¿Qué deben hacer los museos con los huesos de las personas que fueron esclavizadas?

Una página de "Crania Americana", el libro de Morton que pertenece a una serie de trabajos que proponen una supuesta jerarquía de la inteligencia con base en el tamaño del cráneo en la que los europeos se encuentran en primer lugar. (Vía Biblioteca Nacional de Medicina vía The New York Times)
Una página de "Crania Americana", el libro de Morton que pertenece a una serie de trabajos que proponen una supuesta jerarquía de la inteligencia con base en el tamaño del cráneo en la que los europeos se encuentran en primer lugar. (Vía Biblioteca Nacional de Medicina vía The New York Times)

La Colección de Cráneos Morton, reunida por el médico y anatomista del siglo XIX Samuel George Morton, es uno de los bienes más complicados del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Pensilvania.

Conformada por 1300 cráneos de todo el mundo, esta colección proporcionó las bases para las importantes teorías racistas de Morton sobre las diferencias en cuanto a la inteligencia de las distintas razas, lo que ayudó a establecer el “racismo biológico”, ya desprestigiado, que contribuyó a la aparición de la eugenesia en el siglo XX. En años recientes, ha cobrado relevancia la exhibición de una parte de la colección en un aula del museo: una macabra lección mediante objetos de un capítulo infame de la historia científica.

El verano pasado, luego de que algunos estudiantes activistas subrayaron el hecho de que unos 50 cráneos eran de africanos esclavizados en Cuba, el museo almacenó los cráneos con el resto de la colección. Y la semana pasada, poco después de la publicación de algunas investigaciones externas que señalaban que, aproximadamente, otros catorce cráneos eran de habitantes negros de Filadelfia que habían sido tomados de fosas comunes, el museo anunció que se abriría toda la colección para llevar a cabo una posible “repatriación o entierro de los ancestros”, como un paso hacia “el desagravio y el resarcimiento” por las prácticas racistas y colonialistas del pasado.

Este anuncio fue el avance más reciente de un debate muy ríspido sobre los restos de las personas afroestadounidenses en las colecciones de los museos, sobre todo los de los esclavos. En enero, el presidente de la Universidad de Harvard envió una carta a los exalumnos y los asociados en la que reconocía que entre los 22.000 restos humanos de su colección 15 eran de individuos de ascendencia africana que pudieron haber sido esclavizados en Estados Unidos y prometía reconsiderar sus políticas de “custodia ética”.

Y es posible que ahora ese debate esté a punto de explotar. En las últimas semanas, el Instituto Smithsoniano, cuyo Museo Nacional de Historia Natural alberga la colección más grande de restos humanos en el país, ha estado considerando realizar un informe sobre sus propios restos afroestadounidenses.

De acuerdo con algunas partes de un resumen interno obtenido por The New York Times, en esos debates han participado tanto personas que desde hace mucho tiempo han dado prioridad a las iniciativas de repatriación, así como quienes tienen una idea más tradicional sobre la misión del museo de coleccionar, preservar y estudiar objetos, y quienes consideran que es posible que la ciencia pierda con estas repatriaciones.

En una entrevista de la semana pasada, Lonnie Bunch III, secretario del Instituto Smithsoniano, se rehusó a dar detalles sobre las deliberaciones, pero confirmó que el museo estaba desarrollando nuevos lineamientos que, según él, estarían sustentados en una obligación muy clara: “honrar y recordar”.

Una página de "Crania Americana", el libro de Morton que pertenece a una serie de trabajos que proponen una supuesta jerarquía de la inteligencia con base en el tamaño del cráneo en la que los europeos se encuentran en primer lugar. (Vía Biblioteca Nacional de Medicina vía The New York Times)
Una página de "Crania Americana", el libro de Morton que pertenece a una serie de trabajos que proponen una supuesta jerarquía de la inteligencia con base en el tamaño del cráneo en la que los europeos se encuentran en primer lugar. (Vía Biblioteca Nacional de Medicina vía The New York Times)

“En muchos sentidos, la esclavitud es el último gran tabú en el debate estadounidense”, señaló. “Mi lista está encabezada por cualquier cosa que podamos hacer para ayudar a que la población entienda el impacto de la esclavitud, así como para encontrar modos de honrar a las personas que fueron esclavizadas”.

Bunch señaló que cualquier política nueva se edificaría sobre programas ya existentes relacionados con los restos de los nativos estadounidenses. Tal vez no solo incluiría la devolución de los restos a los descendientes directos, sino quizás a las comunidades o incluso su entierro en un cementerio afroestadounidense nacional. Además, señaló, el museo también haría todo lo posible por contar historias más íntegras sobre las personas cuyos restos se conservan en la colección.

“El academicismo solía manipular a la comunidad”, comentó. “Ahora se trata de encontrar el equilibrio adecuado entre la comunidad y el academicismo”.

Tal vez sean pocos los restos de las personas esclavizadas y de otros afroestadounidenses en los museos si se les comparan con los 500.000 restos de nativos estadounidenses que se calculan en las colecciones de Estados Unidos, mismos que fueron obtenidos de cementerios y de campos de batalla del siglo XIX a lo que Samuel Redman, profesor adjunto de Historia en la Universidad de Massachusetts, campus Amherst, denominó “escala industrial”.

