Por qué las mujeres estadounidenses de todas partes están aplazando la maternidad

Kara Schoenherr, quien tiene planes de graduarse como esteticista este verano, quiere hacerse de una clientela antes de tener un bebé. (Adriana Zehbrauskas/The New York Times)
Kara Schoenherr, quien tiene planes de graduarse como esteticista este verano, quiere hacerse de una clientela antes de tener un bebé. (Adriana Zehbrauskas/The New York Times)

PHOENIX — Luz Portillo, la hija mayor de unos inmigrantes mexicanos, tiene muchos planes. Está estudiando para especializarse en el cuidado de la piel y también ha hecho una solicitud para entrar a la escuela de enfermería. Además, trabaja de tiempo completo como auxiliar de enfermería y hace extensiones de pestañas, un negocio que le gustaría desarrollar.

Sin embargo, para lo que no tiene planes en el corto plazo es para tener un bebé.

La madre de Portillo la tuvo a los 16 años. Desde que ella tiene memoria, su padre ha trabajado como jardinero. Portillo desea tener una profesión y más control sobre su vida.

“No me puedo embarazar, no me puedo embarazar”, nos cuenta que se dice a sí misma. “Debo tener una profesión y un empleo. Si no lo hago, es como si hubiera sido en vano todo lo que mis padres hicieron”.

Durante décadas, los estadounidenses de clase media alta se especializaron en aplazar la paternidad, sobre todo en las grandes ciudades costeras. Las mujeres con estudios superiores postergaban la maternidad hasta que su carrera estaba en marcha, casi siempre hasta después de los treinta años. Pero, en la última década, cuando cada vez más mujeres de todas las clases sociales han dado prioridad a la formación y a la profesión, posponer tener niños se ha vuelto un patrón extendido entre las mujeres estadounidenses en casi todas partes.

El resultado ha sido el crecimiento más lento de la población desde la década de 1930 y un cambio profundo en la maternidad en Estados Unidos. Se ha vuelto mucho menos probable que las mujeres menores de 30 años tengan hijos. Desde 2007, ha disminuido un 28 por ciento la tasa de embarazos en las mujeres de veintitantos años y, en fechas recientes, los descensos más importantes se han dado entre las mujeres solteras. Los únicos grupos de edad en los que aumentó la maternidad durante ese periodo fueron los de las mujeres de treinta y tantos y cuarenta y tantos años, pero incluso en ellos empezó a disminuir durante los últimos tres años.

“Estamos hablando de mujeres jóvenes, cuya tasa de maternidad va en picada”, señaló Caitlin Myers, economista en Middlebury College quien realizó para The New York Times el análisis de los registros de natalidad en los condados. “De pronto, en los últimos diez años, se ve una tremenda transformación”.

Luz Portillo de Avondale, Arizona, piensa posponer la maternidad hasta que su carrera profesional esté en marcha. (Adriana Zehbrauskas/The New York Times)
Luz Portillo de Avondale, Arizona, piensa posponer la maternidad hasta que su carrera profesional esté en marcha. (Adriana Zehbrauskas/The New York Times)

El análisis geográfico de los datos de Myers nos brinda una idea: la tasa de natalidad está disminuyendo más rápido en los lugares que tienen un mayor crecimiento de empleos, donde las mujeres tienen más incentivos para esperarse.

En más de dos docenas de entrevistas con mujeres jóvenes de Phoenix y Denver, algunas dijeron que sentían que no podían sufragar los gastos de un bebé. Mencionaron los costos de la guardería y de la vivienda y, en ocasiones, de la deuda estudiantil. Muchas también dijeron que primero querían que su carrera estuviera en marcha y manifestaron sentirse satisfechas por estar ejerciendo un control sobre su fertilidad —y su vida— de una manera en que su madre no lo había hecho.

“Yo no puedo tener un hijo con el fin de no sentirme mal por no tenerlo”, comentó Eboni McFadden, de 28 años, quien se crio en la zona rural de Misuri y en dos semanas se graduará de técnica médica en Phoenix. “Siento que tengo la capacidad de poder tomar esa decisión con mi propio cuerpo. No necesito tener un hijo para sentirme triunfadora o para sentirme mujer”.

Es posible que esté disminuyendo la tasa anual de fecundidad (la natalidad ha disminuido durante seis años seguidos y ha caído de manera estrepitosa durante la pandemia), pero ha estado aumentando el porcentaje de mujeres que tienen hijos en el final de su etapa reproductiva. Sin embargo, en la última década, los embarazos de mujeres de más de 30 años no han compensado su disminución en las mujeres de veintitantos años, lo que ha provocado una reducción de la natalidad en general y ha dado lugar a una pregunta abierta: ¿las mujeres jóvenes están postergando la maternidad o están renunciando a ella por completo?

Los costos de las guaderías y los costos de oportunidad

Según los datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y de la Oficina del Censo de Estados Unidos, durante la última década, la disminución de la natalidad ha variado de una región a otra. Fue mayor en la costa oeste y en la montaña del oeste que en el sur o el noreste. En los grandes condados urbanos que han concentrado la mayor parte de los empleos y la población desde la recesión, la tasa de natalidad ha disminuido al doble de la velocidad que en los condados rurales más pequeños que no se han recuperado tanto. La tasa de natalidad disminuyó un 38 por ciento en el condado de Denver y un 33 por ciento en el condado de Maricopa, donde se encuentra Phoenix.

En lugares donde la economía está estancada, hay una tendencia de que la natalidad sea más alta y tener un hijo se considera un camino importante hacia la realización.

