¿Cuántas mujeres tienen que morir para acabar con la 'tentación' o por los problemas sexuales de los hombres?

LOS ASESINATOS DE ATLANTA SIGUEN UN TERRIBLE PATRÓN DE VIOLENCIA MISÓGINA.

Un monumento conmemorativo en Isla Vista, California, luego de que un hombre que pretendía matar mujeres asesinó a 6 personas y lesionó a otras 13 en 2014. (Monica Almeida para The New York Times)
Un monumento conmemorativo en Isla Vista, California, luego de que un hombre que pretendía matar mujeres asesinó a 6 personas y lesionó a otras 13 en 2014. (Monica Almeida para The New York Times)

¿Cuántas mujeres tienen que morir por los problemas sexuales de los hombres?

Tras el ataque letal del martes 16 de marzo en tres spas de Georgia que cobró la vida de 8 personas, Robert Aaron Long, el presunto asesino de 21 años, le dijo a la policía que las mujeres asesinadas eran “tentaciones” que necesitaba “eliminar”.

El excompañero de cuarto de Long les dijo a las autoridades que el presunto asesino estaba profundamente avergonzado de su historial de contratación de trabajadoras sexuales y, al igual que muchos asesinos misóginos antes que él, decidió que las mujeres eran las culpables.

Durante demasiado tiempo las mujeres han sido castigadas y asesinadas por la incapacidad de los hombres para lidiar con los problemas relacionados con el rechazo, el deseo y la vergüenza. Las mujeres de color están especialmente en riesgo, pues se les ataca de manera desproporcionada y hay mayor probabilidad de que se les culpe de la violencia perpetrada en su contra. Seis de las personas asesinadas la semana pasada eran mujeres asiáticas, quienes han sido claramente hipersexualizadas en la cultura estadounidense.

Se repite la historia: problemas sexuales... de ellos

Gracias a décadas de labor académica y activista, ahora tenemos más conocimientos que nunca sobre por qué los hombres atacan a las mujeres de esta manera y cómo podemos frenar la violencia. Sin embargo, la incidencia de asesinatos masivos de mujeres no muestra ninguna señal de que estén disminuyendo. Además, los asesinatos de Georgia —que también están entrelazados de modo inextricable con el incremento del racismo antiasiático y una cultura de las armas sorprendentemente permisiva— siguen el mismo patrón repugnante de otros ataques terroristas misóginos que las feministas, incluyéndome, hemos denunciado durante años.

La historia se ha vuelto terriblemente familiar: un hombre joven que lamenta su virginidad, su soltería o su ira decide salir a masacrar mujeres (aunque también hay hombres que pierden la vida en estos ataques). A menudo, este hombre publica un video o manifiesto en línea. En 2014, sucedió en Isla Vista, California (Elliot Rodger, 6 muertos, 13 heridos); en 2015, ocurrió en Oregon (Chris Harper-Mercer, 9 muertos, 9 heridos); en 2018, fue en Toronto (Alek Minassian, quien declaró su admiración por Rodger, 10 muertos, 16 heridos). En 2019, Christopher Wayne Cleary fue arrestado en Denver antes de que pudiera llevar a cabo su plan de matar “a todas las mujeres que viera”.

En parte, estos ataques son un resultado predecible del sexismo extremista en línea. Hombres jóvenes, en su mayoría blancos, buscan conmiseración y un sentido de comunidad en foros violentos. Allí, se radicalizan hasta llegar a creer que las mujeres son las culpables de todos sus problemas, en especial los relacionados con el sexo.

Pero la idea de que los problemas sexuales de los hombres son responsabilidad de las mujeres no es nueva ni es una ideología marginal confinada al internet: es una creencia generalizada de muchos estadounidenses.

Y la influencia religiosa

Las opiniones del atacante de Georgia sobre la sexualidad, por ejemplo, parecen emanar de su educación religiosa. Según reportes, Long no tenía un teléfono celular porque temía ser tentado por la pornografía en línea. Se dice que sentía vergüenza por masturbarse y tenía pensamientos suicidas debido a la creencia de que su hábito de frecuentar trabajadoras sexuales significaba que estaba “viviendo en pecado”. Long también le dijo a la policía que no solo había cometido el crimen para detener sus propios impulsos, sino también para “ayudar” a otros hombres al eliminar las “tentaciones” (es decir, a las mujeres).

