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Netflix: El diablo a todas horas, una película bien hecha, pero algo frustrante

El diablo a todas horas (The Devil All the Time, Estados Unidos/2020). Dirección: Antonio Campos. Guion: Antonio Campos y Paulo Campos, basado en la novela de Donald Ray Pollock. Fotografía: Lol Crawley. Edición: Sofia Subercaseaux. Música: Danny Bensi y Saunder Jurriaans. Elenco: Tom Holland, Bill Skarsgard, Robert Pattinson, Riley Keough, Jason Clarke, Eliza Scanlen, Mia Wasikowska y Sebastian Stan. Duración: 138 minutos. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: buena.

Por la audacia que marcó desde siempre a su director, por los pergaminos de la novela original en la que está basada, por la categoría de un elenco con una decena de figuras, por el despliegue de producción para la reconstrucción de época(s) y por varios factores más que van desde los géneros elegidos hasta el andamiaje narrativo, El diablo a todas horas,sin ser una mala película, resulta un poco frustrante. Pongámoslo en claro: está hecha con una categoría visual irreprochable, concebida con ese profesionalismo incuestionable que nos regala habitualmente el cine de Hollywood, pero tenía muchos argumentos para ser más fascinante y atrapante de lo que realmente es. No deja de ser un buen ejercicio de estilo con algunos momentos inspirados, pero tampoco alcanza a conmover o a impactar desde lo emocional.

Trailer de El diablo a todas horas - Fuente: YouTubeTrailer de El diablo a todas horas

Con una complejo estructura temporal que pendula entre 1945, 1957 y 1965, este nuevo largometraje del neoyorquino Antonio Campos (Afterschool, Simon Killer, Christine) está ambientado en pueblos rurales de Ohio y Virginia. En ese ámbito, con una mixtura entre el gótico sureño, el film noir y sin disimular su origen literario (la voz del propio autor de la novela publicada en 2011, Donald Ray Pollock, se escucha de forma recurrente en off), se producirá una acumulación de hechos de extrema violencia que hablan del sino trágico que persigue a varias generaciones de una familia, pero también a su entorno.

Si hubiese que definir a un protagonista dentro de un relato con tantas ramificaciones (la película dura 138 minutos), podríamos encontrarlo en el Arvin Russell de Tom Holland, hijo de un exsoldado (Bill Skarsgård) y una camarera (Haley Bennett), que se transformará en testigo, víctima y finalmente justiciero en una comunidad dominada por la degradación moral y en la que se irán sucediendo asesinatos a sangre fría, suicidios, cadáveres mutilados y enterrados, y múltiples abusos sexuales. Una sociedad pletórica de psicópatas, marcada por la sed de venganza y el imperio del ojo por ojo en un período que va desde la Segunda Guerra Mundial al conflicto de Vietnam.

Robert Pattinson (como un perverso pastor), Riley Keough y Jason Clarke (como una pareja de asesinos seriales que además se dedican a la pornografía), Mia Wasikowska y Eliza Scanlen (como dos mujeres que sufren la violencia machista) y Sebastian Stan (como un policía corrupto) completan el elenco de un film con múltiples simbolismos religiosos que se destaca más por la fotografía de Lol Crawley o el diseño de producción de Craig Lathrop que por la profundidad psicológica de sus personajes. Un film atendible dentro del catálogo de Netflix, pero que tenía todos los elementos para resultar mucho mejor de lo que finalmente es.