Cuando una nación prohibió la mutilación genital femenina, una desafiante mujer de 96 años se resistió

BAKADAJI, Gambia — Había unas chicas, sentadas bajo el sol de la tarde. Había músicos, baile y platones de comida. Había navajas antiguas hechas a mano y relucientes navajas nuevas.

Para las 30 practicantes tradicionales de la mutilación genital femenina, el evento se parecía un poco a las fiestas masivas de mutilación que tanto ellas como sus antecesoras habían celebrado por siglos en la nación de Gambia, en África Occidental.

Estas mujeres eran practicantes prominentes en sus comunidades y para ellas, mutilar niñas era una fuente de ingresos y respeto.

Para estas mujeres, era el fin de una práctica ancestral de gran importancia social (y, para muchos, horrífica).

¿O no?

Una de las 30 mutiladoras presentes ese día, una abuela llamada Yassin Fatty, más adelante se convirtió en la primera mutiladora de Gambia en la historia en ser declarada culpable de mutilación genital femenina.

Gambia aprobó en 2015 una ley que prohíbe la práctica, pero por muchos años no se hizo cumplir y muchos gambianos siguieron apoyándola. Cuando Fatty fue arrestada por mutilar niñas y declarada culpable el año pasado, hubo reacciones en contra en todo el país.

Entonces Fatty, de 96 años, quedó atrapada entre dos hombres: un imán que es una celebridad y quería legalizar de nuevo las mutilaciones, y un activista opuesto a las mutilaciones que parecía tener motivos encontrados.

A las niñas siempre las han mutilado en Bakadaji, una aldea de la región Central Rivers de Gambia, donde nació Fatty. Fatty relató que siempre mutilaba a las niñas en un baño al aire libre, y después las llevaba de inmediato al cuarto de paredes burdas y sin pintar en el que estábamos sentados.

En Gambia, la mutilación genital femenina por lo regular implica retirar el clítoris y parte de los labios menores y, en algunos casos, sellar la vagina hasta dejar solo un orificio pequeño. A la gente de fuera, esa práctica le parece de una crueldad indescriptible.

Pero muchos habitantes de aldeas en Gambia consideran que las niñas sin mutilar son impuras y nada religiosas. En general, esas niñas se convierten en parias sociales.

Mutilaciones en secreto

Momodou Keita es un hombre fornido y cincuentón conocido por las décadas que se ha opuesto a la mutilación genital femenina. Recorrió la región de Central Rivers en su motocicleta tratando de persuadir a mutiladoras como Fatty de abandonar la práctica y participar en las ceremonias de dejar caer el cuchillo organizadas por la organización con la que trabaja, Gambia Committee on Traditional Practices Affecting the Health of Women and Children, conocida como GAMCOTRAP.

Afirmó que había convencido a cientos de mutiladoras en sus años de trabajo. A cada una de esas mujeres se les dio dinero para arrancar un negocio, como fuente alternativa de ingresos. Fatty recibió efectivo para poner una panadería, que generó buenos ingresos para la familia.

Antes de asistir a la ceremonia, Fatty vio un video sobre las consecuencias de la mutilación para la salud femenina. Asistió unos días a un programa de toma de conciencia sobre las mutilaciones organizado por GAMCOTRAP. Pero fuera de esas sesiones, se hizo poco para intentar cambiar su opinión.

Después de enlistar y educar a las mujeres, Keita les pedía a algunos informantes que las vigilaran.

A finales de 2022, según relató Keita, sus informantes le avisaron que algo estaba pasando en Bakadaji. Le dijeron que Fatty planeaba mutilar a ocho niñas. Condujo hasta su casa, indicó, para advertirle que no lo hiciera.

Pero el 16 de enero de 2023, un informante le habló de nuevo. El informante le avisó que la mutilación ocurriría esa mañana. Keita se montó en su motocicleta.

Llegó demasiado tarde. Fatty ya había mutilado a dos bebitas. Keita se comunicó con la policía.

A Fatty le habían dado una panadería para alejarla de las mutilaciones, pues se suponía que las hacía por los ingresos que representaban. Pero Fatty explicó que para ella, las mutilaciones eran cuestión de creencias, por lo que la amenaza de acción legal no significaba mucho para ella. Incluso después de la ceremonia de soltar el cuchillo, Fatty había seguido mutilando niñas en secreto.

