Opinión: 'Su corazón también latía': las mujeres que han muerto tras prohibiciones del aborto

LA VIDA Y LA SALUD DE LAS MUJERES ES LO QUE ESTÁ EN RIESGO CUANDO LA MEDICINA ES OBSTACULIZADA POR LA POLÍTICA, LA RELIGIÓN O LA CULTURA.

En 2012, Savita Halappanavar, una dentista casada de 31 años, se presentó en el Hospital Universitario de Galway, en Irlanda, con dolor. Estaba embarazada de 17 semanas y había tenido un aborto espontáneo. Según relató el marido de la doctora Halappanavar, el personal del hospital le dijo que no era posible salvar el embarazo, pero se negaron a intervenir porque el feto aún tenía latido. Le dijeron que su única opción era esperar.

Halappanavar tuvo fiebre. Para cuando el latido del feto se desvaneció, ella tenía un fallo orgánico. Dos días y medio después, falleció.

Casi 30 años antes, los dirigentes irlandeses crearon una de las leyes de aborto más restrictivas del mundo con una enmienda a la Constitución de su país, que consolidó la prohibición casi total del aborto en Irlanda. A partir de entonces, las mujeres que podían salían del país para someterse al procedimiento, mientras que las que no podían hacerlo vivían con las consecuencias de la ley. La enmienda se mantuvo en vigor a pesar de las numerosas historias de brutalidad relacionada durante ese periodo, entre ellas la de una adolescente de 14 años con tendencias suicidas que quedó embarazada después de una violación. Su familia tuvo que suplicar a la Corte Suprema de la nación que le permitiera viajar para poner fin al embarazo. Al principio, el fallo no le favoreció, pero las protestas masivas motivaron a la corte a reunirse de nuevo y al final se le permitió viajar al Reino Unido para interrumpir el embarazo.

La historia de Halappanavar tuvo un impacto aún mayor. Cuando murió, su marido se puso en acción de inmediato y dijo que las leyes restrictivas del aborto en Irlanda eran las culpables de la muerte de su esposa. Su muerte generó una oleada de dolor y rabia que se convirtió en un punto central del movimiento a favor del aborto y los derechos de la mujer en Irlanda, y contribuyó a impulsar la anulación de la enmienda constitucional del país.

“La gente decía: ‘Esto es por Savita’, quien llegó a simbolizar a todas las mujeres que tuvieron que luchar y sufrir a causa de esa prohibición”, me dijo una activista irlandesa por el derecho al aborto, Ailbhe Smyth. En 2018 los votantes irlandeses revocaron la enmienda.

En Estados Unidos, dada la gran probabilidad de que el año próximo se desmantele el precedente que sentó el caso de Roe contra Wade, si no es que se anula, es el momento de volver a mirar a las mujeres cuya vida y muerte cambiaron la manera en que la ciudadanía entiende lo que está en riesgo al hablar sobre la prohibición del aborto.

“Lo que me preocupa en Estados Unidos es que el grito de guerra no se produzca sino hasta que mueran mujeres, y eso es totalmente innecesario y desafortunado”, dijo Kathryn Kolbert, quien en 1992 presentó los argumentos del importante caso de aborto Planned Parenthood contra Casey ante la Corte Suprema estadounidense.

No debería ser necesaria una muerte de alto perfil para revelar lo mucho que se arriesga cuando la medicina es obstaculizada por la política, la religión o la cultura. Sin embargo, mujeres de toda Irlanda que fueron entrevistadas por The New York Times describieron cómo enterarse de la historia de Savita Halappanavar les había hecho despertar a la realidad de que sus propias vidas están en riesgo, no solo en caso de enfrentarse a un embarazo no deseado, sino también si un embarazo deseado sale mal.

Cuando se observa qué historias han alimentado el activismo por el derecho al aborto en otros países, la preocupación de Kolbert parece legítima. En septiembre, una madre de 30 años identificada en la prensa solo con el nombre de Izabela llegó a un hospital de un condado en Polonia. Según un abogado de su familia, estaba embarazada de 22 semanas y el pronóstico distaba de ser favorable: el líquido amniótico era escaso o nulo y las ecografías mostraban que el feto presentaba anomalías. A pesar de ello, se seguía percibiendo su latido.

El año pasado, el Tribunal Superior de Justicia de Polonia anuló una disposición en la ley del aborto, de por sí draconiana, que permitía los abortos en caso de anormalidad fetal.

Izabela sabía que su situación era grave. Envió un mensaje de texto a su madre desde el hospital: “El bebé pesa 485 gramos. Por ahora, debido a la ley del aborto, tengo que acostarme. No pueden hacer nada. Van a esperar a que el bebé muera o a que ocurra algo más. Además, yo podría morir de un choque séptico”.

Después, el feto murió. Luego Izabela también murió.