Un monumento conmemorativo la semana pasada frente al Gold Spa en Atlanta. El hombre que asesinó a mujeres de ascendencia asiática allí y en otros dos negocios de masajes había buscado tratamiento por
Un monumento conmemorativo la semana pasada frente al Gold Spa en Atlanta. El hombre que asesinó a mujeres de ascendencia asiática allí y en otros dos negocios de masajes había buscado tratamiento por

Estas creencias reflejan las enseñanzas cristianas evangélicas conservadoras y tradicionales sobre el sexo y la idea de que la mujer tiene la responsabilidad de evitar atraer a los hombres a situaciones sexuales.

Este tipo de cultura de la pureza va mucho más allá de la religión. Las clases sobre abstinencia que se imparten en más de la mitad de los estados de todo el país les dicen a los jóvenes que las chicas tienen la responsabilidad de no coquetear ni tentar a los chicos, cuyos impulsos sexuales, según dicen, son casi incontrolables.

Pero en lugar de frenar la actividad sexual, estos programas parecen normalizar los impulsos misóginos. Un estudio de 2017 publicado en Journal of Adolescent Health, por ejemplo, descubrió que los programas que apoyan la abstinencia a menudo “refuerzan estereotipos de género sobre la pasividad femenina y la agresividad masculina”. Además, el plan de estudios de Heritage Keepers, con financiamiento federal, les enseña a los estudiantes que “las chicas tienen la responsabilidad de usar ropa modesta que no incite pensamientos lujuriosos”.

Idea generalizada

Estas ideas están tan generalizadas que se pueden encontrar también en los códigos de vestimenta de las escuelas, dirigidos casi exclusivamente a las chicas, los cuales les dicen de forma explícita que la manera en que se visten distrae a sus compañeros de clase y profesores. El Centro Nacional de Leyes de la Mujer también descubrió que las estudiantes negras son más propensas a ser citadas por violaciones al código de vestimenta que sus compañeras blancas. Esta es otra muestra de cómo las niñas y las mujeres de color son hipersexualizadas y castigadas.

Incluso los titulares de los medios sugieren que los hombres y muchachos que lastiman a las mujeres son víctimas pasivas de sus deseos. Luego de que un estudiante de bachillerato de Maryland le disparó en la cabeza a Jaelynn Willey, de 16 años, The Associated Press lo describió al principio como un “adolescente enamorado”. Y cuando un técnico de laboratorio estranguló a Annie Le, una estudiante de posgrado de farmacología de la Universidad de Yale, y escondió su cuerpo detrás de una pared, The New York Post dijo que el crimen se debía a un “amor no correspondido” y describió al asesino como “perdidamente enamorado”.

Ahora, tras los asesinatos en Georgia, el ataque de Long ya ha sido descrito como un incidente cometido por alguien con “adicción al sexo” o simplemente por un hombre que tuvo un “mal día”.

Tanto en la cultura como en las instituciones, el mensaje es el mismo: es de esperarse que exista la violencia sexual masculina. Cada vez es más difícil tratar estos delitos como aberraciones cuando los valores que los impulsan están tan claramente normalizados.

Es esperanzador que las mujeres de todo el mundo sigan manifestándose en contra de los asesinatos sexistas. Este mes hubo marchas en Londres por el asesinato de Sarah Everard y en América Latina cientos de miles de personas salieron a protestar contra la violencia de género durante el Día Internacional de la Mujer. Pero el activismo y la indignación de las mujeres no detendrán las violaciones y los asesinatos. Solo los hombres pueden hacer eso.

Hay innumerables maneras de frenar masacres como la de Georgia: los editores podrían analizar más de cerca la forma en que cubren la violencia sexualizada; los creadores de la cultura pop podrían replantear la manera en que cosifican a las mujeres, en especial a las de color; las escuelas podrían impartir clases de educación sexual integral que desmantelen los estereotipos de género y los mitos sobre el deseo y el consentimiento.

Pero, en última instancia, la respuesta es bastante simple: si no queremos que jóvenes enojados descarguen sus frustraciones sexuales con las mujeres, debemos dejar de enseñarles que es comprensible que lo hagan.

This article originally appeared in The New York Times.

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