Algunos expertos afirman que muchas mutiladoras ahora trabajan en secreto y mutilan a niñas más pequeñas, pues así es menos probable que lo recuerden. En 1991, a las niñas de Gambia las mutilaban a los 4 años en promedio; ahora, la Organización de las Naciones Unidas calcula que por lo regular son menores de 2 años.

A pesar de los millones de dólares que han invertido agencias de las Naciones Unidas y donadores estadounidenses y europeos en programas para reducir las mutilaciones en Gambia, y con todo y que mutilar niñas ha sido ilícito desde 2015, casi no ha habido ningún cambio en la tasa de mutilaciones, que es del 73 por ciento de las niñas entre 15 y 19 años.

La primera mutiladora sentenciada en Gambia

Cuando llegó la policía, arrestó a Fatty y a las madres de las dos bebés que encontró Keita, gritando y sangrando, en su casa.

El mundo exterior vio a Keita como un héroe, el hombre que ha dedicado su vida a combatir las mutilaciones y sorprendió a Fatty en el acto, y así, según él, salvó a varias niñas de la mutilación

Pero Fatty y su hijo Abdou Cham sostienen que Keita es un fraude. Afirman que nunca le ha importado proteger a las niñas y les recomendó que tomaran el dinero de los occidentales e hicieran lo que quisieran, acusación que Keita niega.

Desde su perspectiva, a Keita solo le interesaba el dinero, y por eso se unió a la campaña con financiamiento de Occidente contra la mutilación.

En la estación de policía, mientras Fatty esperaba a que la ficharan, Keita confirmó sus sospechas, aseveraron Cham y dos parientes varones. Relataron que se aproximó a ellos y les ofreció “sepultar el caso” a cambio de un soborno. Aseguraron que aceptaron y le dieron 5500 dalasi (alrededor de 80 dólares). La hija adoptiva y dedicada cuidadora de Fatty, Mariama Souso, afirma que vio que el dinero cambió de manos.

En una entrevista, Keita dijo que nunca pidió un soborno y tampoco lo recibió. Pero un agente enterado del caso, que habló a condición de permanecer en el anonimato para evitar represalias, confirmó la historia de la familia.

Keita fue acusado de obtener dinero con engaños, pero más tarde se retiraron los cargos.

Además, Keita no sepultó el caso. Ese agosto, Fatty y las dos madres fueron a juicio. Las tres se declararon culpables y a cada una se le impuso una multa de 15.000 dalasi (unos 215 dólares).

El costo total del incidente casi dejó sin dinero a los familiares de Fatty, que en su mayoría trabajan como campesinos de subsistencia. Pero el juicio también atrajo la atención de un pariente lejano poderoso.

Abdoulie Fatty, uno de los imanes más conocidos de Gambia, se enfureció al enterarse de lo que había pasado su prima de 96 años.

De hecho, comenzó a hacer campaña a favor de que el país descriminalice las mutilaciones, y cita las dificultades que pasó su prima para ganar apoyo.

El debate nacional resultante tuvo efectos sorprendentes en los conservadores de Gambia, cuya población es un 96 por ciento musulmana. En áreas urbanas, de repente la gente comenzó a usar sin recato palabras como clítoris y deseo sexual femenino.

En aldeas como Bakadaji, y para las familias de mucha tradición, el mensaje del imán reforzó la impresión de que el Islam permite las mutilaciones, cosa que niegan los clérigos e investigadores musulmanes.

El imán le dio un giro a la fortuna financiera de la familia de Yassin Fatty.

Pagó las multas de las tres mujeres y les hizo llegar donativos de algunos de sus seguidores, que utilizaron para construir un muro de bloque de hormigón alrededor del lugar en el que Yassin Fatty por lo regular mutila a las niñas.

El apoyo le dio seguridad a Fatty. Pero su arresto y juicio la habían debilitado. Su familia dudaba que volviera a practicar mutilaciones.

Sería el fin de una era prolongada. Fatty heredó su vocación de practicantes del lado materno y del lado paterno de su familia.

Se lamentó: “Soy la única que queda”.

Pero luego nos confió algo.

Señaló a Souso, su hija adoptiva. Resulta que decidió convertirla en su sucesora.

c.2024 The New York Times Company

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