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FOTOS: El oasis acuático de la Ciudad de México

Por Angélica Ferrer / Estiras las piernas en el pasto y te recargas en una palmera. Disfrutas de la sombra y el calor de la primavera en las albercas del ex Balneario Olímpico de Pantitlán en la Ciudad de México.

El mítico sitio donde The Ramones tocaron el 26 y 27 de septiembre de 1992 luce limpio desde la entrada. El costo por la visita, según los carteles pegados en la taquilla, es de 30 pesos, pero sin aviso, te cobran 50. “Es porque entrará al frontón”, dice sin fijarse a dónde te diriges. El boleto está marcado justo en el número donde no distingues cuánto debes pagar realmente. La única ventaja es que no hay un tiempo límite de estancia.

Aunque parezca increíble, y pensando que podrían vender cocos o comida típica de un balneario, hay un vendedor de churros, quien habla con los posibles clientes a través de un micrófono de diadema.

La temporada con mayor número de visitas es Semana Santa, fecha en la que llega a haber una afluencia de hasta seis mil personas.

Las familias, en su mayoría con niños, se sientan en el pasto que rodea las tres piscinas. Ahí hacen picnics con sándwiches, papas y sopas Maruchan, juegan a las “escondidillas” o descansan después de nadar y lanzarse de la pequeña resbaladilla acuática.

Para cambiarse, hay dos sanitarios. Uno de ellos, el que está pegado al frontón, tiene pésimas condiciones de aseo y no hay agua, por lo que las niñas, jóvenes y mujeres prefieren que sus padres o esposos las lleven a los baños para hombres.

Una familia, quien llegó a la zona de pasto para encontrar la mejor vista hacia el chapoteadero, decidió cambiar a su hija -de aproximadamente cuatro años- haciéndole “casita” con una toalla grande, con tal de que no sufriera con el hedor del tocador. La pequeña, fascinada por el sitio, corrió hacia el agua después de que su madre terminara de cambiarla y su padre se preparada para llevarla con el resto de los niños.

El agua de las albercas tiene un color azul verdoso, pese a que los trabajadores del sitio limpian constantemente las tres. Esto no impide que la gente nade y se divierta con su familia y amigos; usan flotadores, hacen competencias bajo el agua y aprenden sus primeras brazadas con sus padres.

Para seguridad de las familias, hay un salvavidas, servicio médico y policías que hacer rondines cada diez o quince minutos por todo el lugar. Nadie teme perder sus cosas, porque todos conviven al ritmo de canciones como “Reggaetón lento” de CNCO o “Murder on the dance floor” de Sophie Ellis-Bextor, setlist seleccionado por uno de los kioskos de comida.

En otras temporadas, el lugar es un lugar de encuentro para los amantes del rock, la música electrónica, la salsa y hasta de las cervezas.

Para aquéllos capitalinos que no pueden salir de la Ciudad de México, y ante los pocos espacios de este tipo existentes en la localidad, es una opción buena, bonita y barata.

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