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Una onda de calor histórica convierte a Siberia en un horno

Incluso para los ajustes recientes en los estándares, ha sido sorprendente experimentar que una ola de calor convierta el norte de Siberia en un horno desde hace algunas semanas.
Incluso para los ajustes recientes en los estándares, ha sido sorprendente experimentar que una ola de calor convierta el norte de Siberia en un horno desde hace algunas semanas.
Una columna de humo se levanta desde algunos incendios activos cerca de Verkhoyansk, Rusia, el 23 de junio de 2020. (Cortesía de NASA para The New York Times)
Una columna de humo se levanta desde algunos incendios activos cerca de Verkhoyansk, Rusia, el 23 de junio de 2020. (Cortesía de NASA para The New York Times)

MOSCÚ — En junio, lo normal solía ser conducir motonieves en Russkoye Ustye, un pueblo de Siberia en la costa del océano Ártico.

La semana pasada, la temperatura en el área llegó a 31 grados Celsius.

“La naturaleza tal vez se esté vengando de nosotros”, comentó vía telefónica Sergei Portnyagin, máxima autoridad del pueblo. “Hemos sido muy desconsiderados en cómo la tratamos”.

El clima se ha ido calentando con rapidez en el Ártico desde hace años, pero, incluso para los ajustes recientes en los estándares, ha sido sorprendente experimentar desde hace algunas semanas que una ola de calor convierta el norte de Siberia en un horno.

Se extienden los incendios. Casi no hay qué pescar y los mosquitos están voraces. La gente clava a sus ventanas aluminio y cobijas para impedir el paso del sol de medianoche.

El pueblo de Verkhoyansk, más de 640 kilómetros más septentrional que Anchorage, Alaska, superó los 37 grados Celsius el sábado pasado, que bien podría ser la temperatura más alta registrada en la historia por arriba del círculo polar ártico.

Verkhoyansk era conocido como un lugar de exilio durante la era del zarismo ruso y por compartir con otra ciudad rusa el récord de la temperatura más baja en el hemisferio norte (67,8 grados Celsius bajo cero), registrado en 1892.

Incluso antes de la ola de calor actual, el cambio climático ya había ido transformando la vida en la región norte de Rusia, con consecuencias globales.

“Están sucediendo cosas muy extrañas aquí”, explicó Roman Desyatkin, científico establecido en la ciudad de Yakutsk, en Siberia, quien se dedica a estudiar el deshielo del suelo congelado, que quizá sea la consecuencia más trascendental del calentamiento del clima en esa región. “Nuestras plantas, nuestros animales y nuestra gente no están acostumbrados a un calor así”.

El suelo congelado, denominado permafrost, es una capa que se encuentra debajo de la superficie en gran parte de Rusia y en franjas de Alaska, Canadá y Escandinavia. En algunas áreas, incluso partes del noreste de Siberia, el permafrost contiene grandes bloques de hielo.

Con cada verano caliente en el Ártico, más permafrost se deshiela y causa inundaciones en los pastizales, cambios en los caminos, desestabilización en los edificios y erosión en las riberas.

El deshielo del permafrost tiene consecuencias globales porque provoca que se liberen gases de efecto invernadero producidos por la descomposición de material orgánico y que habían permanecido mucho tiempo congelados. Un grupo de científicos convocados por las Naciones Unidas afirmaron el año pasado que el proceso podría expulsar hasta 240.000 millones de toneladas de carbono para 2100, lo que podría acelerar el cambio climático.

Para Rusia, el clima más templado trae ciertos beneficios. Los funcionarios esperan que la reducción de hielo en el mar atraiga más comercio gracias a buques que crucen entre Asia y Europa a través del océano Ártico, lo que además facilitaría el acceso al petróleo y el gas que se encuentran debajo del océano.

Sin embargo, estos beneficios tienen un costo: tan solo reparar los daños que el deshielo del permafrost ha causado a los edificios y demás infraestructura en Rusia podría costar en total más de 100.000 millones de dólares para 2050, según cálculos de los científicos el año pasado.

El calor de este año ya influyó en un desastre ambiental, según dijeron funcionarios rusos. Un tanque de combustible que se encontraba cerca de la aislada ciudad minera de Norilsk, en el Ártico, estalló a finales de mayo porque se hundió en permafrost que había permanecido firme muchos años, pero que se descongeló durante una calurosa primavera, relataron los funcionarios. Ese tanque derramó unos 150.000 barriles de diésel en un río.

El Ártico se ha ido calentando a más del doble del ritmo que el resto del mundo, y las temperaturas anuales en la región entre 2016 y 2019 fueron las más altas registradas. El problema es que este año podría ser todavía más caluroso.

Las temperaturas en Siberia superaron el promedio en mayo por 9,61 grados Celsius, según informó la Organización Meteorológica Mundial, por lo que “registramos el mayo más caluroso de la historia para todo el hemisferio norte y, de hecho, para el planeta”.

Por arriba del círculo polar ártico, no es posible escapar del calor porque el sol brilla todo el tiempo.

En el pueblo de Srednekolymsk, el alcalde Nikolai Chukrov clavó una cobija al marco interior de madera de una de sus ventanas para ayudar a las dos capas de cortinas a mantener fuera la luz del sol. En la tienda ya no había ventiladores, así que unos parientes le prestaron un modelo rojo y blanco de fabricación soviética.

Comentó que el calor es una bendición para los niños que juegan en el río y los residentes que tendrán una temporada más larga para cultivar vegetales. No obstante, también parece atraer nubes más grandes de mosquitos.

“Incluso podría decirse que espanta”, dijo Chukrov.

El humo punzante de los incendios ya llegó a Srednekolymsk y otros pueblos de Siberia. El año pasado los incendios de Siberia, acelerados por el calor seco, fueron los peores de los que se tenga memoria: consumieron más de 98.000 kilómetros cuadrados, equivalentes casi a la superficie del estado de Kentucky.

Las estadísticas para este año son todavía peores. Hasta el jueves, alrededor de 20.000 kilómetros cuadrados de territorio siberiano estaban quemados, en comparación con un total de 17.600 kilómetros cuadrados hasta la misma fecha el año anterior, según datos oficiales.

“Solo la lluvia puede apagar estos incendios”, afirmó Chukrov. “Pero este año no ha habido lluvia”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company