La madre de Izabela hizo públicos sus mensajes de texto. Días después, a principios de noviembre, manifestantes marcharon con afiches que decían: “Su corazón también latía” y “Ni una más”. En aparente respuesta a las marchas, el Ministerio de Salud polaco “aclaró” la ley que regula el aborto en el país y enfatizó que el procedimiento sigue disponible para salvar la vida de las mujeres embarazadas.

Kolbert señaló que contar estas historias siempre ha sido una herramienta empleada por el movimiento político no solo para proteger el derecho al aborto sino también para ganarlo. En años recientes, las activistas estadounidenses han cambiado su enfoque narrativo del relato de casos de abortos clandestinos peligrosos al del empoderamiento, a través de la difusión de historias que ayudan a eliminar el estigma y la vergüenza que siguen prevaleciendo en relación con el procedimiento.

Pero en los años anteriores a Roe, el clero, los legisladores, los medios de comunicación y las activistas feministas esperaban que contar las historias de victimización, humillación y muerte de las mujeres pudiera humanizar la necesidad del acceso universal al aborto y lograr la legalización. Una de esas historias iniciaba con una foto policial de 1964 del cuerpo ensangrentado y sin vida de una mujer boca abajo en la alfombra de un motel. La mujer era Geraldine Santoro, conocida como Gerri, de 28 años y madre de dos hijos. Santoro tenía miedo de lo que le haría su marido violento, del que estaba separada, si descubría que estaba embarazada de su pareja. El novio de Santoro intentó practicarle un aborto y acabó matándola en el proceso (el hombre huyó, pero después fue sentenciado por homicidio).

Esa fotografía de Santoro se publicó en la revista Ms. en 1973 con la leyenda “Nunca más”. La imagen apareció en pancartas que se llevaban a las concentraciones por el derecho al aborto, un retrato visceral de los riesgos del aborto ilegal.

En los últimos años, se ha deteriorado la situación del derecho al aborto en Estados Unidos, en particular para las mujeres de escasos recursos y las mujeres de color. Sin embargo, puede ser más difícil motivar a los manifestantes ahora, en una época en que las mujeres en edad reproductiva han pasado toda su vida con las protecciones de la era Roe. Los abortos clandestinos que motivaron el movimiento en el pasado son, en gran medida, un recuerdo ajeno.

Ahora existen otros temores. En la actualidad, una persona podría ser acusada de cometer un delito después de sufrir un aborto espontáneo o podría enfrentar consecuencias legales por ingerir píldoras abortivas ordenadas por internet. En estados donde el acceso al aborto se ha reducido, la interpretación de las disposiciones legales que prometen salvaguardar la vida de la mujer embarazada queda en manos del personal médico. Pero este es un espacio sin respuestas claras, y el personal de los hospitales inevitablemente considerará su propio riesgo legal y profesional a la hora de tomar una decisión que en otras circunstancias se basaría solo en lo que es mejor para la paciente.

La ley de Texas que prohíbe el aborto después de alrededor de seis semanas de embarazo está en vigor desde septiembre y, según ha informado The Lily, ya hubo una mujer en el estado con un embarazo ectópico a la cual se le negó la atención médica. Los embarazos ectópicos, en los que el óvulo fecundado se implanta fuera del útero, requieren una interrupción inmediata porque ponen en peligro la fertilidad de la paciente o, peor aún, su vida. En teoría, la ley de Texas no prohíbe la terminación de un embarazo ectópico, pero en este caso, según la directora de la línea de ayuda de National Abortion Federation, quien habló con The Lily, los médicos tuvieron miedo de intervenir y la mujer tuvo que conducir doce horas hasta Nuevo México para someterse al procedimiento.

La mujer de Texas con el embarazo ectópico sobrevivió a su experiencia. Pero mientras más estados se planteen aprobar leyes como la de Texas, la siguiente mujer podría no sobrevivir. ¿Qué pasará entonces? ¿Sabremos su nombre? ¿Se convertirá en un grito de batalla? ¿O ella y otras mujeres con historias trágicas se desvanecerán en el olvido, con sus familias temerosas de salir a la luz? Nadie quiere que esto ocurra, pero ¿qué estamos haciendo para evitarlo?

Llamé a Lynn Paltrow, directora ejecutiva de National Advocates for Pregnant Women (quien resulta ser mi prima política), y le pregunté: “¿Por qué las protestas enormes contra las leyes restrictivas del aborto se producen después de la muerte de una mujer y no antes?” Fue mordaz en su respuesta: “El impacto principal del movimiento antiabortista no ha sido detener los abortos, sino deshumanizar. Son el martirio y el sufrimiento y la muerte visibles de una mujer visible lo que le recuerda a la gente su humanidad y su derecho a la vida”.

En Texas y en otros lugares, las personas en Estados Unidos no deberían esperar a que el corazón de otra mujer deje de latir para exigir un cambio.

© 2021 The New York Times Company