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Opinión: Chris Cooper es mi hermano. A continuación, les diré por qué publiqué su video.

Chris Cooper en Central Park en Nueva York el miércoles 27 de marzo de 2020. (Brittainy Newman/The New York Times).
Chris Cooper en Central Park en Nueva York el miércoles 27 de marzo de 2020. (Brittainy Newman/The New York Times).

CRECIMOS EN UNA FAMILIA DE ACTIVISTAS. QUERÍA QUE TODOS FUERAN TESTIGOS DE SU VALENTÍA IMPASIBLE.

Crecí en una familia de activistas y mis padres eran maestros. Nos criaron a mí y a mi hermano, Chris, para que nunca dudáramos en luchar contra la injusticia. Ya se trate de brutalidad policial, la guerra en Irak o el cambio climático hemos levantado nuestras voces en protesta. Así que cuando vi el video de Chris sobre su reciente encuentro con una mujer blanca llamada Amy Cooper (sin parentesco) en Central Park de Nueva York, me pareció surrealista que hubiera capturado con su celular el tipo de racismo contra el que siempre habíamos luchado. De repente, me convertí en una de los centenares de mujeres negras que han visto el video de un ser querido víctima de una agresión.

Afortunadamente para Chris, la situación no pasó de las palabras. Para demasiadas familias negras, el resultado ha sido fatal; yo no veo esos videos. Los considero una forma extendida de terrorismo contra la comunidad negra. Me niego a someterme al dolor psíquico, espiritual y emocional de verlos. Con mi hermano, pude ver a un hombre negro sobrevivir a lo que podría haberse convertido en una situación mortal. Eso fue un alivio y un motivo de celebración para millones de personas.

Pero tras ver el video en varias ocasiones, me sentí cada vez más intranquila y molesta, al grado de que un miedo abrumador se apoderó de mí. Mi mente evocó imágenes en cámara rápida de policías llegando y disparando primero, o tirando a Chris al suelo y luego golpeándolo y asfixiándolo. Mi hermano. Cuando publiqué el video en Twitter, todavía no sabía sobre George Floyd, cuyo asesinato el 25 de mayo a manos de un oficial de policía ha provocado protestas en todo el país, pero conocía el caso de Emmett Till. Sabía que quería asegurarme de que Amy Cooper no tuviera la oportunidad de usar su racismo como un arma contra nadie más. Podría haber hecho que mi hermano resultara herido o muerto. Quería que todos vieran la valentía impasible de mi hermano, frente a un acto amenazante y cobarde. Quería poner en evidencia no solo a una persona, sino al problema sistémico del profundo racismo en este país que motiva el tipo de comportamiento de esta mujer.

El racismo afecta a todas las personas de color —hombres, mujeres, niños, niñas, homosexuales, heterosexuales, no binarios— sin importar su condición laboral ni qué grado de estudios tengan. No tengo dudas de que, si la policía hubiera aparecido en el Ramble, una zona boscosa del parque donde Chris había ido a observar aves, ni su título emitido por una universidad de Ivy League (Liga de la Hiedra) ni su impresionante currículo lo habrían protegido. Sin embargo, el discurso del “negro bueno” ha permitido a los blancos sentirse cómodos cuando se trata de manifestarse contra el maltrato de determinados negros: “Él es como nosotros”, “ella es de las buenas”. Toda persona negra sometida a este tipo de odio necesita reconocimiento, justicia y apoyo.

Le pedí permiso a mi hermano para publicar el video en Twitter, y no esperaba más de 100 respuestas ya que era el Día de los Caídos. Me sorprendió que haya conmovido a tanta gente. La publicación ha recibido más de 40 millones de reproducciones y el apoyo de cientos de miles de personas de todo el mundo. En las respuestas, vi ira y llamadas a la acción social, así como expresiones de alegría por el hecho de que mi hermano hubiera salido ileso, al menos físicamente.

Al hablar con él en estos días, mientras dábamos entrevistas y respondíamos mensajes, le pregunté: “¿Estás bien? ¿Cómo te sientes?”; porque, aunque se alejó, y aunque me siento aliviada, lo que sucedió tuvo su precio. Lo sentíamos incluso antes del incidente con Amy Cooper. Cada vez que ponemos un pie en la calle, tenemos motivos de preocupación. Mi hermano se preocupa cuando merodea entre los árboles para ver una hermosa bijirita común. Yo me preocupo cuando llego tarde a un Airbnb y cada vez que mi hijo se sube al coche. Otros se preguntan si un viaje a la tienda de la esquina o a la gasolinera podría resultar en una llamada telefónica que acabaría con sus vidas. Muchos de nosotros en las ciudades y los pueblos de Estados Unidos ya dejamos de preguntarnos si nuestra mera existencia nos pondrá en peligro.

Aunque mi hermano y yo condenamos las amenazas de muerte que se han hecho contra Amy Cooper, exigir algún tipo de responsabilidad es una de las pocas maneras en que podemos crear un elemento disuasorio que pueda conducir a un cambio real.

Vivimos en un país donde una persona blanca que rompe las reglas se siente segura y cómoda de llamar a la policía para amenazar a una persona negra que no está haciendo nada malo. Esto tiene que parar, ya sea mediante más debates para crear conciencia sobre el tema o una mejor aplicación de las leyes contra las denuncias falsas en el 911.

Mucha gente sigue preguntándome qué puede hacer. Todos tenemos la oportunidad de dejar de estar al margen, de alzar la voz, de tomar medidas y exponer con toda claridad el racismo que acecha en tantos rincones de nuestra sociedad. Tenemos que luchar juntos con sabiduría, valentía y sin vacilar, siendo conscientes de que nuestra pasión y nuestras acciones pueden y serán utilizadas en nuestra contra. Pero no debemos detenernos. Este es el momento. No será fácil. Muchas veces será complicado, pero hay que hacerlo.

Si son aliados, ¿qué pueden hacer? Estar de nuestro lado. Ser testigos. Seguir con el debate y apoyar a que se tomen acciones legales. Rehusarse a aceptar el racismo en su entorno, incluso en las cuestiones más mínimas: denunciar las bromas crueles o los comportamientos groseros. Sean valientes y cuestiónenlo todo. Pueden transformar su propio mundo con la educación que les dan a sus hijos y con la forma en la que les hablan a sus vecinos y compañeros de trabajo. Depende de ustedes, no de un líder ni de una sola protesta o petición. Su compromiso diario es lo que empezará a traer el cambio que quieren ver. Empiecen poco a poco, den un paso al frente y dejen que sus actos se unan a los de los demás para que se conviertan en una marea creciente e imparable.

Tengo recuerdos de infancia de la voz pujante de mi padre cantando canciones de protesta mientras estaba en una marcha y me llevaba en una carriola. Décadas más tarde, Chris y yo estábamos en una marcha en contra de las detenciones y cacheos arbitrarios en Manhattan con nuestro padre, Francis Cooper, que entonces tenía 70 años. Él y Chris fueron arrestados por manifestarse pacíficamente. Según cuenta mi hermano, en la celda de la cárcel junto a decenas de otros hombres negros, mi padre, con su hermosa voz de tenor, entonó con fuerza, invitando a otros a unírsele, una canción de protesta que resonó en toda la cárcel.

Mis padres fallecieron recientemente y yo estoy consagrada a continuar su legado inspirador con mis propios hijos. A través de las redes sociales, en mis escritos y películas, así como en las manifestaciones seguiré presionando para que se haga justicia a personas como George Floyd y Breonna Taylor, así como aquellos cuyos sufrimientos aún no han salido a la luz.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company