Murió el cineasta Bertrand Tavernier, a los 79 años

Bertrand Tavernier, con cielo marplatense de fondo
Bertrand Tavernier, con cielo marplatense de fondo

Con Bertrand Tavernier, fallecido ayer a los 79 años, desaparece una de las figuras más influyentes y de mayor personalidad del cine francés en la última mitad del siglo XX. Siempre quiso situarse en un lugar intermedio entre la Nouvelle Vague, la tradición narrativa del cine de su país y ciertas influencias y observaciones más modernas, abrevando de todas ellas para confluir en una obra rica en matices, en observaciones y en temáticas. La filmografía de Tavernier registra abordajes múltiples. Entre sus dramas con precisas observaciones sociales y políticas y el thriller hay un sinfín de inteligentes observaciones sobre la nostalgia, el paso del tiempo y las dificultades que enfrentan sus personajes para establecer vínculos profundos y de largo plazo. Hay estudiosos de la obra de Tavernier que señalan una línea clara de semejanzas entre esas miradas y la propia vida personal del realizador, con cuya esposa (la reconocida guionista Colo Tavernier, colaboradora de varias de sus obras) también se enfrentó a los efectos de una separación que le dejó unas cuantas secuelas anímicas.

Tavernier nació en Lyon el 25 de abril de 1941. Su infancia estuvo marcada por la lucha familiar y de su entorno contra los nazis y en favor de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y el impacto del triunfo aliado, con toda la presencia estadounidense (y anglosajona en general) en Francia. El fuerte ascendiente intelectual ejercido en él por su padre René Tavernier, un reconocido periodista y poeta, y el hecho de haber crecido en un ambiente intelectual convirtieron en algo natural una vocación artística que nació muy temprano. El propio director confesaría más tarde que a los 13 años ya tenía decidido hacerse cineasta. Su formación tuvo influencias tan variadas como las características de su aplaudida obra posterior: de figuras clásicas de Hollywood como John Ford o William Wellman a próceres de la pantalla francesa como Jean Renoir y Jean Vigo.

De Renoir, por ejemplo, pueden extraerse las líneas principales de la película con la que muchos descubrieron en la Argentina su talento para la observación de costumbres y una especial delicadeza para la reconstrucción de época, Un domingo en el campo (1984). La destreza de Tavernier para recrear escenarios de otras épocas siempre trascendió la idea de “qualité” o de suntuosidad que suele prevalecer en otros realizadores. En Tavernier, todo ese cuidado formal siempre estuvo puesto al servicio de historias atentas a las reacciones humanas frente a entornos sociales y políticos incómodos, o directamente hostiles, a los cambios de costumbres, a los contrastes en materia de comportamiento y, en el fondo, siempre a las tensiones entre el bien y el mal. Este siempre fue el tema central de sus obsesiones como director.

Bertrand Tavernier, presente en el festival
J. Etxezarreta


Bertrand Tavernier, uno de los grandes cineastas franceses (J. Etxezarreta/)

Con todas esas influencias, se entiende que la personalidad de Tavernier se haya destacado en el mapa del cine francés. Ningún otro de sus destacados compatriotas consagrados al cine supo trabajar las conexiones más sutiles entre la Nouvelle Vague y la tradición narrativa del cine estadounidense. Eso quedó bien claro, por ejemplo, en una de sus mejores obras, el policial Más allá de la justicia (Coup de Torchon, 1981), adaptación de la novela negra de Jim Thompson, llevada por Tavernier al mundo de las colonias francesas africanas. Esta película, además, es una de las grandes muestras de la extraordinaria colaboración que mantuvo en sus primeros films con su actor fetiche, Philippe Noiret, protagonista de otras películas que de a poco fueron consolidando el estilo Tavernier desde los años 70: El relojero de Saint Paul (adaptación de un relato de George Simenon), El juez y el asesino, Que la fiesta comience.

En el medio, también con Noiret en un elenco que tuvo como brillante protagonista a Harvey Keitel, Tavernier rodó en 1979 La muerte en directo, una de sus mejores películas, premonitoria observación llevada al extremo de lo que más tarde encontraríamos en el mundo con la llegada de los reality shows y las manipulaciones mediáticas de las vidas humanas.

Antes de dedicarse al cine, como otros célebres directores franceses, Tavernier se dedicó al periodismo y a la crítica cinematográfica, aunque nunca quiso definirse de esa manera. Su fina prosa quedó reflejada en las páginas de Cahiers du Cinema y en su aporte a muchos libros. Hizo en el cine toda una carrera antes de llegar a director. Fue primero publicista, colaborador de guión, asistente de dirección y realizador de cortometrajes. También adquirió con el tiempo la fama de filoso polemista, con opiniones muy contundentes respecto de las relaciones entre la crítica y la producción cinematográfica. Su visita al Festival de Mar del Plata, en 2002, coincidió con un gran debate que lo tuvo como protagonista en su país, con discusiones y desacuerdos con los críticos franceses, que lo llegaron a ver como exponente de una mirada “anticuada y convencional”

El vínculo con Noiret fue la muestra más cabal de otra de las virtudes que todos apreciaban en Tavernier: su cercanía con los actores. Basta ver cualquiera de sus películas para comprobar cómo es capaz de sacar lo mejor de sus intérpretes. Hasta una figura completamente ajena al cine como Dexter Gordon entregó una composición memorable en Alrededor de medianoche, una de las mejores películas de Tavernier, tomada de una historia real, en la que un fanático francés del jazz se dedica a seguir los pasos de un músico castigado por sus propios demonios. Tavernier eligió al saxofonista Gordon (que obtuvo una nominación al Oscar por esa labor) para recrear lo que en la vida real encarnó el pianista Bud Powell. Martin Scorsese hace un pequeño y clave papel en esa película antológica que ganó el Oscar a la mejor banda sonora (compuesta por Herbie Hancock) y que mostraría a la vez todo lo que el jazz influyó en algunas de sus películas. Poco después recurriría al gran bajista Ron Carter para escribir la música de Beatrice, historia ambientada en tiempos medievales.

Tavernier hizo muchas películas de época, en las que supo equilibrar el gran despliegue de escenas de masas con momentos de profunda intimidad. La última que conocimos en la Argentina fue La princesa de Montpensier (2010), relato de intrigas complejas en la Francia del siglo XIV. Capitán Conan y La hija de D’Artagnan son otros ejemplos de esta tendencia.

También supo rescatar a Dirk Bogarde y darle uno de sus últimos grandes papeles en el cine con la hermosa Nuestros años felices y dedicar buena parte de sus esfuerzos en las últimas décadas al cuidado de la memoria y la preservación del patrimonio cinematográfico.