¿Por qué no puedes hacerte cosquillas a ti mismo? Un nuevo estudio te lo explica

Los mecanismos fisiológicos y la función evolutiva de las cosquillas son un tema apasionante de investigación científica. Foto: Getty
Los mecanismos fisiológicos y la función evolutiva de las cosquillas son un tema apasionante de investigación científica. Foto: Getty

Cuando se habla de los grandes misterios que la ciencia intenta desvelar resulta tentador pensar en cuestiones fundamentales del Universo, como la materia oscura, la formación de las galaxias o los enigmáticos agujeros negros… o quizá en campos como la física cuántica con las sorprendentes interacciones entre partículas o el papel de la gravedad en el mundo subatómico. Hay tantos temas apasionantes que aún desconocemos que resulta curioso descubrir que algunos de esos misterios que mantienen entretenidos a los científicos son, a menudo, de lo más comunes y sencillos. Ese también es uno de los atractivos de la ciencia: su capacidad para convertir en algo interesante hasta los fenómenos más humildes y cotidianos… como las cosquillas.

En serio, los científicos llevan siglos estudiando las cosquillas. Desde Aristóteles hasta Galileo se interesaron por esta curiosa respuesta fisiológica y, de hecho, contamos con estudios publicados en docenas de revistas científicas que se remontan al siglo XIX. Ya en aquella época, en 1897, los científicos documentaron dos tipos diferentes de cosquillas y las bautizaron con los deliciosos nombres de Knismesis y Gargalesis. La primera, Knismesis, es una respuesta del sistema nervioso ante roces ligeramente irritantes activada por un leve movimiento de la piel, como por ejemplo cuando nos acarician con una pluma. Generalmente no induce a la risa, suele ir acompañada de una sensación de picor y es una respuesta presente en la mayoría de especies que conocemos. Por otro lado, la Gargalesis, es un fenómeno más propio de los mamíferos. Es un tipo de cosquillas más fuertes que sí producen risa, se activan por la repetida aplicación de presión en zonas sensibles del cuerpo y a menudo se vinculan al juego.

En el aire aún quedan por responder muchas cuestiones como la función evolutiva de estas cosquillas específicas en mamíferos (sobre todo en primates) o por qué no podemos hacernos reís a nosotros mismos con gargalesis. En las últimas décadas se han publicado numerosos estudios que apuntan a que nuestro propio sistema nervioso anticipa esa sensación y la anula.

En la parte posterior del cerebro existe un área llamada cerebelo que está involucrada en el control de los movimientos. Si intentamos hacernos cosquillas a nosotros mismos el cerebelo predice la sensación que va a llegar y cancela la respuesta de áreas del cuerpo sensibles a las cosquillas. Se necesita un componente de sorpresa que nosotros mismos no podemos aplicarnos debido a nuestro sistema de propiocepción. Cuando hablamos de sentidos siempre citamos cinco (gusto, oído, olfato, vista y tacto) pero existen otros muchos sentidos, como por ejemplo el sentido de propiocepción que nos hace ser conscientes del situación de nuestro cuerpo en relación con el espacio y el tiempo. Hace ya unos años, un estudio del University College de Londres demostró que, dentro de esa sensación propia, el cerebelo es capaz de predecir sensaciones que nuestros propios movimientos van a provocar, pero no es tan bueno anticipando cuando esos movimientos son de otra personas.

Esta misma semana, un equipo de neurocientíficos de diferentes instituciones y universidades alemanas ha intentado llevar esa teoría a la práctica en un estudio publicado en Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences y titulado “Respuesta humana a las cosquillas y mecanismos de supresión de las cosquillas propias”.

El estudio sobre cosquillas es además la portada del número de noviembre de la revista Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences
El estudio sobre cosquillas es además la portada del número de noviembre de la revista Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences

Aunque el experimento se ha realizado a pequeña escala (tan solo 12 participantes) ha logrado algunas conclusiones interesantes. La idea era sencilla: los participantes rellenaron un formulario donde determinaban si eran propensos a las cosquillas y qué zonas eran más sensibles para ellos… cuello, axila, tronco lateral, pie plantar y coronilla: cada punto recibió cinco cosquillas rápidas realizadas por sus compañeros o por ellos mismos. El experimento se grabó utilizando cámaras GoPro, micrófonos y otros sensores que ayudaron a medir tanto las reacciones como el tiempo de respuesta.

Como era de esperar, las “autocosquillas” transcurrieron sin incidentes. Pero el equipo notó algo novedoso: las cosquillas a sí mismo hicieron que las cosquillas de otra persona fueran menos intensas. En promedio, la aparición de la rida se redujo en un 25 por ciento y se retrasó a casi 700 milisegundos cuando se hacían cosquillas en el mismo lado.

Esta disminución en la reacción, según los investigadores, tiene lógica y vuelve a estar conectada con la cuestión de por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos. “Este cambio sugiere que, cuando una persona se toca a sí mismo, el cerebro envía un mensaje a todo el cuerpo que inhibe la sensibilidad. Si no fuese así, todos estaríamos constantemente haciéndonos cosquillas cada vez que nos rascamos una axila, cada vez que nos tocamos los dedos de los pies o incluso cuando simplemente caminamos”.

Además las conclusiones apuntan a un sentido evolutivo de las cosquillas, tal y como explica la neurocientífica Sophie Scott: “Sentada en este momento, estoy generando muchas sensaciones físicas en mi cuerpo solo con mi movimiento. Y eso es mucho menos importante para mí que saber si alguien entra en la habitación y me toca”.

Referencias y más información:

Proelss, Sandra, et al. «The human tickle response and mechanisms of self-tickle suppression». Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, vol. 377, noviembre de 2022, DOI:10.1098/rstb.2021.0185.

Max G. Levy “Neuroscientists Unravel the Mystery of Why You Can’t Tickle Yourself” Wired

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