Murió Settimio Aloisio, el primer gran representante del fútbol argentino: de Batistuta a Caniggia, de la cárcel a la dolce vita
La noticia entristeció al mundo del fútbol, este martes, a los 89 años, murió Settimio Aloisio. Su perfil en Twitter rezaba: “De Aiello Calabro al mundo, un centrojas de los de antes”. Había nacido en un pueblo de reos, guapos y fantasmas, en la provincia de Cosenza, en Calabria. La posición en el campo de juego tenía su lógica: era el dueño del balón, cabeza levantada, suerte de organizador, un volante central de los de antes, los que sabían con la pelota y con la cabeza. La imagen era todo un símbolo: sonrisa amplia, bigotes enormes, mirada penetrante, mezcla perfecta entre el castellano y el italiano. Un inmigrante, de entre tantos, que hablaba a los gritos. El centro de atención.
Siempre al límite de lo legal, un erudito en el arte de la representación de jugadores, en tiempos románticos y controvertidos, con Jorge Cyterszpiller a la cabeza, Guillermo Cóppola, Gustavo Mascardi, largas temporadas antes de Christian Bragarnik, dueño del fútbol argentino empresarial de hoy. Aloisio se había retirado hacía casi dos décadas, por la puerta de atrás y en silencio. “Lo que pasa es que los representantes de hoy son una cosa diametralmente opuesta a los de mi época”, le contaba a LA NACION el hombre que marcó con su puño una era, en los queribles años ochentas y noventas.
No sólo representó a Gabriel Batistuta y Claudio Caniggia: representaba al fútbol argentino. Fue dirigente de Argentinos Juniors en tiempos de los Cebollitas. Años después, lejos de todo, vivió de los múltiples ahorros y de un emprendimiento de venta de aparatos médicos y de estética de última tecnología. “El pase de Bati a la Roma fue mi mejor operación”, contaba el hombre, tiempo atrás. Su muerte representa el adiós definitivo de algunas generaciones.
Una imagen simboliza parte de su repertorio. Después de las cinco temporadas en su primera etapa en Boca, en las que anotó 52 tantos, Diego Latorre fue a Italia, acompañado por el empresario italiano. Al llegar a Roma, un problema legal del agente en una transferencia que involucró a Diego Simeone y Caniggia provocó que Latorre quedara varado sin poder entrenarse en su nuevo equipo, Fiorentina.
“Estuve dos meses parado. No me olvido más. Llegué al hotel de Roma y ahí me encontré con el Cholo Simeone, Carnevalli, Caniggia, todos los jugadores que cambiaban de equipo en ese momento. Estaba Aloisio y vienen seis carabinieri y se lo llevaron, lo arrastraron de la habitación. Se lo llevaron y le dijeron «vaya a su habitación, recoja sus cosas» y se lo llevaron a la cárcel de Verona. Así fue”, explicó Latorre. Aloisio solía tener problemas con el fisco, con la Justicia. “En Italia no son tan puntillosos con las cuentas como en la Argentina”, reflexionaba. Estuvo unos días preso por evasión de impuestos. En cambio, en Argentina la entonces DGI (hoy AFIP) le seguía los pasos; rara vez los alcanzó.
Bati, Cani, Pedro Troglio, Diego Cagna y tantos otros estaban bajo su órbita. La irrupción de Mascardi lo cambió todo, con nuevos pesos pesados: Sebastián Verón, Christian Bassedas, Roberto Ayala, Martín Palermo, Hernán Crespo, Claudio López. Casi todos, hombres de la selección dirigida por Daniel Passarella. Cuenta la leyenda que Aloisio definía a su colega como “un paracaidista”, aunque el italiano jamás figuró en un papel de FIFA. Estaba rubricado el nombre de su sobrino. Nunca se supo su edad exacta: “Más de 50, menos de 60″, solía bromear. Se rodeaba por mujeres de la farándula y se hizo famoso más allá del fútbol el día en que vendió a Caniggia y Troglio, jóvenes promesas de River, a Verona.
