No sabemos qué desquiciado se oculta tras un volante.

El anciano salió de la farmacia. Regresaba a su casa, donde llevaba años cuidando de su esposa, que sufre Alzheimer. Es probable que ella ya no le reconozca, no todo el rato. Pero él sigue ahí, cuidado al amor de su vida.

Aunque ya nunca más podrá hacerlo. Porque acaba de ser asesinado en un paso de cebra.

Este martes Ramón cruzaba un paso de peatones de Madrid apoyado en su bastón. En la otra mano llevaba el periódico. Caminaba despacio, midiendo cada paso, cuando un coche a toda velocidad casi se lo lleva por delante. El vehículo logra frenar a pocos centímetros de atropellar al anciano. Él se asusta, le da un vuelco el corazón. Y se enfada. ¿Dónde vas tan rápido?, le recrimina al conductor -según han contado los testigos-.

Y el conductor, un joven de 18 años -carnet recién sacado, una L de conductor novel colgada de la luna trasera- baja del coche, se encara con el anciano, y le da un puñetazo mortal. El hombre cae y se golpea la cabeza contra el asfalto. El agresor huye, dejándolo agonizar. Los testigos llaman a los servicios de emergencia, pero ya es tarde. Ramón se muere. Intentan reanimarlo durante media hora. No hay nada que hacer.

El agresor -dieciocho años, insisto- se ha entregado a la policía. Está acusado de un delito de homicidio doloso que podría costarle quince años de cárcel.

Hoy, Ramón ya no completará su rutina diaria por el barrio. Ya no comprará el periódico, ni los medicamentos para su mujer, ni la fruta.

Hoy Ramón será enterrado, por culpa de una discusión de tráfico, una discusión como las miles que ocurren cada día en cualquier calle de cualquier ciudad española. La rabia de un conductor acabó con su vida. Esa rabia que alguna vez -en los ojos de algún conductor- nos ha dado miedo. Esa rabia que ha costado más vidas que la de Ramón. Hay personajes convencidos de que las calles y las carreteras son suyas, y que el resto de conductores molestan. Es mejor dejarlos pasar, no encararse con ellos, bajar la cabeza aunque te hayan obligado a pegar un frenazo. Porque no sabemos qué desquiciado se oculta tras cada volante.