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Netflix: El practicante es un thriller insípido con personajes de cartón

El practicante (España/2020). Dirección: Carles Torras. Guion: David Desola, Héctor Fernández Vicens y Carles Torras. Fotografía: Juan Sebastián Vásquez. Música: Santos Martínez. Elenco: Mario Casas, Deborah Francois, Guillermo Pfening, Celso Bugallo. Duración: 94 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: mala.

Para curarse del mal trago de El practicante hay que volver lo más rápido posible a La ventana indiscreta o a Misery, dos películas que se tomaron muy en serio lo que hay que hacer cuando se trata de contar lo que ocurre con personajes encerrados o aprisionados en una silla de ruedas y llevados desde allí a tomar decisiones de elevada densidad moral.

Trailer de El practicante - Fuente: NetflixTrailer de El practicante

Este oscurísimo thriller español habla de las mismas cosas, pero no parece haber recibido ni una gota de inspiración de las grandes referencias que el cine ofrece en esta materia. Por el contrario, la historia naufraga aquí muy rápido. La amoralidad del personaje protagónico no merece siquiera una modesta indagación, porque todo ya está predigerido. Solo nos resta acompañarlo a la fuerza en su recorrido, cada vez más truculento.

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Mientras más se retuerce a través de un camino destructivo que al parecer está impulsado por celos enfermizos, este personaje (un técnico en emergencias médicas que sufre un accidente vial dentro de una ambulancia y queda tetrapléjico) nos parece cada vez más extraño, distante y caprichoso. Pero no es el único. Los otros protagonistas parecen atrapados en el mismo laberinto. La lógica más elemental y la propia evolución de la historia les indica un determinado camino, pero vaya uno a saber por qué terminan eligiendo exactamente el contrario. Además, a casi todos estos personajes de cartón se les impone desde el vamos la condena de tener que sufrir lo indecible. Alguno tiene más suerte, pero se queda en el camino, olvidado en el medio de la trama.

La historia pone en juego historias de vida que supuestamente quedan expuestas al límite después de un accidente casi fatal. A la discapacidad mencionada se suman el deseo de maternidad, distintos tipos de culpa y toda clase de dolores físicos y psicológicos. Pero ese cuadro aparece presentado con una exasperante frialdad. Sin convicción, como si fuesen zombis, protagonistas y personajes secundarios repiten las fórmulas de otros thrillers del mismo cuño, pero con mucha más alma, densidad y corazón.

A nuestro compatriota Guillermo Pfening, que hace lo que puede con un personaje apenas delineado, al menos le dejaron conservar el acento argentino. Mario Casas, el dueño del personaje central, repite toda la película un único gesto (tan monótono y machacón como el comentario musical, repetitivo del primer al último instante) y la francesa Barbara Francois hace un culto de la insipidez. Curiosidad: en un momento vemos al pasar dos personajes de acento rioplatense en la misma escena. Uno trata de ganarse unos pesos disfrazado de Papá Noel en un centro comercial y otro directamente está pidiendo limosna.