Nicolás Monckeberg Díaz. "En las relaciones entre los presidentes no deben caber las militancias políticas"

Chile vive días claves en su vida institucional. Después de las masivas manifestaciones del año pasado, donde millones de personas exigieron cambios de fondo al gobierno de Sebastián Piñera , el país se encamina a un histórico plebiscito para reformar la Constitución heredada de la era Pinochet, considerada por muchos como una rémora y un freno al avance social.

En diálogo con LA NACION, el embajador chileno en la Argentina, Nicolás Monckeberg Díaz, sostuvo que el gobierno tomó nota de las exigencias de la calle y dijo confiar que aún a pesar de la pandemia del coronavirus el país emergerá con mejor proyección al futuro.

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-Las protestas de 2019 parecieron arrancar a Chile de cierta complacencia por la estabilidad del país. ¿Qué enseñanzas sacó el gobierno de esa movilización?

-Nunca ha habido complacencia, todo lo contrario. El gobierno desde el primer día se impuso metas muy ambiciosas que incluso algunos calificaban como imposibles. El resultado fue que durante los dos primeros años se incrementó la creación de empleos a casi 200.000 empleos formales al año y la inversión y la productividad -que venía a la baja- dio claras grandes señales al alza. Con esto no quiero decir que Chile era el país perfecto. Por supuesto que tenemos problemas importantes y urgentes, algunos arrastrados y otros nuevos que requieren nuevos desafíos y una mirada de urgencia, porque los tiempos han cambiado y hay temas en los que la gente no puede ni merece seguir esperando. Ya no es suficiente el voto para evaluar a una autoridad. Si usted con un click puede adquirir algo desde cualquier parte del mundo y en poco tiempo ¿por qué esperaría cuatro años una respuesta a una demanda? Estamos viviendo en una sociedad muy líquida y donde las expresiones de malestar son cada vez más frecuentes en las distintas democracias. Esto hace que gobernar hoy sea mucho más difícil y desafiante. Se requiere un esfuerzo especial de anticipación, comunicación y canalización de las demandas ciudadanas. Esto es lo que aprendimos en Chile el año pasado. Esta exigencia no es sólo para los gobiernos, sino que también para las oposiciones, quienes tanto en nuestro país como en otros tienen peor evaluación.

-El crecimiento chileno hizo más llamativas todavía las protestas por la desigualdad. ¿Qué medidas tomaron?

-No quiero ser autocomplaciente pero veamos las cifras objetivas, porque uno puede tener distintas opiniones, pero no distintos números. En materia de pobreza, Chile disminuyó las cifras de 68% a 8,6% en tres décadas. La desigualdad también se redujo especialmente en los menores de 35 años. ¿Es suficiente? Por supuesto que no y hoy nuestra obligación es ir más rápido. Por lo mismo -a pesar de las dificultades adicionales de la pandemia- esa urgencia está más vigente que nunca, y en ese camino el gobierno busca avanzar. Por ejemplo, la pensión mínima que recibe en Chile aquel que nunca cotizó nada, se reajustó hasta un 50% el año pasado, lo que nunca se había hecho. Simultáneamente se está impulsando una reforma integral al sistema de pensiones que me tocó iniciar, para beneficiar a todos los pensionados con énfasis en las mujeres y en la clase media. Para esto es fundamental el diálogo y los acuerdos. Sin esto los países no progresan y las grietas y divisiones internas terminan siendo las mejores aliadas de la pobreza y el estancamiento.

-El plebiscito constitucional, y la eventual reforma de la Carta Magna, ¿será una herramienta suficiente a largo plazo para responder a las nuevas exigencias?

-Los acuerdos constitucionales y pactos sociales son herramientas muy necesarias, pero por sí mismas no son suficientes. El debate constitucional en Chile es necesario y nos fortalecerá como nación. En eso soy optimista, porque nos dará un paraguas de unidad mucho más amplio. Sobre todo si se hace con responsabilidad evitando posturas populistas que se presentan como trucos fáciles y mágicos a problemas complejos. La gran amenaza hoy de muchas democracias no es tanto la violencia sino el simplismo que polariza el debate, juega con las expectativas de la gente y termina debilitando las instituciones.

-Luego vino la pandemia. ¿Por qué dio la impresión de que el gobierno se demoró en responder? ¿Apostaban a una respuesta gradual, según las novedades?

