La obligatoriedad de la vacuna crea una coalición insólita de manifestantes en Alemania: ecologistas de izquierda y partidarios de la extrema derecha

Una manifestación en contra de las vacunas, en Núremberg, el 1.° de enero de 2022. (Laetitia Vancon/The New York Times).
Una manifestación en contra de las vacunas, en Núremberg, el 1.° de enero de 2022. (Laetitia Vancon/The New York Times).

NÚREMBERG, Alemania — Maria Liebermann llegó envuelta en luces navideñas y ondeando una bandera de paz con una paloma blanca. Martin Schmidt portaba una bandera de Alemania con la palabra RESISTE garabateada con letras mayúsculas en todo lo largo.

Liebermann se describe como una “ecologista de izquierda”. Schmidt vota por el partido ultraderechista Alternativa para Alemania. Ambos disienten en temas que van desde la inmigración hasta el cambio climático, pero un lunes reciente, marcharon codo a codo gritando “¡Libertad!” para manifestarse contra la posible obligatoriedad de la vacuna contra el COVID-19.

Al inicio de la pandemia, Alemania recibió muchos elogios por ser un modelo de unidad en el combate contra el coronavirus. La confianza generalizada en el gobierno alentó a los ciudadanos a respetar los confinamientos, los lineamientos sobre el uso de cubrebocas y las restricciones de distanciamiento social.

No obstante, esa confianza en las autoridades ha disminuido de manera paulatina conforme la pandemia llega a su tercer año y la lucha se ha reorientado hacia las vacunas, lo que ha dejado al descubierto profundas fisuras en la sociedad alemana y entorpecido los esfuerzos para reducir los casos de COVID-19.

Los planes del nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, de hacer obligatoria la vacuna han impulsado un movimiento de protesta a nivel nacional y movilizado a decenas de miles de personas en marchas semanales en ciudades y aldeas, incluso cuando los casos de COVID-19 alcanzan nuevos niveles máximos con la propagación de la variante ómicron.

Alemania, que cuenta con una tasa de vacunación del 69 por ciento, tiene la mayor proporción de personas sin vacunar entre los países de Europa occidental, y es posible que su resistencia organizada contra las vacunas sea la más fuerte de toda Europa.

La mayoría de los alemanes no solo están a favor de las vacunas, sino de su obligatoriedad, pero la oposición ha formado una coalición de aliados insólitos que abarca todo el espectro político. Una buena parte de su centro de gravedad sigue estando en la extrema derecha, lo cual le brinda un nuevo impulso a Alternativa por Alemania (o AfD por su sigla en alemán), un partido que es famoso por su postura antiinmigrante.

Una manifestación en contra de las vacunas, en Núremberg, el 1.° de enero de 2022. (Laetitia Vancon/The New York Times).
Una manifestación en contra de las vacunas, en Núremberg, el 1.° de enero de 2022. (Laetitia Vancon/The New York Times).

Pero el rechazo no se limita a un grupo extremista. A los nacionalistas antivacunas, los neonazis y los fanáticos violentos se les unen los jipis, los llamados esotéricos y muchos ciudadanos de a pie atemorizados por dos años de confinamientos, toques de queda y la posibilidad de que las vacunas sean obligatorias.

En ocasiones, a todos ellos se les puede encontrar marchando a solo unos cuantos metros de distancia, desde Berlín y Hamburgo, en el norte, hasta Stuttgart y Múnich, en el sur, y en todos los pueblos y aldeas, lo mismo en el este que en el oeste. De acuerdo con los cálculos de la policía, la semana pasada, protestaron cerca de 100.000 personas en cientos de manifestaciones descentralizadas.

La diversidad del movimiento antivacunas se pudo ver un lunes reciente en la ciudad bávara de Núremberg, donde la multitud se paseó por el centro de la ciudad, tocando tambores, haciendo sonar silbatos y, al menos en un caso, ofreciendo “energía cósmica” a los espectadores.