Hace algunos años, Kara Schoenherr se mudó de un pueblito en el sur de Seattle al condado de Maricopa, Arizona. Ya no quería pagar 1500 dólares al mes por una casa en un pueblo que carecía de semáforos y donde había una epidemia de drogadicción. Tenía una amiga en Phoenix y había escuchado que ahí contaban con muchas buenas universidades y empleos de calidad.

Schoenherr se casó el año pasado, pero ella y su marido, quien trabaja como asistente de cocina en un casino, han estado postergando tener hijos. Este verano se graduará de esteticista para llevar a cabo tratamientos faciales y depilaciones, entre otras cosas. Pero desea hacerse de una clientela antes de tener un bebé.

“Creo que aún no tengo todo lo que quiero para alcanzar el éxito”, comentó Schoenherr, de 27 años. “Primero quiero tener una casa y una profesión”.

El costo de la vida se suma a su indecisión. Las casas en las zonas que le gustan se venden de un día para otro con docenas de solicitudes. Los precios de las guarderías la tenían asombrada.

En las entrevistas con mujeres procedentes de familias de inmigrantes, casi todas latinas, el aplazamiento no tenía tanto que ver con el costo de tener hijos como con el deseo de encaminar su vida.

Portillo, de 22 años, mencionó que sus padres inmigrantes la habían criado a ella y a sus tres hermanos en condiciones de austeridad y que había resultado bien.

“Si ellos lo lograron, seguro que yo debo poder”, comentó.

Las mujeres latinas, quienes solían tener la tasa más alta de maternidad de cualquier grupo étnico o racial importante, han tenido la mayor disminución de embarazos que cualquier grupo, más de una tercera parte desde 2007. De acuerdo con un análisis de la Universidad de Arizona, entre las mujeres latinas hubo cerca del 60 por ciento de la disminución total de la maternidad en ese estado desde 2007.

Menos embarazos no planeados

Myers descubrió que el mayor descenso de la natalidad ha sido gracias a la disminución de embarazos no deseados y al menor número de madres solteras. La tasa de embarazos disminuyó un 18 por ciento en el caso las mujeres solteras en comparación con el 11 por ciento en el caso de las mujeres casadas.

Una razón importante por la que las mujeres tienen más posibilidades de elegir cuándo tener hijos es un mejor acceso a las prácticas anticonceptivas. Los métodos anticonceptivos reversibles de acción prolongada, como los implantes en el brazo y los DIU, les han brindado más opciones y, gracias a la Ley de Atención Médica Asequible, gran parte de ellos son gratuitos.

La tasa menor de embarazos no planeados es una señal de que la disminución de la natalidad —pese a la preocupación de lo que esto augura para la fuerza laboral y la red de seguridad social del país— podría ser una buena noticia para las mujeres en lo individual.

“Uno de los grandes cambios ha sido que cada vez menos personas tienen hijos antes de que los deseen”, señaló Amanda Jean Stevenson, especialista en demografía de la Universidad de Colorado. “Tal vez ahora haya menos bebés, pero la gente puede vivir la vida que quiere y eso es algo muy importante”.

La exigencia del empleo y la exigencia de los hijos

Los investigadores no pueden decir con certeza que la escolaridad sea una causa del descenso de la natalidad, pero parece haber cierta relación. Lo que es evidente es que las mujeres tienen mucha más preparación de la que tenían en generaciones anteriores, incluso desde la Gran Recesión de 2008.

Ahora, las cifras de mujeres graduadas están aumentando más rápido que las de los hombres. En 2019, una tercera parte de las mujeres de veintitantos años tenía un título universitario, en comparación con la cuarta parte de 2007.

También ha cambiado su participación en la fuerza laboral. El 44 por ciento de las mujeres que trabajan están en puestos profesionales o directivos, en comparación con el 38 por ciento de antes de 2008. Ha disminuido el número de mujeres que realizan trabajos que no requieren tanta formación, como auxiliares de oficina.

La importancia de tener una carrera profesional no solo se manifiesta entre las mujeres con licenciatura, así como la aceptación de que los hijos pueden entorpecerla.

“El supuesto precio de tener hijos ha aumentado mucho desde que hablé por primera vez con las mujeres a mediados de la década de 1990”, afirmó Kathryn Edin, socióloga de la Universidad de Princeton que ha pasado años escribiendo sobre las familias de bajos ingresos. “Incluso las mujeres más pobres reconocen que una carrera profesional es parte del ciclo de vida”.

Al mismo tiempo, hubo una mayor exaltación del trabajo en la cultura estadounidense y en los centros de trabajo comenzaron a querer que los empleados estuvieran disponibles todo el tiempo. Sin embargo, hay pocas políticas en marcha para ayudarles a los padres a compaginar su trabajo con su familia.

También la paternidad se volvió más estresante. Ahora, los padres estadounidenses ocupan más tiempo y dinero en sus hijos que cualquier generación anterior y muchos sienten la enorme presión de estar enseñándoles en todo momento, por lo que los inscriben en clases de apoyo y les brindan atención absoluta. Esto se conoce como paternidad intensiva y, aunque solía ser un fenómeno existente en la clase media alta, está aumentando con rapidez en todas las clases sociales.

Muchas mujeres mencionaron que no querían tener los horarios que tenían sus padres de la clase obrera porque no eran flexibles y no les daban mucho tiempo para jugar ni para participar en actividades familiares.

Alejandra De Santiago, de Surprise, Arizona, recuerda que anhelaba que su mamá pasara a la escuela a la hora del almuerzo como lo hacían otras madres, pero siempre estaba trabajando. Sus padres, una trabajadora doméstica y un conductor de camiones, ambos inmigrantes de México, se divorciaron cuando ella tenía 7 años y fue criada principalmente por su abuela mientras su madre trabajaba.

“Antes de tener hijos, primero quiero saber quién soy”, comentó.

This article originally appeared in The New York Times.

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