-Ante una pandemia como ésta, nunca la velocidad es suficiente. A partir del caso de China, en abril la evidencia mostraba que la pandemia tenía un ciclo de 12 semanas. Hoy sabemos que eso no es así y que surgen rebrotes. Es fácil juzgar las decisiones con el diario del lunes y más fácil es usarlo para politizar el debate. Pero vamos a los datos concretos: el 30 de enero, Chile comenzó a aumentar su capacidad de testeo porque sabíamos que ésta era clave. En 60 días ya registrábamos los diez mil tests por millón de habitantes y hoy sobre 130.000. El 7 de febrero, Chile decretó alerta sanitaria lo que permitió contratar personal adicional para la red de salud y comprar insumos aumentando en un 144% el número de camas UCI, lo que hasta ahora ha permitido que nuestro sistema no haya colapsado. Finalmente, a 15 días del primer contagio y para ir en ayuda de los más afectados, se anunció el paquete de ayuda económica más grande de la región y que hoy supera los 11 puntos del PBI. Esto no lo digo para hacer comparaciones con otras naciones, sino únicamente para que el juicio ante esta evidencia sea correcto.

-¿Qué cambios anticipa el gobierno a nivel económico y social para el Chile pos-pandemia? ¿Cómo se prepara?

-Chile tiene tremendas oportunidades por delante en estos tres planos. Durante los próximos 12 meses y como nunca antes, enfrentaremos cerca de 10 procesos eleccionarios y estoy seguro que luego saldremos fortalecidos con una democracia revitalizada. En lo económico y social hemos iniciado una verdadera "cruzada" para volver a levantar nuestra economía, especialmente a las pymes, los trabajadores y emprendedores. Ésta también es una oportunidad para hacerlo mejor acelerando ciertos cambios que ya veníamos haciendo, como el reemplazo de las termoeléctricas por energías limpias, acelerando la capacitación de los trabajadores para que Chile sea a un país donde se crean los empleos del futuro y no donde desaparecen empleos del pasado. En este sentido, destaco la actitud del presidente Sebastián Piñera quién a pesar de la pandemia y el debate constitucional ha decidido no detener la agenda de futuro. Un gran ejemplo es que hace algunas semanas, Chile lanzó la licitación para el 5G, transformándose en el país pionero de América Latina con esta tecnología.

-Durante esta pandemia se ha señalado que se deberán fortalecer el rol y tamaño del Estado, ¿está usted de acuerdo?

-El debate de más o menos Estado es estéril si no nos preocupamos más bien de su calidad. Más Estado en Venezuela es menos libertad; sin embargo, en Alemania es más justicia social. No sirve un Estado grande que termine asfixiando la iniciativa de los emprendedores, pero sí es necesario más y mejor Estado para ir en ayuda de las familias y las pymes durante una pandemia. Si en Chile el Estado pudo apoyar con uno de los paquetes económicos más robustos de la región, fue precisamente porque pudimos ahorrar. Por esto no debemos olvidar que la primera función de cualquier Estado es crear las condiciones para que la gente invierta y se creen empleos.

-¿Cómo ve las relaciones entre Chile y la Argentina en la actualidad? ¿Cuáles son los principales puntos de consenso y de disenso?

-Las relaciones entre Chile y la Argentina son estrechas: los cancilleres tienen diálogo frecuente, igual los presidentes. Las coordinaciones con el embajador Rafael Bielsa son periódicas y tenemos agendas comunes que están avanzando. La integración física es muy importante y estamos impulsando un "fast-track" para agilizar los pasos fronterizos. Lo mismo con la integración tecnológica. El fin al roaming es fundamental para lo que debemos trabajar juntos con el 5G y el cable interoceánico de fibra óptica. Lo mismo en ciencia y astronomía porque es reconocido internacionalmente que compartimos los mejores cielos del planeta. Sin embargo, creo que hoy tenemos un desafío mayor: hasta ahora todos los esfuerzos de la diplomacia entre ambos países han sido pensar en lo que un país le exporta a otro. Esto está bien, pero llegó la hora de pasar a una segunda etapa, y trabajar en aquello que podemos hacer juntos para ofrecer al resto del mundo.

-¿Cómo se puede trabajar en conjunto más allá de las diferencias ideológicas de los gobiernos?

-Para estos tiempos es imposible y hasta suicida que los países piensen que deben condicionar sus relaciones a sus orientaciones políticas. Las relaciones entre los presidentes son de Estado, en donde no deben caber las militancias políticas. El presidente Piñera en su primer mandato construyó grandes acuerdos con todos los presidentes de países vecinos, muchos de los cuales tenían posturas políticas distintas. Por ejemplo, con Pepe Mujica en Uruguay construyeron su entrada como país observador a la Alianza del Pacífico. Ninguna de nuestras naciones tiene tiempo, recursos ni apoyos para distraerlos en peleas políticas pequeñas que terminan posponiendo las metas de desarrollo y que luego afectan de manera directa a sus ciudadanos.