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Opinión: Es posible hacer una concesión difícil pero real tratándose del aborto

Opinión: Es posible hacer una concesión difícil pero real tratándose del aborto (Gabriella Demczuk para The New York Times)
Opinión: Es posible hacer una concesión difícil pero real tratándose del aborto (Gabriella Demczuk para The New York Times)

LAS ACTITUDES PÚBLICAS HAN CAMBIADO MUY POCO DESDE LA SENTENCIA DE HACE 50 AÑOS DEL CASO ROE CONTRA WADE.

En un desafío más para el caso Roe contra Wade, la Corte Suprema celebrará una audiencia en diciembre para escuchar argumentos sobre si Misisipi puede limitar el acceso al aborto a las primeras 15 semanas de embarazo. Hay pocas constantes más grandes en la vida estadounidense que las impugnaciones jurídicas al caso Roe, lo cual es digno de mención en un país en el que han cambiado tantas otras cosas.

La actitud de la gente en relación con el aborto ha cambiado poco desde que hace casi 50 años se emitió el fallo en el caso de Roe. Casi la mitad de los encuestados se identifican como “provida” y la mitad como “proelección”, pero, sin importar cómo se identifiquen, la mayoría de los estadounidenses está a favor de que el aborto sea legal solo en determinadas circunstancias. De hecho, aunque la mayoría de los estadounidenses dice apoyar la jurisprudencia Roe, la mayoría no parece saber un hecho crítico sobre ese caso: estableció el derecho al aborto hasta antes de la viabilidad —que por lo general es después de las 24semanas— y otorgó una amplia autoridad a los médicos para practicar abortos después de ese plazo. Por ende, la mayoría de los estadounidenses también está a favor de restringir la realización del aborto al primer trimestre, que en términos generales es el límite que estableció Misisipi.

La prevalencia de los numerosos enemigos del caso Roe es sorprendente si se considera el aborto como una cuestión de guerra cultural, como los derechos de la comunidad LGBTQ o la educación sexual, donde más estadounidenses han adoptado puntos de vista progresistas con el tiempo. Si el aborto fuera como estas otras cuestiones culturales, esperaríamos que los estadounidenses estuvieran hoy mucho más a favor del derecho al aborto que hace 50 años, cuando las tasas de asistencia a la iglesia eran más altas y las actitudes sociales eran mucho más conservadoras, en particular en cuestiones relacionadas con el género y el sexo.

Sin embargo, eso no fue lo que ocurrió. Aunque la Iglesia Católica Romana fue clave en la propagación de las opiniones antiabortistas durante los primeros años del conflicto de este tema, la marcada disminuciónen la asistencia a la iglesia ha servido de poco para disminuir la actitud provida. Las encuestas también muestran que, con el tiempo, los estadounidenses adoptaron actitudes más igualitarias en cuestiones de género sin abandonar su oposición al aborto. En consecuencia, los ciudadanos a favor de una y otra postura ahora están mucho menos divididos en lo que respecta a los roles de género que en la década de 1970.

¿Por qué el sentimiento y el activismo provida han sobrevivido este último medio siglo de profunda liberalización social? Porque, en realidad, el conflicto del aborto nunca fue una guerra cultural. Más bien es una disputa dentro de lo que los filósofos llaman la tradición liberal centrada en los derechos individuales, en este caso, relativos a los derechos de las mujeres frente a los derechos de los embriones.

Así, el movimiento provida perdura justo por la misma razón que el movimiento proabortista: ambos se nutren de nuestra cultura común, centrada en los derechos. Se trata de una lucha poco frecuente en la historia de Estados Unidos en la que las personas de ambos bandos se consideran activistas de los derechos humanos, llamados a ampliar las fronteras de la libertad y la igualdad.

Esta guerra civil liberal se ha moderado sin hacer aspavientos gracias a las intuiciones morales comunes sobre el aborto. Estas intuiciones nos predisponen a ser más protectores con un feto a medida que comienza a parecerse más a un recién nacido (y en fechas recientes, esas intuiciones pueden exacerbarse aún más debido a la prevalencia de las imágenes de los ultrasonidos).

Por ello los estadounidenses tienden a hacer una clara distinción entre los abortos en el primer trimestre y los que ocurren durante el segundo o el tercero. Y, por lo tanto, los estadounidenses equilibran las afirmaciones liberales contradictorias que escuchan dándole un peso considerable a los argumentos a favor del aborto al principio del embarazo y una mayor consideración a los argumentos a favor de la vida a medida que el feto se desarrolla.

Los partidarios del derecho al aborto que a veces realizan el mismo acto de equilibrio liberal tras bambalinas suelen pasar inadvertidos. Aunque el caso Roe y su sentencia complementaria Doe contra Bolton otorgaron una amplia autoridad a los médicos para practicar abortos durante los nueve meses del embarazo, la mayoría de los médicos que los practican deciden limitar el alcance de este derecho tan amplio.

Aunque casi todos los proveedores de abortos fuera de Texas ofrecen sus servicios a las mujeres en las primeras diez semanas de embarazo, hay un notorio declive después de ese momento. Casi la mitad de las clínicas no ofrecen abortos para la semana 15, que es el límite establecido en Misisipi. Menos del diez por ciento de las clínicas practica abortos en la semana 24 (la excepción importante es Texas, donde hace poco se evitó que los proveedores practiquen abortos después de las seis semanas de gestación, aunque lo más seguro es que esa ley no esté en vigor mucho tiempo).

