearle juntos a Donald Trump una recuperación pronta y total de la COVID-19 que padece.
Le enviamos nuestros mejores deseos porque incluso en esta era hiperpolítica, o más bien especialmente en ella, hay cosas que deben quedar al margen de la política. Cuando todo se considera un tema político, no queda nada sagrado, ni siquiera la vida humana. Es algo que los sistemas totalitarios del siglo XX comprendieron bien.
Le deseamos lo mejor porque la muerte repentina de un presidente es un suceso traumático para cualquier nación, que inevitablemente alborota a todos los chiflados del país. Si el término “grassy knoll” (originado tras el asesinato de John F. Kennedy para hacer referencia a subterfugios y conspiraciones) todavía les dice algo a los ciudadanos de Estados Unidos, imaginen cuál sería la reacción en el mundo de QAnon si la condición de Trump se deteriorara abruptamente tras su estancia en Walter Reed.
Deseamos su recuperación debido a Mike Pence.
Le enviamos buenos deseos porque aunque tuitee: “No le tengan miedo a la COVID”, bien podría ser un perfecto testigo de que, si pones juntas a muchas personas sin cubrebocas, es probable que se propague el virus, como ha ocurrido en el caso de más de doce colaboradores, hasta ahora, del círculo cercano de Trump. Aristóteles dijo que el valor es el justo medio entre la temeridad y la cobardía. Quizá Trump siga siendo temerario, pero sus seguidores no tienen por qué serlo.
Le enviamos buenos deseos porque de lo contrario nos rebajaríamos a su nivel y le daríamos la victoria que siempre ha buscado; la victoria que ha ganado por igual entre sus simpatizantes más fervientes y leales y sus críticos más encarnizados. La meta en el proyecto de Trump es reducir al mínimo las expectativas morales y acabar con las normas públicas. Que sus enemigos le deseen la muerte sería la reivindicación perfecta.
Deseamos que mejore porque el país necesita un referendo político, no una autopsia literal de esta presidencia. La enfermedad de Trump es un incidente de la naturaleza, pero su marca de política es una fuerza en el mundo de las ideas. Si pierde la reelección (por lo menos si la pierde por un margen considerable), el populismo de derecha también perderá, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo. Si gana, todos aquellos que nos contamos entre sus opositores tendremos que analizar de qué manera saboteamos nuestra propia causa. Eso incluiría la forma en que nuestra aversión personal hacia el presidente y nuestra actitud de desdén hacia sus partidarios, manifiesta o velada, podría haber causado que el estadounidense común y corriente nos considere más chocantes que él.
Deseamos que recupere la salud porque (Dios no lo quiera), si el presidente muriera este mes, partiría sin haber sido vencido y se elevaría a la categoría de mártir para las decenas de millones de estadounidenses que lo tratan como a su salvador. La muerte de Trump le garantizaría una larga vida al trumpismo y sus hijos serían los más beneficiados.
Le enviamos buenos deseos porque los opositores de Trump (demócratas y “nunca trumpistas” por igual) necesitan una victoria política sin ninguna mancilla. Si Trump sobrevive pero sufre una recuperación difícil, podría borrar de la memoria los horrores del debate de la semana pasada, enmudecer las críticas sobre su desempeño y suavizar la imagen que tienen de él los votantes indecisos. Mientras más tenga que resistir, más podrían mejorar sus probabilidades, al menos en la esfera política.
Le deseamos lo mejor porque si la enfermedad lo mantiene inactivo y a fin de cuentas pierde las elecciones, lo más seguro es que culpe a la enfermedad por su derrota. Aunque tal afirmación fuera falsa (ver lo explicado con anterioridad), eso no evitaría que sus partidarios lo creyeran. Insisto, Trump, el ser humano, necesita vivir (¡y perder!) porque solo así es posible que muera el culto a Trump.
Deseamos su recuperación porque no hay palabras para expresar lo que es ver a sus defensores crónicos aparecer de repente en los medios consternados y abatidos debido a la desconsideración de quienes se han regodeado por el diagnóstico de Trump. ¿Quiénes son estos capitanes Renault de nuestros días que claman “escándalo, escándalo”, prestos a denunciar las descortesías del habla estadounidense? ¿Pero dónde estaban cuando el presidente era el que insultaba y difamaba a sus críticos? ¿No eran los que lanzaban vítores desde la banca o murmuraban evasivas sobre el “estilo” del presidente?
Le deseamos la salud porque somos mejores que él. Somos mejores que el hombre que se burló de Hunter Biden por sus problemas de abuso de fármacos. Somos mejores que el hombre que describió a los “nunca trumpistas” como “escoria humana”. Somos mejores que el hombre que quiere poner a sus opositores políticos en la cárcel. Somos mejores que el hombre que humilla en público a sus propios asesores. Somos mejores que el hombre que menospreció a los padres de un soldado muerto en combate. Somos mejores que el hombre que se burló de la discapacidad física de un periodista. Somos mejores que el hombre que engaña a sus proveedores y estafa a sus “estudiantes”. Somos mejores que el hombre que aprovecha su condición de celebridad para manosear. Somos mejores que el hombre que recibió una prórroga de reclutamiento para así poder vivir y denigrar el valor de los prisioneros de guerra. Somos mejores que el hombre que logró destacar en el ámbito político gracias a provocaciones raciales y debates sobre teorías conspirativas.
Deseamos que se recupere porque es lo correcto. Esa sola razón basta.
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This article originally appeared in The New York Times.
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