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En un mundo 'patas arriba', el virus está afectando la salud mental de los jóvenes

Jael Hernández, a la derecha, una madre soltera de tres hijos, con su hija mayor, Jizelle, a la izquierda, cerca de su casa en Oakland, California, el 14 de mayo de 2020. (Jim Wilson / The New York Times)
Jael Hernández, a la derecha, una madre soltera de tres hijos, con su hija mayor, Jizelle, a la izquierda, cerca de su casa en Oakland, California, el 14 de mayo de 2020. (Jim Wilson / The New York Times)

El correo electrónico, escrito por una alumna de octavo grado y con el asunto “Chequeo de bienestar”, llegó a la bandeja de entrada de su consejera escolar casi tres semanas después de que las escuelas cerraron en Libby, Montana, un pueblo remoto de 2700 habitantes ubicado entre montañas nevadas.

“Me gustaría que me llamaras”, escribió la estudiante. “Toda esta pandemia realmente ha sido aterradora y, odio decirlo, pero extraño ir a la escuela. Odio estar en casa todo el día”.

La consejera, Brittany Katzer, estaba alarmada. Durante mucho tiempo, la joven había luchado con la depresión y era considerada una persona que corría un alto riesgo de hacerse daño. Katzer llamó varias veces a la estudiante, pero el número de teléfono estaba fuera de servicio. También envió correos electrónicos y dejó un mensaje en el teléfono de la madre de la joven.

Ni la niña ni su madre devolvieron los mensajes. La estudiante no se ha comunicado con ninguno de sus maestros ni ha enviado ninguna tarea desde que el distrito escolar cambió a la modalidad de educación a distancia, dijo Katzer.

“Me preocupan su seguridad y su salud mental, pero ¿qué más puedo hacer?”, preguntó Katzer, quien dijo que un miembro del personal había llevado los almuerzos escolares hasta la casa de la alumna y había hablado con su hermana, una estudiante de tercer grado, quien confirmó que su hermana mayor estaba en casa, aunque no ha hecho ninguna tarea.

Antes de la pandemia, Katzer dijo que durante un día normal hablaba con unos 100 estudiantes, ya fuera individualmente o en sesiones grupales. “Las interacciones cara a cara que tengo con los niños son irremplazables. Ahora, ¿quién sabe qué pasa con ellos?”.

El cierre del sistema educativo de Estados Unidos apartó a los estudiantes de muchas más cosas que los salones de clase, sus amigos y las actividades extracurriculares. También ha alejado a unos 55 millones de niños y adolescentes de los miembros del personal de la escuela, cuya disposición y consejos compasivos los ayudan a desarrollar su autoestima, a luchar con las presiones de la adolescencia y a lidiar con los traumas.

Desesperados por salvaguardar el bienestar emocional de los estudiantes en medio del aislamiento y la crisis financiera de la pandemia del coronavirus, los maestros hacen chequeos durante las clases en línea, los consejeros publican videos de atención plena en Facebook y los psicólogos escolares realizan sesiones de terapia por teléfono.

“Escucho mucho dolor y pérdida”, dijo Lauren Hunter, una consejera que trabaja en dos escuelas públicas en Los Ángeles como miembro del programa Cedars-Sinai Share & Care, el cual proporciona servicios de salud mental a estudiantes en riesgo en 30 escuelas del condado.

Pero los desafíos inherentes al aprendizaje en línea presentan obstáculos desalentadores para la versión remota de la oficina del consejero de orientación, particularmente entre los estudiantes de familias de bajos ingresos que han perdido sus trabajos o carecen de acceso a internet en sus hogares. Y los expertos en salud mental se preocupan por el costo psicológico que esta pandemia representa para una generación más joven que ya experimentaba tasas elevadas de depresión, ansiedad y suicidio.

“No todos los niños pueden estar en línea y tener una conversación confidencial sobre cómo van las cosas en casa mientras sus padres están cerca”, dijo Seth Pollak, director del Laboratorio de Emociones Infantiles de la Universidad de Wisconsin, Madison.

Algunos educadores, insatisfechos con las limitaciones de la tecnología, han encontrado otras maneras de visitar a los estudiantes durante la pandemia.

Emily Fox, especialista en el desarrollo social y emocional en una escuela primaria en Chillicothe, Ohio, usa Zoom para reunirse con sus alumnos. Fox explicó que muchos de esos niños están siendo criados por sus abuelos y que algunos han sido traumatizados por la adicción de algún familiar. Añadió que le preocupan las ideas y los intentos de suicidio en estudiantes muy jóvenes, incluso de jardín de infantes, un problema que ya se presentaba antes del cierre de las escuelas.

Desesperada por monitorear a sus alumnos, Fox les lleva almuerzos a los que provienen de familias muy desfavorecidas y, recientemente, dedicó toda una tarde a visitar una docena de casas para hablar con los estudiantes desde una distancia segura, afuera de sus viviendas.

“Me consoló ver las sonrisas en sus rostros”, dijo.

Antes de la pandemia, Jo’Vianni Smith era una talentosa atleta de 15 años que jugaba en el equipo de sóftbol de su escuela preparatoria en Stockton, California. La música y el deporte eran sus pasiones, dijo su madre, Danielle Hunt, quien orgullosamente contó que Jo’Vianni, estudiante de décimo grado, compitió en los campeonatos olímpicos juveniles de atletismo el año pasado.

Pero cuando las clases y la temporada de sóftbol se suspendieron en marzo, también lo hizo su activa rutina diaria. Al no poder pasar el rato con sus amigos mientras permanecía aislada en casa con su madre y sus abuelos, Jo’Vianni pasaba sus días en clases remotas, navegando en las redes sociales y bateando pelotas en un parque local hasta que también lo cerraron.

“Siento que se moría de aburrimiento”, dijo Hunt.

Sin previo aviso, Jo’Vianni murió por suicidio en su habitación el 4 de abril. Su madre estaba trabajando en la planta baja de la vivienda y su abuela, una trabajadora esencial, descubrió su cuerpo cuando regresó a la casa.

En las semanas posteriores, Hunt ha buscado pistas que puedan explicar por qué su hija se quitó la vida. Jo’Vianni no dejó ninguna nota y la policía no encontró nada sospechoso en su teléfono ni en sus cuentas de redes sociales, por lo que Hunt les rogó a los amigos de su hija que le dieran información.

“Les dije algo como ‘ella ya se fue, ya no hay más secretos de adolescentes, ahora pueden contarme’”, comentó, pero los jóvenes estaban igual de desconcertados.

En pleno cierre, Hunt organizó una visitación en su iglesia, con la restricción de que solo unos cuantos asistentes podían estar dentro a la vez. En casa y con poco que hacer más que llorar, Hunt está muy afectada por el dolor y la confusión.

No puede relacionar ese acto con la ambiciosa hija a la que creía conocer tan bien. Sin embargo, está segura de que el estrés de la pandemia tuvo que ver en el trágico final de Jo’Vianni.

“El mundo está patas arriba y nada está bien”, dijo.

Si estás pensando en suicidarte, llama a la Línea Nacional de Prevención del Suicidio al 1-800-273-8255 (TALK) o visita SpeakingOfSuicide.com/resources para consultar una lista de recursos adicionales.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company