Había naturalistas y unos cuantos neonazis —hombres que alzaban pancartas contra el “Gran Reinicio”, una frase que se refiere a teorías conspirativas antisemitas—, así como jubilados y muchas familias con niños que llevaban sus propios letreros escritos a mano.

“No somos conejillos de indias”, decía uno. “No se metan con nuestros hijos”, decía otro. Una consigna que destacó mucho fue: “Libertad, liberación y democracia”.

Liebermann, una fisioterapeuta jubilada de 64 años, estaba entre los manifestantes mandándole besos a la gente que miraba la manifestación desde sus ventanas.

“Estamos defendiendo nuestros derechos constitucionales”, afirmó. “Una vacuna es una invasión a la integridad de nuestro cuerpo. Es perverso que el Estado, el cual debería proteger a sus ciudadanos, quiera obligarnos a que nos vacunemos”.

Cuando le preguntaron si le molestaba que algunos de sus compañeros de manifestación no ocultaran sus ideas de extrema derecha, Liebermann se encogió de hombros, con una actitud desafiante. “Esta marcha es un reflejo de la sociedad”, comentó. “AfD es parte de la sociedad. Todos estamos aquí para manifestarnos contra la obligatoriedad de la vacuna”.

Desde hacía mucho tiempo, los políticos alemanes habían descartado la idea de hacer la vacuna obligatoria. Pero conforme los estudios demuestran que la vacunación es la manera más eficaz de prevenir el contagio de COVID-19 —y evitar la hospitalización y el fallecimiento si se contrae el virus— ha resultado casi imposible convencer a los más escépticos.

En la Alemania excomunista del este, el movimiento antivacunas ha sido impulsado principalmente por un ecosistema de extrema derecha que va desde el AfD hasta los grupos neonazis como los Sajones Libres y el Tercer Camino, que han exigido que “cuelguen” a los dirigentes políticos. En las últimas semanas, los gobernadores de dos estados del este han recibido amenazas de muerte por parte de quienes rechazan las vacunas.

El panorama es más complicado en la Alemania del oeste.

Una tradición muy establecida de homeopatía y remedios naturales ha significado que desde hace mucho tiempo la clase media de Alemania ha adoptado una cierta desconfianza en la ciencia y la medicina. Los médicos homeópatas son comunes y las aseguradoras públicas de gastos médicos cubren sus honorarios. La industria esotérica alemana de la nueva era —libros, cristales, cursos y cosas similares— genera aproximadamente 20.000 millones de euros anuales en ingresos. El número más alto de curanderos certificados del país se encuentra en Baviera.

A diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, donde el movimiento antivacunas coincide perfectamente, en muchos sentidos, con el Partido Republicano, en Alemania, ningún partido político ha podido captar a los grupos disímiles de personas que toman las calles.

“En Alemania, todavía no tenemos la polarización de grupos que estamos viendo en Estados Unidos”, señaló Edgar Grande, director fundador del Centro para la Investigación de la Sociedad Civil del Centro de Ciencias Sociales WZB de Berlín. “Una parte vota por el AfD, pero en su mayoría se trata de gente que ya no se siente representada por ningún grupo o partido. Son huérfanos políticos”.

Grande señaló que los altos niveles de confianza en el gobierno que mostraron los alemanes al inicio de la pandemia, cuando 9 de cada 10 personas apoyaban las restricciones para combatir el coronavirus, comenzaron a debilitarse después del primer confinamiento, cuando empezó el agotamiento por la pandemia.

Grande aseveró que ahora el peligro es que el contacto semanal con la extrema derecha en las calles haga que quienes pertenecen a lo que él llama “el centro receloso” acepten a ese grupo. Ambas facciones comparten su creencia en teorías conspirativas, las cuales tienen la capacidad de radicalizar el movimiento más allá de los grupos periféricos.

La obligatoriedad de la vacuna, que se debatirá en el Parlamento a finales de este mes, es el motor determinante de las manifestaciones. “El debate sobre esta obligatoriedad es leña que alimenta el fuego de la radicalización”, afirmó Grande.

“Creo que experimentaremos una difícil fase política en esta pandemia”, comentó.

© 2022 The New York Times Company