No obstante, Redman, autor de “Bone Rooms”, una historia de la recolección de restos por parte de los museos, mencionó que quizás las disposiciones de las universidades de Harvard y Pensilvania, así como, sobre todo, del Instituto Smithsoniano constituyan un “punto de inflexión histórico”.

“De manera impactante, se pone de relieve nuestra necesidad de afrontar el problema de la explotación histórica de la gente de color al recopilar sus objetos, sus historias y sus cuerpos”, afirmó.

Son enormes las complejidades en torno a los restos de las personas afroestadounidenses (¿quién podría reclamarlos?, ¿cómo determinamos si se trata de esclavos?). Tan solo contarlos resulta ser un reto. De acuerdo con una encuesta interna que no se ha publicado del Instituto Smithsoniano, los 33.000 restos en sus almacenes incluyen, aproximadamente, los de 1700 afroestadounidenses, varios cientos de ellos nacidos antes de 1865, por lo que quizás hayan sido esclavizados.

Algunos restos proceden de excavaciones arqueológicas, pero la mayor parte son de personas que murieron en instituciones financiadas por el Estado destinadas a los pobres, cuyos cuerpos sin reclamar terminaron en colecciones anatómicas que posteriormente adquirió el Instituto Smithsoniano.

Además de la Ley de Protección y Repatriación de Tumbas de Nativos Americanos de 1990, la cual exige que los museos devuelvan los restos a las tribus o a los descendientes lineales que los soliciten, el Instituto Smithsoniano permite que los descendientes reclamen los restos de determinados individuos de cualquier raza. De acuerdo con el museo de historia natural, aunque muchos afroestadounidenses de las colecciones anatómicas tienen nombre, ninguno ha sido reclamado jamás.

Bunch, el primer secretario negro del Instituto Smithsoniano, comentó que esperaba que sus acciones fueran un modelo para las instituciones de todo el país. Quienes han estudiado la historia del comercio de restos de personas negras afirman que esos lineamientos son sumamente necesarios.

“Sería maravilloso tener una ley de protección y repatriación de tumbas de los afroestadounidenses”, señaló Daina Ramey Berry, profesora de Historia en la Universidad de Texas y autora de “The Price for Their Pound of Flesh”, un estudio de la mercantilización de los cuerpos de los esclavos desde el nacimiento hasta la muerte.

“Estamos encontrando pruebas de que se han usado cuerpos de esclavos en escuelas de medicina de todo el país”, comentó. “Algunos siguen estando en exhibición en las universidades y tienen que devolverse”.

La colección de Morton en la Universidad de Pensilvania encarna de manera vívida tanto el lado sórdido de la empresa como la manera en que cambian los significados de las colecciones.

A Morton, un exitoso médico que fue miembro activo de la Academia Nacional de Ciencias Naturales de Filadelfia, en ocasiones se le ha considerado el fundador de la antropología física estadounidense. Fue quien propuso la teoría del poligenismo, la cual sostiene que algunas razas eran especies diferenciadas, con orígenes diferentes. En libros como el “Crania Americana” de 1839, tan profusamente ilustrado, tomó las medidas de los cráneos como base para diseñar la propuesta de una jerarquía de la inteligencia humana, en la que los europeos estaban a la cabeza y los africanos de Estados Unidos al final.

En un famoso artículo de 1978 (adaptado después para su libro “The Mismeasure of Man”), el paleontólogo Stephen Jay Gould sostenía que las suposiciones racistas de Morton lo habían llevado a realizar mediciones incorrectas, lo que, por tanto, convertía a Morton en un símbolo no solo de las ideas racistas, sino de cómo las tendencias pueden afectar los procedimientos supuestamente objetivos de la ciencia.

Se ha impugnado de manera acalorada el análisis de Gould sobre las mediciones de Morton. Pero en años recientes, los activistas locales y del campus han cuestionado mucho la pertinencia de poseer los cráneos, sobre todo después de que los estudiantes investigadores relacionados con el Proyecto de la Universidad de Pensilvania y la Esclavitud llevaron la atención a los restos de los cubanos esclavizados.

Christopher Woods, quien se convirtió en el director del museo a principios de este mes, señaló que la nueva política de repatriación (recomendada por un comité) no cambiaría el carácter de la colección como fuente activa para la investigación.

Pese a que no se ha tenido acceso a los cráneos desde el verano pasado, los investigadores autorizados pueden estudiar las digitalizaciones en 3D de toda la colección, incluyendo las de 126 nativos estadounidenses que ya han sido repatriados.

“La colección se reunió para propósitos perversos en el siglo XIX con el fin de reforzar las ideas raciales de los supremacistas blancos, pero esa colección ha servido para la realización de muchas investigaciones”, comentó Woods.

En lo referente a la repatriación, señaló, existe un evidente imperativo moral, incluso si quizás no lo haya en el procedimiento concreto.

“Se trata de un asunto ético”, afirmó Woods. “Tenemos que considerar lo que desean las comunidades a las que pertenecieron estas personas”.

This article originally appeared in The New York Times.

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