¿Por qué tantos proveedores han restringido el acceso al aborto en formas que más o menos coinciden con el sentir de la mayoría de los estadounidenses? ¿Y por qué siguen haciéndolo pese a décadas de presión de los proabortistas para que el aborto se practique a demanda y sin disculpas? En parte porque los proveedores comparten las intuiciones morales de los estadounidenses. Como muestra un gran número de investigaciones, a los proveedores no les gusta, por lo general, practicar abortos durante el segundo trimestre, cuando el feto se convierte en un ser humano más discernible.

Un buen ejemplo es el de Susan Wicklund, una doctora y heroína del movimiento por el derecho al aborto. Ante las amenazas de muerte, se destacó por ir a trabajar con un revólver cargado. Menos conocida fue su decisión de limitar su práctica a los abortos del primer trimestre. Al recordar su decisión, Wicklund, ahora jubilada, escribió: ‘‘Verme sacar un brazo del canal vaginal fue impactante. Una de las enfermeras en la sala me acompañó a la salida cuando me puse pálida”. Continuó, “a partir de ese momento, decidí limitar mi práctica del aborto al primer trimestre: 14 semanas o menos”.

Al estar dispuesta a enfrentarse a los sanguinarios oponentes al aborto, pero no a la interrupción del embarazo en el segundo trimestre, Wicklund encarna nuestros impulsos contrapuestos.

Los grupos antiabortistas han sido menos proclives a hacer tales concesiones, como Wicklund sabe muy bien. Pero eso podría cambiar si la jurisprudencia Roe se reduce para proteger un menor número de abortos y nuestro régimen jurídico cambia a una concesión como la de Wicklund, que concede un amplio acceso al aborto en el primer trimestre pero lo restringe en gran medida en el segundo y el tercero. A pesar del reciente drama de la ley del aborto de Texas, sospecho que en el Estados Unidos posterior a la sentencia Roe, las mismas intuiciones morales que han moderado durante mucho tiempo a los proveedores de abortos podrían acabar por moderar también a los opositores al aborto.

Desde que el movimiento provida se unió, su herramienta de movilización más importante han sido las imágenes de abortos en el segundo y tercer trimestre. Han envalentonado a innumerables activistas, dándoles la confianza de que están librando una guerra por los derechos humanos básicos. Estas imágenes han abundado en el movimiento porque la jurisprudencia Roe creó un espacio jurídico para una minoría de especialistas en abortos tardíos, algunos de los cuales han sido la piedra en el zapato del movimiento proelección. Sin esas clínicas ni las imágenes que filtran, puede ser más difícil para los líderes provida mantener las pasiones morales de su movimiento, así como la ficción de que la mayoría de los fetos abortados se parecen a los recién nacidos.

Esa conclusión nace de la experiencia. A los líderes del movimiento les resultó fácil reunir a su base contra el aborto por “nacimiento parcial”, pero no les fue tan fácil movilizarla contra la investigación con células madre embrionarias. Al igual que sus contrapartes proaborto, los activistas provida son incapaces de sentir algo por los embriones que no son reconocibles como humanos. Y como cualquier activista sabe, son las emociones, no solo los principios, las que hacen que los movimientos avancen.

Por lo tanto, si las repetidas impugnaciones a la sentencia del caso Roe siguen acercando nuestro régimen jurídico a una concesión, incluso algunos activistas de ambos bandos de la guerra del aborto pueden inclinarse a tolerar el nuevo equilibrio.

Eso no significa que vayamos a alcanzar un consenso fácil si la Corte Suprema permite a los legisladores restringir el aborto a las primeras 15 semanas de embarazo. El conflicto sobre el aborto continuará, en especial a corto plazo, cuando nuestras legislaturas estatales, bastante partidistas, se disputen su nuevo poder constitucional.

Mucho después de que se asiente el polvo, mis colegas de los departamentos de Filosofía presentarán argumentos poderosos a favor de las prohibiciones absolutas y el acceso no regulado. Y seguirán acusando a quienes hacen concesiones de incoherencia filosófica. Tendrán razón. Al fin y al cabo, no está claro por qué el reconocimiento del feto tiene importancia moral en un sentido u otro.

No obstante, sus demandas de justicia también tienen algo de utópico. Es difícil imaginar un Estados Unidos que rechace el aborto sin más, al igual que es difícil imaginar un Estados Unidos que se sienta cómodo con los abortos en etapas avanzadas de gestación. La experiencia europea así lo sugiere: la mayoría de esos países ofrecen amplio acceso a los abortos más o menos antes de las 12 semanas, pero después de ese periodo dificultan el acceso a esta práctica.

Al fin y al cabo, somos animales que han evolucionado para empatizar con los organismos que se parecen a nosotros y sentir poca consideración por los que no se parecen, y mientras eso sea así, nuestro sentido moral ejercerá una influencia moderadora en la política del aborto y nos inclinará a equilibrar las reivindicaciones liberales contrapuestas. Y dado que los filósofos proaborto y provida respetan la razonabilidad de sus enemigos intelectuales, quizás ellos también tengan motivos racionales para aceptar una concesión liberal en lo que al aborto respecta.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

© 2021 The New York Times Company