“Yo no soy el santo de los intermediarios”
Dicen que celebró con champagne en el vestuario de Colombia, en el Monumental, en la tarde del 0-5 de 1993, porque ya tenía negocios millonarios por delante. Pases a Europa sellados. Una vez, Oscar Ruggeri contó que tenía acordada una transferencia a Inter. De pronto, entró el representante y el defensor terminó en... Logroñés. “¿Qué pasó? No fui a Inter. Me vendieron a Logroñés y cuando estaba firmando apareció Aloisio. Le pregunté qué hacía ahí y me contestó: «Yo soy tu representante». Le dije «salí de acá, que te arranco la cabeza». ¡Me había prometido que iba a Inter! No sé qué verso hicieron. Esto es cuestión de palabra. Si me decís que voy a Inter, perfecto. Te llevás la plata que querés”, contó el Cabezón en televisión.
Pactos de caballeros, dinero debajo de la mesa, negocios en blanco y en negro, la dolce vita. “En el fútbol estamos como estamos por culpa de los dirigentes. La mayoría vive del fútbol. Ninguno tiene otro trabajo: están todo el día en el club para que nadie los pase y se les quede con el negocio. Ahora todos compran y venden jugadores. Desde el primer dirigente hasta el último están metidos y ensuciaron el negocio. En un club que tiene diez jugadores buenos, ocho son de los directivos o de sus testaferros. Antes éramos Guillermo Coppola, Gustavo Mascardi, Aloisio y otros. Nombres y apellidos. Ahora son grupos empresarios y nadie sabe quién los integra. ¡Se llenan de plata!”, contó el italiano en la revista Fortuna.
“Así, con estas condiciones de mercado, yo no vuelvo por más que tuviera a Batistuta y Maradona con contratos a 20 años”, suscribió en su momento. Se sentía estafado por el sistema, no miraba partidos enteros. Se había alejado casi completamente del mundo del fútbol.
Un tramo de una entrevista con Página/12, horas después de la impactante transferencia de Batistuta de Fiorentina a Roma por 33.000.000 de dólares retrata su picardía, su astucia para los negocios y el show del fútbol. Seis de junio de 2000.
-Esta operación entre la Fiorentina y la Roma, ¿fue la más importante de todas en las que usted participó?
–Sí, y es la que me dio más satisfacción. Tuvimos a los tres clubes más importantes de Italia en la pelea hasta último momento, cuando bajamos el martillo. Créame que a la explosión que provocó Batistuta en Roma sólo puedo compararla con la llegada de Maradona al Napoli. Aunque hay una diferencia. El recibimiento que le hicieron a Diego estaba preparado y éste no. Todo fue decidido de la noche a la mañana. Gabriel apenas iba a dar una conferencia de prensa, pero los hinchas amenazaron al presidente con que lo querían ver. Y entonces, en un día con 35 grados de temperatura, de manera espontánea, quince mil personas lo recibieron en el Olímpico. Fue apoteósico, algo impresionante.
–¿Se siente reivindicado después de que en la Argentina, otro empresario, Gustavo Mascardi, lo desplazara del primer lugar en las preferencias de los futbolistas?
–Tengo en mis manos al mejor del mundo y trato de defenderlo al máximo. Para nada tomo esto como una reivindicación. Mi alegría radica en que los diarios y la TV de Italia hablaron conmigo todos los días y –no lo digo por fanfarronería–, tuve que dejar de atender el teléfono porque era algo continuo. ¿Sabe lo que dijo la RAI? Que Aloisio había dado el golpe del año.
–¿Cómo fue toda la negociación?
–Hace 60 días que ni duermo.
Como no durmió durante semanas, después de perderse la oportunidad de su vida: el pase de Ronaldo a Boca. Ronado Nazário de Lima, el que sería “el Gordo”. Tenía 17 años, brillaba en Cruzeiro y fue a jugar a la Bombonera, un partido de copa. No brilló y entre César Menotti, Antonio Alegre y Carlos Heller le habrían asegurado que no le veían pasta de campeón. Que esperara un poco más. Había que pagar “solo” 2.800.000 dólares.
“Me quería morir”. Días después, el crack brasileño –el que esta semana se alegró con el The Best a Leo Messi– pasó a PSV.