Netanyahu abandona su problemático plan de anexión a cambio de una ganancia diplomática

El presidente Donald Trump anuncia lo que la Casa Blanca promocionó como una "normalización total de las relaciones" entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Washington, el 13 de agosto de 2020. (Doug Mills/The New York Times)
El presidente Donald Trump anuncia lo que la Casa Blanca promocionó como una "normalización total de las relaciones" entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Washington, el 13 de agosto de 2020. (Doug Mills/The New York Times)

JERUSALÉN — Durante los últimos dieciséis meses, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, había perseguido con insistencia un sueño derechista al cual consideraba una garantía de su legado: anexar el territorio de Cisjordania con el que contaban los palestinos para un futuro Estado, con lo cual iba a dar un golpe mortal a una solución de dos Estados.

El jueves, con un plan de anexión que ya iba en picada, Netanyahu se retiró de forma abrupta. En su lugar, se mostró regocijante por un posible logro para su legado de una índole completamente distinta: uno que, a diferencia de la anexión, solo podía mejorar los lazos de Israel con Occidente y buena parte del mundo árabe.

El anuncio en Washington sobre el visto bueno de los Emiratos Árabes Unidos para una “normalización total de las relaciones” con Israel a cambio de que Netanyahu aceptara “suspender” su iniciativa de anexión representó un impresionante giro para el veterano primer ministro de Israel.

Netanyahu había quedado arrinconado por su deseo de soberanía en Cisjordania: lo hostigaron líderes europeos, lo rechazaron sus compañeros de la coalición y lo distrajo una pandemia que se le estaba saliendo de las manos rápidamente, aunque el objetivo de la anexión cada vez parecía más elusivo.

Sin embargo, el acuerdo con los emiratíes permitió que Netanyahu, quien ha ansiado un logro histórico para concluir su cargo como el líder de Israel con más años de servicio, se situara junto a Menachem Begin y Yitzhak Rabin, predecesores que lograron acuerdos de paz con los otrora enemigos acérrimos de la nación, Egipto y Jordania.

El acuerdo también permite que los EAU mejoren su reputación a nivel internacional, la cual ha quedado muy dañada por su papel central en una guerra que ha convertido a Yemen en un desastre humanitario, y por su papel de representante en el conflicto que está devastando a Libia.

Al hacer que el fin de la anexión fuera el precio para dejar al descubierto una relación diplomática robusta que había sido uno de los secretos peor guardados del Medio Oriente, ahora los EAU podrán presumir que llegaron al rescate de los palestinos, y no que los estaban traicionando.

“La cancelación de la anexión es una simple excusa para los Emiratos”, opinó Shimrit Meir, una analista israelí del mundo árabe. “Eso estuvo a la vista de todos durante mucho tiempo. Y enmarcarlo como que lograron bloquear la anexión, y como un quid pro quo, suaviza más las críticas de los palestinos y los árabes”.

El acuerdo entre Israel y los EAU que anunció el presidente Donald Trump —que no es más que una declaración de intención por ahora— exige pláticas bilaterales que a la postre podrían producir logros concretos como relaciones económicas, una colaboración en el ámbito científico y tecnológico, vuelos directos para que los israelíes vayan de compras a Dubái o que los musulmanes emiratíes recen en la mezquita Al-Aqsa, y la apertura de embajadas en Abu Dabi y Tel Aviv, si no es que, probablemente, en Jerusalén.

Los escépticos hicieron notar que Israel y los EAU nunca se habían enfrentado en el campo de batalla y que desde hacía tiempo sus relaciones habían dejado de lucir como las de unos enemigos: los emiratíes han recibido a ministros y atletas israelíes, e invitaron a Israel a la Expo 2020 Dubai, la cual se ha postergado hasta 2021 debido a la pandemia.

“Es un acuerdo para normalizar de manera parcial los vínculos entre dos países que de por sí tienen vínculos normalizados de manera parcial”, escribió en Twitter Ofer Zalzberg, un analista del Grupo de Crisis Internacional. “La anexión queda suspendida para formalizar y publicitar esos vínculos”.

Amos Gilead, un experto israelí en seguridad que sirvió como emisario no oficial de los Emiratos, comentó que aceptaría cualquier medida que fomente la normalización, pero que deberán convencerlo. “No estoy seguro de que los EAU que conozco abran una embajada en Tel Aviv”, opinó. “Quiero verlo con mis propios ojos”.

Sin importar el resultado de las posibilidades más ostentosas que haya esbozado Trump en el Despacho Oval, acompañado de su equipo del Medio Oriente, y Netanyahu en una jactanciosa conferencia de prensa en solitario dos horas después, quedó claro el beneficio inmediato para las tres partes involucradas: les permitió cambiar de tema.

“Todo esto sirve para que Trump pueda decir: ‘Miren qué gran negociador soy. Llevé la paz al Medio Oriente’, y para que Bibi pueda distraer a los israelíes durante unas pocas horas”, comentó Anshel Pfeffer, un biógrafo de Netanyahu, quien se refirió al líder israelí por su sobrenombre. En mayo, Pfeffer tuvo la audacia de predecir que el primer ministro nunca iba a cumplir sus promesas de anexión.

Para Netanyahu, el golpe maestro diplomático llegó como una especie de regreso a una época previa al coronavirus, antes de que necesitara tres elecciones para derrotar a un político novato y formar un gobierno, antes de que la imputación de cargos de corrupción, entre ellos soborno, amenazara no solo con ponerle fin a su carrera, sino también con enviarlo a la cárcel.

Su confianza se disparó por un momento a inicios de la pandemia, pero se ha desplomado desde entonces: en Israel, la cantidad de casos ya es superior a la de China, su sistema hospitalario está cerca de saturarse y sus escuelas están planeando una reapertura que muchos temen que será un desastre.

Más de 800.000 israelíes están desempleados, y los manifestantes han inundado las calles y se han reunido varias veces por semana afuera de la residencia de Netanyahu en una demostración de enojo político sostenido que, según expertos, nunca se había visto en Jerusalén en la época moderna.

Con su juicio penal programado para reanudarse a inicios del próximo año, Netanyahu ha amenazado con llevar a Israel a una cuarta elección, con la esperanza de escapar del escrutinio por medio de una legislación. Sin embargo, una encuesta de esta semana mostró que de nueva cuenta no había alcanzado una mayoría en el Parlamento.

La cualidad de acto de magia que tiene el acuerdo con los EAU fue una maniobra del Netanyahu de antes.

Dahlia Scheindlin, una analista y entrevistadora de izquierda, comentó que incluso los israelíes que sienten antipatía por Netanyahu lo consideran el estadista más importante del país. “Sabe que mantiene la corona de ‘rey Bibi’ en su cabeza frente a los ojos del país”, opinó.

En efecto, el jueves por la noche, Netanyahu se jactó frente a periodistas israelíes: “Prometí alcanzar la paz con los países árabes y ustedes me ridiculizan”.

Les recordó que desde hacía mucho tiempo había prometido que Israel podría obtener una aceptación internacional incluso sin un acuerdo con los palestinos. Además, se entusiasmó con su dominio de la geopolítica del poder, al alardear sobre sus reuniones con líderes de Omán y Sudán.

En pláticas secretas, Netanyahu comentó: “Les dije a los líderes musulmanes y árabes que la paz con Israel les conviene porque Israel es fuerte”.

“No dudo en enfrentarme a Irán”, agregó. “Y si es necesario, puedo enfrentarme contra todo el mundo”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company