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Nos podemos ir acostumbrando a ver cocodrilos en las playas

Cocodrilos en playas, pumas en praderas, lobos lejos de las montañas… todos ellos ejemplos de especies fuera de su hábitat, del lugar donde deberían vivir. O al menos eso nos parece, porque tal y como se explica en un artículo reciente, deberíamos acostumbrarnos a estas situaciones.

El por qué es sencillo. Simplemente, porque lo que creíamos saber sobre estas especies está equivocado. Y el problema viene de haber aprendido sobre estas especies de depredadores en momentos de declive de las poblaciones. La idea resulta, cuando menos, sorprendente.

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Un oficial de la Comisión de Conservación de Fauna Salvaje de Florida trata de capturar un cocodrilo en la playa de Hollywood, al norte de Miami, EEUU. (Susan Stocker/South Florida Sun-Sentinel via AP)
Un oficial de la Comisión de Conservación de Fauna Salvaje de Florida trata de capturar un cocodrilo en la playa de Hollywood, al norte de Miami, EEUU. (Susan Stocker/South Florida Sun-Sentinel via AP)

Para entenderlo, hay que meterse un poco en conceptos y terminología de la Ecología. No se trata de ideas muy complejas, pero hay que prestarles un poco de atención. Y para empezar, hay que diferenciar entre especies especialistas y generalistas.

Que realmente es sencillo: una especie es especialistas, cuando está muy especializada. Por ejemplo, un animal que necesite condiciones muy determinadas de temperatura, lluvias, alimento… Lo contrario, una especie que se adapta bien a las condiciones del medio y puede vivir en distintos entornos, la denominamos generalista.

Unido a esta idea hay otro concepto. El de “depredador terminal”, un animal carnívoro que caza presas de cierto tamaño, que no tiene a su vez otra especie que deprede sobre él y que controla las redes tróficas, lo que se suele expresar como “estar en la cúspide de la pirámide alimentaria” – idea de por sí muy erronea, pero eso es otro tema.

Y aquí es donde entra en juego lo que plantea el artículo. No es que los depredadores terminales como el cocodrilo, lobo o puma necesiten vivir en un determinado hábitat por ser especialistas. Simplemente, han terminado en esos hábitats porque los humanos los hemos ido arrinconando en ellos.

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Lo que sabemos o creemos saber sobre la mayoría de depredadores terminales lo hemos aprendido cuando las poblaciones de estos animales estaban muy amenazadas. Cuando el ser humano, por su acción, había llevado a estos animales a una situación casi crítica. Y cuando esto ha cambiado, los animales se han expandido a lugares donde pueden estar. Ni más ni menos.

Los autores del estudio plantean una conclusión más: que la presencia de estos animales en hábitats “novedosos” es beneficiosa. Es lo que se conoce como “regulación desde arriba” – top-down regulation en inglés – en el que la dinámica impuesta por un depredador terminal reestructura las relaciones en el ecosistema.

El ejemplo que ponen es el de la nutria marina (Enhydra lutris), que normalmente vive en zonas marinas donde hay praderas de algas. Pero que cada vez con más frecuencia, coloniza estuarios. Y allí, contribuye a mejorar la calidad del ecosistema. La nutria marina consume un tipo de cangrejo, y al hacerlo evita que estos crustáceos se alimenten de babosas. Estas babosas, al aumentar sus números, consumen más algas. Y al reducirse el número de algas, las praderas de vegetación de los estuarios sobreviven mejor, lo que mejora la calidad de las aguas. En los ecosistemas, todo está conectado.