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Los navajos contra la "gran tos"

Washington, 23 jul (EFE).- Shandiin dedica cada día a alimentar a sus vecinos; Emma, a repartirles agua; Michael, a enterrar a los que sucumben. En la inmensa Nación Navajo, la pandemia ha cambiado la forma de enfrentar la vida y la muerte, y el pulso con la enfermedad que conocen como "la gran tos" no tiene visos de acabar.

El virus se coló por una rendija en la mayor reserva indígena de EE.UU.: en marzo, un hombre que había estado en un partido de baloncesto en Phoenix (Arizona) asistió a un pequeño servicio religioso en Chilchinbito, una localidad de apenas 500 habitantes en el corazón de la Nación Navajo.

Dos meses después, los más de 70.000 kilómetros cuadrados de territorio navajo alcanzarían la mayor tasa de infección per cápita del país, por encima de cualquier estado; y aunque lograron aplanar la curva, a sus habitantes les preocupa ahora el aumento de casos en los lugares que rodean la reserva: Arizona, Nuevo México y Utah.

"Nos ha golpeado muy fuerte y no podemos bajar la guardia", dijo a Efe el presidente de la Nación Navajo, Jonathan Nez.

MICHAEL Y EL TABÚ DE LA MUERTE

En el extremo oeste de la reserva, la única funeraria en más de cien kilómetros a la redonda trabaja a destajo. Su propietario, Michael Begay, suele procesar unos 270 cadáveres al año, pero para julio ya había superado los 300; y más del 60 % son víctimas de la COVID-19, que ya ha matado a más de 420 personas en toda la Nación Navajo.

"No veo que esto vaya a acabar en un futuro cercano, así que sigo preparándome para que lleguen más", afirmó a Efe el empresario y director de la morgue Valley Ridge, en Tuba City (Arizona).

Begay ha tenido que contratar más personal, comprar un camión congelador para almacenar más cuerpos y aumentar la frecuencia de los funerales a cuatro cada día. En medio del estrés, algo le ha llamado la atención: "El proceso de lidiar con la muerte ha cambiado" con la crisis del coronavirus, asegura.

Durante décadas, hablar de la muerte fue "tabú" en la cultura navajo, y aunque las generaciones más jóvenes han ido rompiendo ese estigma, algunos ancianos en la reserva creen todavía que, si nombran a su familiar fallecido, "invitarán a su espíritu malo" a volver a la tierra de los vivos y perseguirlos, explicó Begay.

Pero las largas hospitalizaciones derivadas de la pandemia han empujado a muchas familias a empezar los preparativos para el entierro mucho antes de lo habitual: "Nos contactan pronto para preguntar por nuestros servicios, simplemente para prepararse por si ocurre lo peor", contó el empresario navajo.

EMMA Y EL GRAN PROBLEMA ESTRUCTURAL

Para entender por qué la pandemia ha golpeado tanto a la reserva, hay que tener en cuenta al menos tres factores: la convivencia de varias generaciones bajo el mismo techo, el alto índice de enfermedades como la diabetes o el asma, y la falta de acceso a agua corriente o electricidad en al menos el 30 % de los hogares.

Ese último hecho sorprende a muchos estadounidenses, que creen que "eso solo pasa en África o en Suramérica", dice Emma Robbins, una joven navajo que vive entre California y la reserva y que habla un perfecto español aprendido en Argentina.

"Hay gente que lleva décadas esperando en listas para recibir agua (en sus hogares). Durante décadas, a estas familias les han dicho: será el próximo año", aseguró a Efe.

Desde hace años, Robbins lucha contra ese problema estructural desde la organización Dig Deep, con la que ha instalado sistemas para dar acceso a agua potable a casi 300 familias. La llegada de la pandemia les obligó a cambiar ese proyecto por otro más urgente, el de entregar agua embotellada a miles de personas en la reserva.

"Si quieres protegerte contra la COVID y no tienes agua corriente en tu casa, no puedes lavarte las manos", recordó Robbins.

SHANDIIN Y EL RACISMO MEDIOAMBIENTAL

El problema no es solo conseguir agua corriente, sino que además sea potable y segura para cocinar o lavarse. "Cuando abro el grifo, el agua sale literalmente blanca", dijo Shandiin Herrera, una joven navajo de 23 años que vive en el icónico Monument Valley.

Muchos Diné -como se refieren a sí mismos los navajo- temen que el agua que llega a sus casas esté contaminada por las más de 500 minas de uranio abandonadas que hay en toda la reserva, y cuya polución causó la muerte hace años al abuelo y la abuela de Herrera.

"Esta pandemia realmente ha resaltado los efectos del racismo medioambiental que hemos experimentado y que ha afectado a nuestro sistema inmune", recalcó Herrera para Efe.

Aunque ese problema le importa mucho y le han sorprendido las "filas de cuatro horas" para obtener agua en puntos de distribución oficiales de la reserva, Herrera ha dedicado casi todo su tiempo a la distribución de alimentos para la población más vulnerable, de la mano de una iniciativa ciudadana llamada COVID-19 Relief Fund.

Con solo once supermercados para sus más de 173.000 habitantes, ir a la compra se convirtió al principio de la pandemia en una actividad de alto riesgo y pronto escasearon las provisiones.

"He visto de primera mano lo difícil que es no solo acceder a comida saludable, sino permitírsela. La tasa de desempleo ya era muy alta en la reserva antes de COVID, y esto ha afectado realmente a los ingresos. En mi casa, nadie está trabajando", lamentó la joven.

JONATHAN Y EL FUTURO

Cuando el coronavirus empezó a expandirse por la reserva, el presidente de la Nación Navajo, Jonathan Nez, puso en marcha algunas de las medidas más restrictivas del país, incluida una orden de quedarse en casa sin apenas excepciones y otra para el uso obligatorio de mascarillas que está en vigor desde abril.

A finales de julio seguía activo un toque de queda nocturno y otro de 57 horas cada fin de semana, y Nez presumía de haber hecho más tests de coronavirus per cápita "que ningún otro estado" de EE.UU., con más del 33 % de sus ciudadanos chequeados hasta ahora.

Pero la concienzuda apuesta por la prudencia en la reserva contrasta con la relajación gradual de restricciones por la que optaron las autoridades de los tres estados donde se encuentra la Nación Navajo, en particular Arizona, que en el último mes ha experimentado uno de los rebrotes más agudos del país.

"Estamos haciendo todo lo posible para mantener a nuestros ciudadanos dentro de los límites de la Nación Navajo y aislarnos de estas zonas donde hay un auge" de contagios, subrayó Nez.

La escasa infraestructura sanitaria en la reserva ha obligado en los últimos meses a trasladar a los estados vecinos a muchos de los pacientes que necesitaban hospitalización, y al presidente le preocupa no poder hacer lo mismo si hay un repunte de contagios en su comunidad, algo de lo que empieza a haber indicios.

"Si aumentan aquí los casos, nuestro temor es que no podamos transferir a nuestros pacientes a instalaciones de Phoenix (Arizona), porque ya están casi al 90 % de capacidad", apuntó.

Y mientras otros estados se niegan a llevar mascarillas en aras de la libertad individual, Nez insiste en que lo único que diferencia su enfoque es que ha seguido las recomendaciones de los expertos sanitarios del país. "Me gustaría que otros líderes también lo hicieran. Me gustaría que la Casa Blanca lo hiciera".

Lucía Leal

(c) Agencia EFE