Niñas se venden en las calles de Cuba mientras el gobierno se tapa los ojos

-Por: Pedro Acosta- La adolescente observa la vidriera de la gasolinera de Santa Catalina y Vento con ojos glotones, de niña ávida de golosinas. Es alta, delgada y frágil. Me mira y parece decirme: “dame una ayudita”, así que le compro una barrita de cacao por 1,25 dólares.

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El Gobierno sigue negando la existencia de prostitución infantil en Cuba más allá de casos aislados. (EFE)

Se llama Barbarita, vive en el barrio de Palatino y tiene 14 años. Se sincera tras haberme mentido cuando le había preguntado la edad después de que me prometiera pagar si le compraba un par de chancletas. No, no tiene 16 ni va a cumplir 17. Se prostituye desde los 13 años por entre dos y cuatro dólares. Su padre murió cuando tenía tres años tratando de llegar a las costas de Estados Unidos y su madre es alcohólica. No estudia desde que terminó, hace dos años, la escuela primaria. Por la forma en que se expresa, parece improbable que haya pasado del cuarto grado.

Barbarita espera esta noche a Dayana y Lisandra, dos amigas de 21 y 16 años, respectivamente, que no tardan en llegar. Las tres juntas desmienten ante mis ojos las estadísticas oficiales. En un informe de 2013, las autoridades aseguraron que “los casos de prostitución con participación de menores fueron mínimos” y negaron que Cuba sea “un país de destino, tránsito o fuente de trata de personas”.

Dayana y Lisandra son primas, viven en El Cerro y brindan sus servicios sexuales en la zona desde que tenían 14 años. A la más joven le dicen la Yegua y a la mayor Tetris, como el juego de computadoras. Dayana tiene dos hijos que mantener, de padres desconocidos pero no le da mucha importancia: "Mira, Lisandra sabe quién es el padre de la suya, ¿y de qué le ha servido? La parió a los 15 y va para los 17 y el desgraciado no le ha dado ni un peso".

La Yegua explica que no podría mantener a su hija si no se dedicase a “esto”. “Mi papá me botó de la casa y vivo con una prima mía que me cobra hasta el agua”, se lamenta.

Dayana mantiene una relación con un canadiense de 84 años que viene con frecuencia y, según sus amigas, desde entonces no le falta de nada. “Paul me ha comprado de todo –dice enseñando un iPhone y un Rolex– pero el dinero que me deja no me alcanza para poder mantener a cinco personas.

El aumento en la llegada de turistas ha provocado un repunte en la prostitución. El año pasado el Comité de los Derechos del Niño de Naciones Unidas pidió al Gobierno cubano que estableciera "un archivo para analizar y monitorear el impacto que pueda tener la trata de niños en cuanto a venta y tráfico de menores con propósitos sexuales y de prostitución”.

La entidad mostraba especial preocupación por la definición de la mayoría de edad a los 16 años, lo cual deja una franja de edad muy vulnerable a los abusos sexuales y la prostitución sin protección legal. El pasado mes de septiembre, la ministra cubana de Justicia, María Esther Reus González, declaró en una entrevista que el país estaba evaluando cambios legislativos que incluyen, entre otras medidas, la elevación hasta los 18 años de la edad de la responsabilidad penal y para contraer matrimonio.

Pero por debajo de los 16, sigue habiendo casos de prostitución infantil. “Por aquí trabaja también la Reina”, que tiene solo 12 años y es “una experta”, cuenta Lisandra.

Tres días antes, en la zona wifi del Mónaco, yo había conocido a Leydis, una exuberante mulata del barrio San Pedrito, en Santiago de Cuba. “A los 12 años ya tenía este cuerpazo. Quería que mi madre me hiciera una pequeña fiesta por mis 14 cumpleaños, la tenía loca con ello. Y un día, en medio de la calle, me dijo que me acostara con algún extranjero, que yo estaba bien rica y me darían bastantes dólares”, cuenta. Una semana después, se acostó con un cubano de 18 años, hijo de un empresario. Se quedó embarazada, la echaron de casa y se fue a vivir con su abuela. Acababa de cumplir los 14. Su hijo tiene ahora cinco años y vive en Santiago con su bisabuela.

Leydis es vergonzosa, pero me cuenta su historia tras tomarse una cerveza. “En Santiago, entre mi chulo (proxeneta) y la policía me dejaban casi pelá, y eso que yo cobraba 10 a los cubanos y 15 a los extranjeros. Además, ya me tenían fichada y en cualquier momento me metían presa por peligrosidad”, explica.

Su situación la trajo hasta La Habana, donde se instaló sin permiso de residencia en casa de un tío. “Quería terminar con la mala vida que llevaba y buscarme mis pesitos, aunque fuera de manera ilegal, pero sin putear y sin robar. Y ya ves, hoy me acaban de meter una multa de 1.500 pesos y me decomisaron los jabones y las tubos de pasta Colgate, que eran 100 pesos”.

Cuando le pregunto si piensa volver a vender sus productos para liquidar su deuda me dice que si estoy loco y me recuerda que ahora está fichada. "Lo que voy a hacer es lo que hacía en Santiago, hacer la calle. Aquí, en el Mónaco, hay alquileres cerca y mucha gente con plata. Ya conocí algunas que la hacen, incluso de Santiago, y me dicen que hasta ahora la policía no está puesta pa’ eso".

En 2014, el Ministerio del Interior aseguró en un informe que la mayoría de los delitos de abuso sexual a menores ocurren por “vía doméstica” porque en Cuba no hay “redes de delincuentes” que se dediquen a la trata o el abuso infantil. Era la respuesta a un informe de la ONU que situaba a Cuba entre los países con más casos de explotación sexual de menores en el mundo –junto a Argentina Brasil, Sri Lanka y Chile– mientras las autoridades siguen cerrando los ojos ante la evidencia.


Este artículo fue publicado originalmente en 14yMedio.com

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