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¿Narcisista? Mejor no dirijas una empresa, lo tuyo es la política

Donald Trump, narcisista sin complekos. (Imagen C.C. vista en Wikimedia Commons).
Donald Trump, narcisista sin complekos. (Imagen C.C. vista en Wikimedia Commons).

Si le preguntases a un hombre de la calle qué cualidades hacen de una persona un líder energético, tanto en el mundo de los negocios como en la política, seguramente mencionará la confianza en sí mismo y el carisma. Dirán que los grandes líderes son audaces y de voluntad fuerte. Que son capaces de desafiar los convencionalismos con tal de lograr sus propósitos. Y que, en resumen, son hombres a los que no detienen ni las críticas ni las dudas.

Por desgracia, estos son también algunos de los indicadores que definen la personalidad excesiva de los narcisistas, personas que se ven irresistiblemente atraídos por el poder y que saben cómo conseguirlo. Un buen narcisista exhibirá una necesidad profunda (en ocasiones patológica) de admiración y estatus. En realidad creerán tener derecho a recibir ambas cosas.

Precisamente por esa abundancia de confianza y fe en sus propias visiones, los narcisistas logran en ocasiones abrirse camino en cualquier tipo de organización hasta logar alcanzar los puestos de liderazgo, consiguiendo en el trayecto a la cima una buena legión de seguidores leales.

¿Entonces si quiero que mi empresa triunfe debo de ponerla en manos de un narcisista? En absoluto, lo explica Charles A. O’Reilly (profesor de gestión empresarial en la Escuela de Negocios de la Universidad de Stanford), que lleva al menos una década investigando la vida de hasta 150 líderes narcisistas.

En ocasiones, la auto estima termina por convertirse en arrogancia y aunque los narcisistas se vean a sí mismo como líderes más competentes, en realidad no hay ninguna evidencia que lo demuestre. Podemos citar el caso de Adam Neumann, el excéntrico fundador de WeWork entre cuyas ambiciones se encontraban las de convertirse en el primer trillonario del mundo y en logar vivir para siempre.

Neuman, que hizo fortuna en el mundo de la industria inmobiliaria, soñó con montar oficinas compartidas en Marte, y obtuvo inversiones millonarias para su empresa haciendo lo que mejor se le daba: convencer a la gente de su perfil ganador. Poco antes de que la empresa saliese a bosa, Wall Street comenzó a sospechar que WeWork vendía humo y la burbuja terminó por reventar dejando a miles de personas sin trabajo. Neumann se vio forzado a abandor su puesto forzado por el escándalo, no sin antes embolsarse mil millones de dólares.

Adam Neumann, responsable del auge y caida de WeWork. (Crédito  imagen Wikimedia Commons).
Adam Neumann, responsable del auge y caida de WeWork. (Crédito imagen Wikimedia Commons).

¿Cómo es posible que un ejemplo tan claro de “lobo de Wall Street” llegue tan alto? En opinión de O’Reilly, la mayoría de consejos de las grandes empresas no consiguen detener a tiempo a estos líderes, y les fuerzan a abandonar el barco únicamente cuando consiguen que la empresa se desmorone. La razón para tanta tardanza en la reacción de los cuadros de mando contra esos narcisistas viene del enorme incentivo que supone para ellos (en términos de dinero y poder) verlos triunfar.

Pero volvamos con la investigación de O´Reilly, realizada con la colaboración de Jeffrey Pfeffer, también de la Universidad de Stanford, cuyos resultados se acaban de publicar en la revista Personality and Individual Differences titulada “¿por qué los grandiosos narcisistas son más efectivos en la organización política?”.

En opinión de ambos investigadores, las características definitorias de los líderes narcisistas (grandiosidad, autoconfianza, voluntad de explotar a los demás en su propio interés, etc.) podrían convertirlos en políticos organizacionales más efectivos, en comparación con los que no están tan pagados de sí mismos por varias razones.

Ene efecto, O´Reilly y Pfeffer presentan no uno, sino tres estudios cuyos resultados muestran que: (1) en términos de oportunidad, los políticos que puntúan más alto en narcisismo tienen una mayor probabilidad de entender la organización en términos políticos, (2) están más dispuestos y motivados a participar en política organizativa y (3) son actores políticos más capacitados de cara a los medios.

Obviamente tras leer el trabajo me ha venido a la mente el perfil del aún presidente de los Estados Unidos (al menos hasta el 20 de enero) Donald Trump, un narcisista de libro a que no le ha ido del todo mal en política (al menos mientras ganaba elecciones) y cuya relación amor-odio con los medios (según le ataquen o le ensalcen) es bien conocida.

No es que yo tilde a Trump de narcisista por aversión personal, es que existen trabajos psicológicos en los que se le asignan varios de los rasgos asociados con este trastorno de la personalidad, como son:

  • Un grandioso sentido de importancia personal.

  • Preocupación por fantasías ilimitadas de éxito, poder y brillantez.

  • Creer que es alguien “muy especial”.

  • Requerir en exceso la admiración.

  • Poseer un sentido de “derecho”.

  • Aprovecharse de los demás para obtener sus propios fines.

  • Carecer de empatía por los demás.

  • Ser súper sensible a las críticas.

¿Entonces los narcisistas tampoco son buenos en política? Bueno he pensado que el ejemplo de Trump no me sirve para contradecir los análisis de O’Reilly y Pfiffer. Después de todo no hablamos de un desconocido que haya hecho carrera en el partido republicano partiendo desde abajo. Trump ya era un personaje público con fortuna (y escándalos) conocido por todos antes de dar el salto a la política.

Así pues, no tomaré a Trump como arma arrojadiza y contraejemplo fácil a las conclusiones de ambos investigadores. De hecho, estoy convencido de que en en cierto modo, para prosperar en política es inevitable tener un punto de narcisismo. ¿A quién lo le gustaría posar en gafas de sol en el avión presidencial, o presumir de abdominales en la playa?

Bromas aparte, hay ciertas diferencias entre estos pecaditos de vanidad y creer que el derecho lo asiste a uno para no aceptar el resultado adverso de unas elecciones, y enviar a sus acólitos a tomar el templo de la democracia por la fuerza. Afortunadamente su tiempo ha pasado.

Me enteré leyendo ScienceDirect Science

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