Muti y ‘su’ orquesta de Chicago, un león en ‘primavera’ se presentó triunfal en el Arsht Center

El año no pudo comenzar mejor en el ámbito local de la música clásica con la presencia de la incomparable Chicago Symphony Orchestra desplegada en el escenario del Knight Concert Hall bajo la dirección del legendario Riccardo Muti, a la vez marcando el inicio de la serie Masterworks del Adrienne Arsht Center de Miami. Y el adjetivo “legendario” tan bastardeado hoy en día, en su caso merece y debe usarse. ¿Quién si no Muti es una leyenda viviente?

Sobran las palabras. Baste decir que indudablemente se estuvo en presencia de un grande, quizás el último baluarte de la gran tradición italiana, del linaje de Arturo Toscanini, Victor de Sabata, Tullio Serafin, Carlo Maria Giulini y su antiguo “rival” Claudio Abbado. Ese fue el sentimiento que se vivió en cada momento de la velada, gracias a su ochenta y tres jóvenes años, al estampar cada obra no sólo con su sobrada experiencia sino con sorprendente renovado vigor.

A su edad, el director napolitano se da el lujo -y desde un enfoque más formal, la obligación impuesta por su rigor artístico- de plantarse como inconformista y seguir experimentando, jugando, buscando nuevos significados y horizontes en las piezas de repertorio que ejecuta desde siempre.

Así, un programa excesivamente tradicional, diríase rutinario, se volvió una fuente de sorpresas, de revelaciones insospechadas con el venerable ensamble como cómplice absoluto de aventuras. Otra prueba indiscutible de que los grandes artistas no repiten ni se adhieren a sus fórmulas de éxito. Por el contrario, viven el momento y reverdecen la obra que interpretan lanzándose al ruedo con dos armas infalibles; la experiencia y la espontaneidad aunadas, dejándose sorprender ellos mismos.

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Operista hasta la médula, Muti impregnó de genuino “belcanto” cada instancia del programa haciendo realidad el sabio adagio “cada nota tiene derecho a vivir”. Hecho que no sorprendió con la obertura de “Norma” de Vicenzo Bellini, gema del repertorio belcantista y uno de sus títulos favoritos. La larga línea belliniana corrió como mercurio líquido por la sala, sirviendo de luminoso preludio a una velada memorable.

Riccardo Muti y la Orquesta de Chicago en el Knight/Arsht Center.
Riccardo Muti y la Orquesta de Chicago en el Knight/Arsht Center.

La primera revelación llegó con la Sinfonía “Inconclusa” de Franz Schubert que emergió sencilla y exquisita como un extendido “lied” (canción), género que fuera indiscutible columna vertebral del compositor vienés.

Desde el fluir constante del primer murmullo de cellos y violines, un remanso tan familiar como bienvenido, Muti recordó la esencia camerística de la sinfonía, paseándose como una brisa instalada en cuerdas y maderas, brisa por momentos transformada en viento. Siempre atento a la lejana evocación clasicista de Mozart y Haydn y al ímpetu de su contemporáneo (y en algún momento) vecino, Beethoven, el director redondeó una versión literalmente sublime.

La segunda revelación fue la “Cuarta Sinfonía” de Piotr I. Tchaikovsky, una lectura que no se pareció a sus famosas versiones grabadas con las orquestas Philharmonia y de Filadelfia sino que respondió a otro enfoque. Menos monolítica, menos triunfalista (aunque indudablemente victoriosa), sino más lírica, dotada de una minuciosidad y espacios inéditos donde cada pausa fue una reflexión. Muti planteó un viaje a lo más recóndito del alma del compositor, alejándose de sentimentalismos y exabruptos inconducentes para mostrar la soberbia arquitectura de la obra con nobleza y claridad ejemplares.

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En el final del primer movimiento las cuerdas parecieron encenderse como una daga flamígera cortando el aire de la sala, imponiéndose en un crescendo interminable y aterrador. Otra vez asomó, en cada impecable solo instrumental, el canto intrínseco del músico, de un “Eugene Onegin” o una “Iolanta”, pura melodía rusa tratada con un imperceptible pero soleado sabor mediteráneo. Tchaikovsky hubiese sin duda aprobado.

Vital y enérgico, yendo al mínimo detalle y a la esencia, el Maestro Riccardo Muti dirigió la Orquesta de Chicago como si fuese su primera vez.
Vital y enérgico, yendo al mínimo detalle y a la esencia, el Maestro Riccardo Muti dirigió la Orquesta de Chicago como si fuese su primera vez.

La fórmula Muti + Chicago conforma una entidad artística envidiable desde el año 2010 cuando asumió como director musical; unidad que en esta oportunidad semejó, desde el primer hasta último momento del concierto, a un transatlántico zarpando hacia la música, reminiscente a aquel maravilloso paquebote que Federico Fellini pintó en “Y la nave va” donde un niño lo despide desde el puerto agitando su pañuelo, despidiendo un mundo que, como esa nave, pareciera alejarse más y más.

Vital y enérgico, yendo al mínimo detalle y a la esencia, Muti dirigió como si fuese su primera vez, también soportó estoicamente algunos aplausos entre movimientos para vengarse al final cuando enfrentando a aquellos que se iban como quien se los lleva el viento. “Para las damas y caballeros que no se van” irónico, risueño y punzante “les regalaremos la primera Danza Húngara de Brahms”. La orquesta tocó “sola” con su jefe divertido mirándolos -y de vez en cuando al público- como el más querible pero implacable maestro de escuela.

Un auténtico privilegio gozar de una orquesta de estos quilates en Miami, la prueba de que la audiencia local necesita escuchar otras agrupaciones para pulir su apreciación (la próxima cita imperdible es la visita de la London Symphony Orchestra con Sir Antonio Pappano el 2 de marzo) y la dicha de volver a tener a Muti en el podio, un maestro que en su veteranía más que un león en invierno, es uno en eterna primavera. ¡Bravísimo!

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