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No me importa si son felices: Una carta pública a mis hijas

Una vez le pregunté a mi madre por qué se casó con mi padre y curiosamente su impactante respuesta no me sorprendió. Su matrimonio no se había basado en el amor verdadero sino que había estado incentivado por el hecho de vivir con su padre. En práctica, se había casado para alejarse de él.

Me contó que durante su infancia mi abuelo había sido un hombre muy estricto. Era el tipo de persona que decía: “A mi manera o a la calle”. No era alguien con quien se pudiera iniciar una conversación. Parece que su estilo tan autoritario fue lo que la motivó a huir con el primero que se le cruzara en el camino, de hecho, cuando empezó a salir con mi padre tenía sus reservas.

Sin embargo, no se trata de una historia inusual, de hecho, puede que alguno de ustedes también esté deseando escapar desesperadamente de esa prisión que llamas casa. Puedo comprenderlo. No veía la hora de irme lejos de Maui. Sí, has escuchado bien, incluso Maui puede convertirse en una prisión cuando tienes un padre de mano dura o en mi caso, un abuelo.

Antes de convertirme en padre me prometí que no iba a criar a mi hijo de la misma manera. Me convertiría en su mejor amigo y haría todo lo que estuviese a mi alcance para que fuese feliz. Quería crear una comunicación asertiva para poder conversar y discutir sin tapujos sobre todo tipo de temas, desde las citas hasta las drogas y otros temas de actualidad. Ese era el plan.

Pasaron cinco años y ahora me siento diferente. Ellos no lo pueden entender ahora como yo tampoco lo entendía a su edad, pero me gustaría que cuando sean mayores leyesen un día esta carta para que sepan por qué no me importaba si eran felices.

Querido Noweo, Leolani y Welina

Les guste o no, mi papel como progenitor no solo es ser su amigo sino también su padre. Es inevitable que hiera sus sentimientos y que haya ciertas cosas que no compartan conmigo. Eso está bien y probablemente es normal. Deben tener otras personas en sus vidas, además de mí, en quienes puedan confiar. Personas que espero que ocupen un lugar en su corazón.

Existen muchas razones por las que pueden sentirse infelices conmigo. Para empezar, no me sorprendería si pensaran que soy un miserable. No siempre fue así, cuando su madre y yo decidimos ser padres no esperamos a sentar las bases económicas antes de tenerlos a ustedes. Lamentablemente esto implicó que no pudiéramos ofrecerles los beneficios económicos de los que algunos de sus amigos disfrutan. Esto no significa que no los queramos, simplemente no hemos podido proporcionarles esos valores adicionales a sus vidas y, un día, descubrirán que puede ser una bendición disfrazada. Aprenderán que cuando se crece con poco valoras y disfrutas mucho más las cosas que recibes y no las das por sentadas.

Descubrirán que es mucho más fácil caer en el círculo vicioso de “querer tener todo lo que los demás poseen”. Cuando sean adultos es probable que sientan que nunca tienen suficiente y puede que les parezca que los otros siempre tienen las mejores cosas y las más grandes. No caigan en esta trampa. Descubrirán que vivir de acuerdo a sus posibilidades no significa vivir sin medios. Por el contrario, si viven por encima de sus posibilidades llegarán a vivir sin nada más rápido de lo que piensan.

Probablemente, otra razón por la que pueden molestarse conmigo es a causa de algo que les haya dicho estando enfadado. Lo siento. Sé que una de mis debilidades como ser humano es que soy muy irritable, especialmente cuando estoy estresado. Les puedo asegurar que estoy haciendo mi mejor esfuerzo para controlarlo. Honestamente, cuando me irrito me enojo más conmigo mismo que con los demás. Hace mucho tiempo prometí que no iba a ser como mi padre. Tenía un temperamento muy fuerte y con frecuencia se comportaba de manera desagradable. Nunca me sentí seguro con él y precisamente como lo decepcionaba con frecuencia, odiaba vivir en su casa. Esa fue la razón más fuerte por la que me fui a vivir con mis abuelos. Mi abuelo también era un hombre recto, pero con él sufrí menos la violencia psicológica.

Espero que conocer un poco de mi infancia y mi crianza, una historia que espero compartir con ustedes cuando estén listos, los ayude a comprenderme mejor. Esto no quiere decir que mis arranques de ira sean justificables, pero deben saber que estoy intentando superarlo.

Aprenderán a medida que crezcan que como padres van a hacer cosas que se dijeron a sí mismos que nunca harían. Eso es normal, así que no se rindan. Los padres cometen errores y eso es bueno porque es importante que los niños aprendan a aceptar que los errores son parte de la vida. Todos somos imperfectos, pero lo importante es cuánto nos esforzamos para llegar a ser perfectos. Si ustedes hacen lo mejor que pueden, creo que sus hijos les perdonarán sus flaquezas, como espero que ustedes perdonen las mías.

Por último, creo que los he decepcionado porque pienso que ser feliz no es suficiente. Culpo de esto a mi formación como psicólogo consejero. Verán que cuando sonríen y me dicen que todo está bien, no siempre aceptaré esa respuesta. Nadie está bien todo el tiempo. No es posible, por tanto, cuando ustedes me digan “está bien”, esa frase solo me incitará a seguir haciendo preguntas. Pueden intentar evitarlas y es probable que me digan que me mantenga al margen de sus asuntos, pero lo hago porque los quiero.

Cuando crezcan sabrán que yo fui un “buen niño”. Tuve calificaciones excelentes. Nunca me metí en problemas y siempre tenía una sonrisa en mi rostro. Nunca desvelaba lo que sucedía dentro de mí. Nunca supieron cuántas veces pensé en suicidarme.

¿Por qué querría hacerme daño a mí mismo?

Odiaba mi vida. El abuso de drogas de mi padre estaba destruyendo a mi familia, económicamente, y en todas las demás formas posibles. Me culpaba por ello y erróneamente creía que podía hacer más para ayudar. Podía rezar más. Podía ser un niño mejor. Pensé que Dios salvaría a mi familia y que todo tendría un final al estilo Disney. No ocurrió y sentí que merecía morir.

¿Alguien estaba al tanto de lo que pasaba por mi mente? No. En realidad, nadie conocía el dolor que sentía porque cuando me preguntaban cómo estaba yo les decía: “bien”. Es por eso que no me importa si son felices. Si no se sienten felices por favor, díganmelo. No me importa si me odian. Solo díganme que es así. No se aferren a la idea de que tienen que ser niños buenos todo el tiempo. Los adultos no lo son, así que ustedes tampoco tienen que serlo.

Cuando me convertí en padre supe que no existe nadie, aparte de su madre, que los amará más en esta tierra que yo. No sé si les guste o no, pero todo lo que he hecho por ustedes ha sido pensando en su bienestar. ¿Eso significa que siempre tenía la razón como padre? Por supuesto que no, pero siempre he intentado hacer lo que creía mejor para sus vidas.

Con amor,

Papá

(Foto: Corbis Images)

El artículo original se publicó en The Good Men Project. Ha sido reproducido con permiso.

The Good Men Project
Por Keola Birano