'La maldición de Bly Manor' una amalgama que revive a los fantasmas de Henry James

Mike Flanagan, director de éxitos contemporáneos del cine de terror como "Oculus” o “Doctor Sleep”, continúa en Netflix con su antología de mansiones embrujadas. Primero fue “Hill House”, aquella casona maldita conjurada por Shirley Jackson en su célebre clásico del horror "La maldición de Hill House”, y ahora es la mansión Bly, el escenario victoriano de la célebre Otra vuelta de tuerca de Henry James.

"Los fantasmas de Henry James son evanescentes, encarnaciones del mal sin rostro y sin forma, como los diabólicos criados de Otra vuelta de tuerca, o apariciones bien visibles, que dan forma tangible a un pensamiento dominante, como en Sir Edmund Orme, o mistificaciones que desencadenan la verdadera presencia de lo sobrenatural, como en El alquiler espectral", escribía Ítalo Calvino sobre las historias de fantasmas de Henry James. Y es esa estela de terrores subterráneos, de espectros que condensan miedos y temerarios augurios, la que recoge Flanagan en su nueva serie, “La maldición de Bly Manor”, que a partir de hoy está disponible en la plataforma.

Es que no solo está presente la historia de Otra vuelta de tuerca, la de la institutriz al cuidado de dos huérfanos en plena campiña inglesa que es asediada por maléficas presencias, sino todo el imaginario de los relatos de fantasmas de uno de los autores claves de esa tradición, bisagra en la literatura de comienzos del siglo XX y figura influyente para todo relato popular de horror.

El ejercicio de Flanagan no es solo el de la transposición de un lenguaje a otro sino el de la reinvención de un legado en el territorio de la ficción contemporánea, nutrido de los variados herederos del autor como Daphne du Maurier, de las míticas encarnaciones de Otra vuelta de tuerca, y también un homenaje a la idea del fantasma de Henry James, esa figura elusiva y cercana, asomando en el fondo del espejo, encarnando culpas, duelos y temores, habitante de una casa que ha estado esperando desde siempre nuestro regreso.

"Si un niño da la sensación de otra vuelta de tuerca, ¿qué tal dos niños?"

El relato madre de “La mansión de Bly Manor” es Otra vuelta de tuerca. En la novela publicada en 1898, un relato marco nos presenta la historia de una joven institutriz que asume el cuidado de dos niños huérfanos en una antigua mansión ubicada en Essex.

Hija de un clérigo pobre, perturbada por el encanto del tío de los niños, en aquella reclusión victoriana comenzará a percibir la presencia de figuras espectrales. La clave de la historia de James, narrada en la voz de la gobernanta, consiste en la ambigüedad del origen de aquellas figuras: ¿existen realmente los fantasmas en la mansión Bly o son fruto de la perturbada imaginación de la institutriz?

El juego del narrador poco fiable le permite a James arraigar el fantasma en esa frontera siempre difusa entre el síntoma de un mundo interior convulso, definido por la represión sexual en un tiempo de férreos mandatos sociales, y la presencia de un mal que corrompe definitivamente toda inocencia.

Flanagan recoge esa idea a la perfección pese a los cambios que realiza en el tiempo y en la construcción de los personajes.

“La maldición de Bly Manor” comienza en el sur de California en 2007 y ese relato marco, en la voz de una narradora interpretada por Carla Gugino, nos lleva veinte años atrás, a la Inglaterra de 1987. Allí conocemos a la joven institutriz Danielle Clayton (Victoria Pedretti), una americana en Londres, escapando de su pasado y destinada a ese puesto en la lejana mansión Bly, en un tiempo de peinados vaporosos y pantalones de cintura alta, signado por los renovados mandatos sociales de la era Thatcher.

Los habitantes de ese caserón, el ama de llaves y los niños Miles y Flora, reciben a Dani con el mismo augurio que James imaginó para su tímida protagonista. Pero Flanagan hace algo más: recupera en su puesta en escena el imaginario de una de las mejores adaptaciones del universo de Otra vuelta de tuerca, la extraordinaria Posesión satánica (“The Innocents”, 1961), dirigida por Jack Clayton y protagonizada por Deborah Kerr.

No solo la "au pair" de Flanagan se apropia del apellido del director británico sino que la serie toma algunas coordenadas claves de aquella película. La primera es la canción del sauce llorón que define los interrogantes de aquella historia sobre la inocencia infantil.

"Ahora lloro al lado del árbol. Cantando, sauce llorón. Al lado del árbol que llora conmigo. Cantando, sauce llorón. Hasta que mi amado regrese" reza la letra que acompaña a los créditos y que define el tono ominoso de la mirada de Clayton.

Interpretada por Flora a lo largo de la historia, nacida de una cajita musical y convertida en leitmotiv, la melodía es la semilla de la sabiduría adulta de los niños y de la pérfida imaginación a la recién llegada. La segunda influencia clave de Posesión satánica está en la dualidad de la institutriz, a la que Deborah Kerr impregna de un anhelo de inocencia que se le escapa, de un deseo que resulta indecible, y que retorna en la figura de la joven Dani interpretada por Pedretti como una máscara signada por la misma severidad interior, por esa creciente revulsión que le despiertan las secretas entrañas de Bly Manor.

Otras voces, otros ámbitos

Junto a Otra vuelta de tuerca Flanagan ha decidido citar de manera directa o indirecta otras de las célebres historias de fantasmas de Henry James. Muchas de ellas fueron escritas en ese tiempo decisivo para su escritura entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, signado por la tensión entre su origen en los Estados Unidos y su consagración en Inglaterra, en las fronteras entre el realismo y la emergencia del fantástico.

Una de ellas es El rincón feliz, cuyo título original es The Jolly Corner, publicado en 1908. Allí la historia es la de un hombre que regresa a Nueva York desde Inglaterra para atender sus propiedades. Una de ellas será refaccionada para incrementar su renta y la otra permanecerá tal como la recuerda en su memoria. Es en ese "rincón feliz" en el que el protagonista avista una inquietante imagen de sí mismo, aquella que le sugiere qué hubiera sido de su vida si no hubiera emigrado a Europa en su juventud. Esta idea del doble, resguardado como un fantasma en el hogar de la infancia, le sirve a Flanagan para explorar en la serie las culpas de sus personajes, las vidas a las que han renunciado, los sueños que resultaron perdidos.

Lo mismo sucede con la cita explícita a La leyenda de ciertas ropas antiguas, un relato más temprano, publicado en 1868 bajo el título The Romance of Certain Old Clothes. Allí dos hermanas se enamoran del mismo hombre y sus destinos se enredan como en un juego de espejos entre la vida y la muerte, unidas por unas ropas lujosas guardadas en un ático.

“La maldición de Bly Manor” esconde algunas perlas de esa historia: los indicios de una tumba, las vestiduras de una tragedia, aquel ático maldito por una promesa rota. Y si de esa historia de ropajes cita epitafios y apellidos, también recoge algunos guiños del extraordinario relato publicado en 1892, Owen Wingrave. No solo el apellido Wingrave, con sus resonancias mortuorias termina siendo el de la señorial familia de Bly Manor, sino que la historia de ese soldado con nombre de tumba y familia sanguinaria se enreda en el caserón construido por Flanagan, también poblado de cuadros siniestros, de rostros expectantes en las sombras, de cuartos reservados para la inevitable tragedia.

Hay otros cuentos de Henry James que Flanagan contrabandea como pequeños acertijos o citas encubiertas. Las velas que el ama de llaves dedica a sus muertos en una pequeña capilla en los contornos de Bly Manor recuerdan las ceremonias de El altar de los muertos, relato de 1895 que escapa a la definición de historia de fantasmas pero que explora las complejas relaciones entre los vivos y los muertos (como bien lo comprendió François Truffaut en su personal adaptación en La habitación verde, de 1978).

También está el recuerdo del niño sagaz del cuento El pupilo de 1891, una especie de prefiguración del Miles de Otra vuelta de tuerca, con su inquietante sabiduría y sus espectral madurez. Flanagan toma de allí el perfecto refuerzo para afirmar esa consistente oscuridad de la niñez que fue eje del trabajo de Clayton en Posesión satánica -cuyo título original "Los inocentes" es más significativo- y que aquí orilla los mismos ribetes.

Otras citas son más lúdicas, como aquellas que se deslizan en los títulos de los episodios a El gran lugar bueno, un relato de 1900 que cuenta la historia de un escritor agobiado por la rutina que decide escaparse a un misterioso refugio; o más experimentales, como la que une a Bly Manor con el cuento El amigo de mis amigos -publicado originalmente con el título The Way It Came, en 1896-, uno de los relatos de fantasmas más audaces de James no solo en su construcción sino en el uso del amor como vínculo trascendental. En esa historia, los protagonistas nunca se conocen y su unión originada en una experiencia sobrenatural similar se despliega más allá del encuentro físico como una corriente sensorial que los anuda y arremolina sus destinos a partir de ese mutuo sentir. Flanagan modela en la serie esa persistente sensación de amor insatisfecho, de encuentro trunco, de eterna postergación que James había imaginado como la esencia de sus historias fantasmales.

"La maldición de Bly Manor" llega no solo como una nueva versión de Otra vuelta de tuerca, heredera de la letra de Henry James pero también de la célebre reinvención de Jack Clayton, sino como un ejercicio de atrevida exploración por las más inquietantes historias de fantasmas, relatos de dobles siniestros y culpas irrenunciables, de deseos imposible y promesas quebradas, de altares encendidos y mansiones embrujadas. Henry James regresa en un homenaje que trasciende la cita y la fiel adaptación, que se escapa en una forma de culto secreto, en la celebración de esos fantasmas evanescentes que recordaba Ítalo Calvino, esos que todavía sobreviven en los mejores sueños literarios.

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